miércoles, 23 de septiembre de 2015

EL SUICIDIO DEL LABORISMO BRITÁNICO


ANIBAL ROMERO

No solo cometen suicidio personas individuales; también a veces lo hacen instituciones y hasta naciones enteras. La diferencia entre los individuos y los grupos es que generalmente, en el segundo caso, sobreviven algunos y les resulta posible contar la historia.
Narrar el proceso que conduce al suicidio del laborismo británico no será tarea fácil para los que le sobrevivan. En parte porque la reciente elección del radical de izquierda Jeremy Corbyn como líder del partido fue el producto de una serie de decisiones tomadas de manera frívola y superficial, de incidentes en sí mismos improbables, de una mezcla de confusión y falta de atención momentánea, todo ello en un momento de derrota y desaliento entre la mayoría de simpatizantes del partido. Es decir, precisamente el tipo de circunstancias que minorías organizadas y altamente motivadas aprovechan para actuar, sacando ventaja de sus distraídos y desmoralizados adversarios.
De otro lado, esta historia será difícil de contar porque en ella intervienen una serie de aspectos irracionales, insensatos y casuales, que chocan contra nuestra tendencia a creer que los acontecimientos históricos tienen una direccionalidad clara y responden a intenciones definidas y ponderadas por parte de los actores que presumen mover el curso de los sucesos.
Permítaseme hacer acá un poco de historia personal. Cuando llegué a estudiar por vez primera a Inglaterra en 1971 encontré una sociedad empobrecida, que todavía procuraba ocultar con éxito variable las heridas de la Segunda Guerra Mundial. La Gran Bretaña era entonces un país cuasi-socialista, en el que los poderosos sindicatos y el Partido Laborista dominaban la lucha ideológica y empujaban a la nación hacia un implacable destino colectivista. Dejé a Inglaterra en 1976 sumida en severas turbulencias y enfrentada a un destino incierto.
Al retornar en 1981 a Londres para una segunda etapa de formación académica y el doctorado, Margaret Thatcher se hallaba a la cabeza del gobierno y empezaba su titánico combate contra el socialismo en el plano de la ideología y la práctica política, combate que fue extraordinariamente exitoso y cambió de manera fundamental el rumbo contemporáneo de la Gran Bretaña. Dejé de nuevo Inglaterra en 1985, pero esta vez en pleno proceso de favorables cambios para la libertad y la prosperidad de la gente, y hoy en día observo con sincera admiración los inmensos logros de esa notable mujer dotada de aptitudes políticas excepcionales. Margaret Thatcher hizo una verdadera revolución, pero para construir y no para destruir.
Cabe señalar que luego de su primera derrota electoral a manos de Thatcher, que ocurrió en 1979, el laborismo británico tuvo una reacción en cierto sentido similar a la que llevó a Jeremy Corbyn al liderazgo del partido hace un par de semanas: los laboristas viraron hacia el radicalismo, realidad que se patentizó con la escogencia en 1980 de Michael Foot, otro personaje político de izquierda pero menos extremista que Corbyn, como su líder. Bajo el mando de Foot, no obstante, el Partido Laborista sufrió en 1983 una catastrófica derrota en las urnas electorales, obteniendo el menor número de votos desde 1918 así como el menor número de curules parlamentarias desde 1945. Margaret Thatcher consolidó su posición dominante y prosiguió una trayectoria cuyos efectos transformaron de manera inequívoca la política y la economía del país.
El impacto de Thatcher obligó eventualmente al laborismo británico a renovarse y dejar atrás las telarañas socialistas que lo estaban convirtiendo en una pieza de museo. El surgimiento de Tony Blair como líder de lo que se llamó “el nuevo laborismo” (New Labour) puso de manifiesto que Thatcher no solamente cambió a los conservadores o Tories, sino también al Partido Laborista. Con Blair al timón, moviéndose hacia el centro político, aceptando el papel del mercado en la economía y deslastrándose de cualquier simpatía por los colectivismos del pasado o por un antiyanquismo a ultranza, el laborismo alcanzó tres aplastantes victorias electorales en 1997, 2001 y 2005, entre ellas la más masiva de su historia, convirtiéndose Blair en el primer ministro laborista que más tiempo ha permanecido en el cargo.
