EDUARDO FERNANDEZ
El jueves 10 se dictó la sentencia contra Leopoldo López. Una ola de indignación, tristeza y frustración acompañó la decisión. Eso fue así tanto dentro como fuera del país.
Un joven político venezolano, con un formidable potencial de servicio al país, ha sido condenado a casi 14 años de cárcel. Se le acusa de ser responsable de los hechos que ocurrieron alrededor del 12 de febrero del año pasado. Hechos que produjeron muertes, dolor y destrucción de bienes públicos y privados. Leopoldo ha alegado su inocencia. El proceso judicial que se le ha seguido ha sido manifiestamente viciado de parcialidad y de arbitrariedad.
Los titulares de las otras ramas del Poder Público, el Ejecutivo, que es al mismo tiempo Jefe del Estado y el Legislativo, emitieron opiniones anticipadas y contrarias a derecho. A Leopoldo no se le respetaron ni el debido proceso ni las garantías constitucionales.
El 4 de febrero de 1992 un grupo de oficiales de la Fuerza Armada violó la Constitución e intentó derrocar por las armas al gobierno legítimo de la República. El teniente coronel Hugo Chávez asumió la responsabilidad de aquel golpe contra las instituciones.
El 4 de febrero de 1992 hubo muchos muertos inocentes, civiles y militares y hubo una gran destrucción de bienes públicos y privados. Hubo utilización indebida de las armas de la república y se causó un daño inconmensurable al interés nacional.
El proceso al que fueron sometidos los responsables de aquellos hechos delictivos fue escrupulosamente respetuoso de los derechos humanos y de las garantías procesales.
Antes de que terminara el juicio, todos los implicados en el intento de golpe, habían sido beneficiados con medidas de gracia invocando intereses superiores de la nación.
Es evidente el contraste, la diferencia. Lo que ha ocurrido con Leopoldo produce además un sentimiento de solidaridad y afecto extensivo a sus padres, a su esposa e hijos, a sus familiares y amigos.
A Leopoldo quisiera leerle parte de los versículos del profeta Isaías que se leyeron en la misa del domingo 13 (Is. 50, 5-9) “El Señor me ayuda, por eso no quedaré confundido, por eso endureció mi rostro como roca y sé que no quedaré avergonzado. Cercano está de mí el que me hace justicia, ¿Quién luchará contra mí? ¿Quién me acusa? Que se me enfrente. El Señor es mi ayuda, ¿Quién se atreverá a condenarme?”.
Ojalá este dramático y doloroso episodio contribuya a desterrar para siempre la cultura del odio, de la confrontación y de la violencia y venga el tiempo del amor, del entendimiento y de la paz.
Eduardo Fernández @efernandezve
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