Pedro Palma
Dentro del deformado control cambiario venezolano, vigente desde hace casi doce años, se ha producido una notable distorsión durante los últimos meses, caracterizada por un sostenido y cada vez más intenso encarecimiento del dólar en el mercado paralelo. Ello se ha debido a múltiples razones, siendo la más importante la caída del petróleo. Como es ya característico, al bajar los precios de los hidrocarburos se deterioran las expectativas cambiarias, ya que se afianza el convencimiento de que los dólares escasearán y que su precio aumentará, por lo que la gente se apresura a comprar divisas antes de que se encarezcan, y se acelera así la materialización del proceso esperado. La situación se ha exacerbado esta vez por la conjunción de otros factores, tales como la escasez cada vez más evidente de reservas internacionales líquidas, la abundancia de bolívares que se pueden canalizar hacia el mercado cambiario debido a la creación masiva de dinero inorgánico por el BCV para financiar gasto público deficitario, y el agravamiento evidente del problema inflacionario.
La caída de la capacidad de compra de los ingresos de las personas que este último fenómeno causa lleva inexorablemente a la busca de mecanismos o acciones de protección, con el fin de evitar, o por lo menos mitigar, la pérdida de la calidad de vida. Lo que tradicionalmente se hace en esas circunstancias es adquirir bienes durables cuyo valor se incrementa con la inflación, o comprar divisas sólidas. Dada la crónica escasez de artículos de todo tipo que se vive en el país, las opciones de compra de automóviles, artefactos eléctricos y otros productos no perecederos se ven severamente limitadas, por lo que la alternativa de adquirir monedas fuertes parece ser la más viable. Esa es otra razón que explica el repunte de demanda de dólares y su consiguiente aumento de precio en el mercado libre.
Adicionalmente, la brusca reducción de los ingresos petroleros y los importantes pagos de servicio de deuda externa hechos durante los últimos dos meses, han limitado la disponibilidad de moneda extranjera, razón por la que las autoridades cambiarias han restringido aún más la aprobación y la provisión de divisas preferenciales. Eso se ha traducido en una mayor demanda de dólares no controlados, cuyo precio se establece por el libre juego de oferta y demanda en el mercado libre, a pesar de ser este ilegal, ilegalidad que, de paso, contribuye a su encarecimiento.
Todo lo anterior ha creado un verdadero desconcierto cambiario, lo que acentúa aún más el divorcio entre las tasas de cambio oficiales y la libre, al punto de que esta última aumentó más de 50% en tan solo tres semanas, al elevar su diferencial con el absurdo tipo de cambio preferencial de 6,30 bolívares por dólar que insiste el gobierno en mantener, de 16 veces a comienzos de noviembre a 24 veces a fines de ese mes. Eso tiene hondas consecuencias, particularmente en materia inflacionaria, ya que ante las dificultades cada vez mayores de obtener dólares preferenciales, y dadas las expectativas de devaluación inminente, los precios se establecen cada vez más con base en los costos esperados de reposición, los cuales están directamente relacionados con el precio del dólar paralelo.
Múltiples y muy diversas son las acciones y decisiones que tienen que aplicarse para afrontar y corregir los profundos desequilibrios de la economía, siendo las cambiarias solo algunas de ellas, aunque de capital importancia. En esa materia se debe empezar por la legalización del mercado libre y los ajustes de los tipos cambio oficiales con el fin de corregir la desproporcionada sobrevaluación de la moneda, como pasos previos al desmantelamiento del control de cambios, que debe ser sustituido por un sistema cambiario racional y funcional, caracterizado por la libre convertibilidad de la moneda y por la preservación de un tipo de cambio dinámico y razonable.
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