domingo, 27 de septiembre de 2015

LO NUESTRO

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FERNANDO SAVATER
 
¿El patriotismo? Los medievales hablaron del “ordo amoris”, la gradación de nuestros afectos: primero nuestro círculo familiar, luego mis vecinos, mis conciudadanos, mis compatriotas, finalmente todos los seres humanos. Nadie puede culparme por salvar en el incendio a mi hijo antes que a los demás, pero sería culpable si sólo salvo a mi hijo pudiendo ayudar a otros. Montesquieu dijo (le cito de memoria): “Si supiera algo beneficioso para mí pero dañino para mis amigos, lo callaría; si supiera algo beneficioso para mis amigos, pero dañino para mi país, lo callaría; si supiera algo beneficioso para mi país pero dañino para la humanidad, lo callaría…Porque soy humano por naturaleza y francés sólo por azar”. La patria, una de esas palabras “que cantan más que hablan” como diría Valéry, es voz a menudo intimidatoria, la forma de acabar con trompetería un debate, silenciando ominosamente al adversario. Pero también en nombre de la humanidad se han cometido crímenes y atropellos…
¿Me “siento” español? Si es cuestión de sentimientos, las patrias que prefiero son “lugares del corazón”, más pequeños y más dispersos que la extensión de todo un país: la infancia señalada por Rilke, dos o tres hipódromos en Inglaterra y Francia, algunas tabernas, la playa de la Concha…Cuando cerraron la librería La Hune, de París, sentí que me robaban un trozo de patria. Y mi verdadera patria durante muchos años ha sido una mirada y una sonrisa de alguien que he perdido para siempre. Otras pequeñas patrias son a la contra: siento un especial cariño por Cáceres y por Extremadura entera porque en mi adolescencia los peores vascos que me rodeaban (y no todos nacionalistas) llamaban “cacereños” a las personas de otras partes de España que desempeñaban trabajos modestos en Euskadi. Es perfectamente lícito no “sentirse” español pero no hace falta proclamarlo de modo altisonante, porque entonces parece que uno se siente superior a quienes se sienten españoles. Y eso está muy feo. Por lo demás, haber vivido la inflada retórica patriotera del franquismo y luego el separatismo criminal etarra justifica el nombre de uno de mis libros, hace ya muchos años: Contra las patrias.
Es lícito no “sentirse” español pero no hace falta proclamarlo de modo altisonante, porque entonces parece que uno se siente superior
Yo no me siento sino que me “sé” español. España es el nombre de lo que respalda mi ciudadanía, mis derechos y obligaciones, mi libertad de perfilar las identidades que prefiero. Eso no es poco, porque vivimos en un mundo donde millones de personas se juegan la vida huyendo de guerras, tiranías, persecuciones religiosas, atraso endémico y buscan en nuestras democracias precisamente esos derechos y garantías que la ciudadanía ofrece. De modo que en tal sentido despreciar a “España” es un esnobismo exhibicionista bastante indecoroso. Sobre todo porque este país ha luchado mucho para conseguir esas libertades para todos y vuelve ahora a tener que enfrentarse con enemigos corruptos o disgregadores. Cuando veo una bandera española es como cuando veo una bandera de la cruz roja: señala un sitio en que seré atendido. Mi modelo de patriota es el protagonista de la película Alamo Bay del gran Louis Malle: un vietnamita recién nacionalizado americano que lucha contra las mafias y la xenofobia por defender los derechos de su nueva condición.
En sus Charlas de café escribe Ramón y Cajal: “Hay un patriotismo infecundo y vano: el orientado hacia el pasado; otro fuerte y activo: el orientado al porvenir. Entre preparar un germen y dorar un esqueleto, ¿quién dudará?”. Decir patria es decir “nosotros”. Contra ello previno Cioran, para quien el que dice “nosotros” casi siempre miente. Pero hay un “nosotros” defendible y asumible, yo diría que hasta necesario: el “nosotros” que no supone “no-a-otros”. Esa es la palabra más difícil de pronunciar.

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