No les fue fácil a los Tories (conservadores) recuperarse de las palizas que les propinó Blair. La permanencia de los Tories en el poder pareció estar seriamente en peligro en mayo de este año 2015, pero los resultados electorales desmintieron de modo sorprendente los pronósticos de todas las encuestas (con una excepción) y David Cameron logró la mayoría. El error de Ed Milliband, líder laborista en ese momento, fue intentar otro viraje a la izquierda, a las nacionalizaciones, los elevados impuestos, el aumento del gasto público y la retórica de “ricos contra pobres”, que había funcionado a veces en el pasado pero que en la Gran Bretaña pos-Thatcher suena desgastada y carece de futuro.
La derrota sufrida el pasado mes de mayo conmocionó y traumatizó a los laboristas. Ese choque psicológico, unido al efecto de nuevas reglas para la elección del líder partidista, reglas que favorecen la intervención de minorías estructuradas y motivadas –en este caso los grupos más radicalizados de la izquierda– se conjugaron para llevar al poder a Jeremy Corbyn. Este personaje es un típico radical de los que yo, por ejemplo –y para volver a la historia personal– pude conocer y evaluar en las universidades inglesas en los años setenta y ochenta. Para resumir: Corbyn es un hombre del pasado en todo sentido, hasta en la manera de vestirse, de hablar y proyectarse, un verdadero vestigio del parque jurásico del más agotado y asfixiante marxismo de otra época. Corbyn retorna al laborismo mucho más allá de los tiempos de Michael Foot. En verdad Corbyn regresa mentalmente al laborismo al siglo XIX. Su pasión anticapitalista, su apego a los clichés colectivistas, su fervoroso odio hacia Estados Unidos, sus posturas contra la monarquía, contra la OTAN, contra el sistema nuclear “Tridente” de la Gran Bretaña, y sus reiteradas muestras de simpatía a lo largo de los años hacia los terroristas del Ejército Republicano Irlandés, Hamas y Hezbolá, entre otros delirios, le colocan nítidamente en la extrema izquierda dentro de una sociedad que marginaliza los radicalismos políticos de toda índole.
Como ya dije, me ha tocado vivir en Inglaterra buen número de años, y creo en alguna medida conocer rasgos relevantes de este pueblo, de su historia y arraigado modo de ser. Resalto al respecto tres características: 1) Los ingleses (y en buena medida los británicos en general) se aferran a sus tradiciones, entienden que su presente está vinculado a su pasado y ambos nutren su porvenir. 2) Los ingleses son básicamente conservadores. En el plano político esto significa que han optado siempre, con la excepción del relativamente breve interludio de la guerra civil y el Protectorado de Cromwell el siglo XVII, por el cambio gradual, preservando los pilares esenciales del gobierno parlamentario y la monarquía constitucional, sin traumas ni excesivos sobresaltos internos. 3) Para los ingleses y británicos, en su mayoría, la monarquía es un símbolo positivo de continuidad nacional en medio de las inevitables vicisitudes del acontecer histórico. Como el resto del país, la monarquía ha ido cambiando con los tiempos a través de una perdurabilidad esencial.
Jeremy Corbyn es un extraño a todo esto, una especie de excéntrico que resulta al mismo tiempo muy inglés, desde una perspectiva cultural y estética, y muy poco inglés desde un ángulo político e ideológico. A mi modo de ver al Partido Laborista no le quedará otro remedio, luego de un plazo prudencial, que sacarle del lugar que ahora ocupa, posiblemente forzándole a renunciar cuando se presente una coyuntura propicia. De lo contrario, no me cabe duda de que Corbyn consumará de la manera más desgarradora posible el suicidio de una institución centenaria, comprobando de esa manera que el laborismo, es decir, la socialdemocracia, pierde espacios en Europa y el mundo, avasallada por los cambios del capitalismo y la tecnología.
Lo que por los momentos importa dejar claro es que Corbyn no fue escogido por el “pueblo” sino por un número relativamente pequeño de ciudadanos, entre los que predominan los militantes comprometidos y sectores altamente motivados y organizados de la izquierda radical. En segundo lugar, Corbyn encarna el renacimiento de un bien conocido infantilismo político de izquierda, dedicado a sostener la pureza ideológica como único valor de la lucha política. Se trata de actitudes que en el fondo esconden cierto menosprecio hacia los votantes, y que prefieren sacrificar resultados prácticos antes que admitir cualquier desviación con respecto al intocable dogma doctrinario. Así lo han declarado recientemente algunos de los principales abanderados de la candidatura de Corbyn, verbalizando sin pudores una tendencia suicida que tiene felices a los Tories. Y con toda razón, pues a menos que ocurran terremotos políticos que ahora no pueden vislumbrarse, los conservadores británicos se encaminan a una larga temporada en el poder.

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