jueves, 10 de septiembre de 2015

INTENCIONES Y LOGROS EN POLÍTICA



             LUIS UGALDE sj

Los médicos adquieren fama por sus aciertos en diagnosticar enfermedades y curarlas. Así debería ser con los políticos, pero lamentablemente la mayoría de la población se entusiasma con sus buenas intenciones y promesas, no importa que vengan de inexpertos. La diferencia no está en los médicos y en los políticos, sino en el modo distinto en que los ciudadanos esperan soluciones en salud y en política: el enfermo exige resultados, no le bastan buenas intenciones y promesas, mientras que la sociedad enferma se deja encandilar y conmover por los denunciadores políticos llenos de promesas halagadoras.  Por eso muchos  entregaron el país en brazos de quien nunca había gestionado nada, ni podía demostrar un mínimo de eficiencia y resultados; pero sabía tocar las teclas en el piano venezolano de frustraciones, ilusiones y esperanzas.
Hay “moralistas” que tienden a contentarse con las intenciones, pero personas de conciencia, con solo buena intención pueden hacer (y hacen) grandes males, mientras que con intenciones no tan nobles, se puede hacer mucho bien. También los cristianos podemos ser ingenuos al sobrevalorar las buenas intenciones, sin exigir los frutos correspondientes. Los males políticos y económicos exigen respuestas efectivas expresadas en hechos y soluciones. Por ejemplo, con intención de hacer un bolívar fuerte terminaron devaluándolo en más de 1.000%, o  por controlar un precio lo disparan hacia arriba.  La intención apenas es una parte. En esto tienen razón los liberales cuando dicen que el “egoísmo” concentrado en obtener buena ganancia puede llevar a un restaurante a producir mejor comida y más barata que otro dueño bueno, pero incompetente. El egoísmo centrado en ganar, con frecuencia da un excelente servicio al prójimo, aunque esto choque a oídos cristianos.
Los venezolanos tenemos que reconstruir la política produciendo resultados y no volver a jugar a la ruleta, confiando en el mejor vendedor de ilusiones, sin honradez ni capacidad.  
Tengo un amigo que trabajó con entusiasmo revolucionario en La Vega y puso todo el esfuerzo tras muchos proyectos y carteles que prometían millones en mejoramientos en las diversas zonas de este populoso conglomerado. Se fue desilusionando y se ausentó de Caracas unos años. Al volver, la nostalgia y las amistades le llevaron a recorrer los barrios y visitar a los amigos y se encontró con cementerios de proyectos y tristes relatos de ineficacia y corrupción que habían ahogado las buenas intenciones, ilusiones y necesidades de la gente.
En este momento hay un gran desencuentro entre las necesidades políticas y las respuestas efectivas. El punto de partida es que en Venezuela la producción política es muy inferior a lo que necesitamos, en cantidad y en calidad. Las demandas políticas y las ofertas distan tanto entre sí, que hay peligro de que a la actual frustración y desesperanza la sustituya en un año otra depresión. Y esto no se resuelve con un juego de mercado donde la población se limita a pedir y los políticos se ajustan verbalmente a esas demandas. Hay que elevar la productividad política de cada uno y del todo.
Este grave déficit requiere una población políticamente productora; habrá éxito si los ciudadanos y los dirigentes políticos se exigen, apoyan y trabajan juntos para lograr producciones políticas y virtudes ciudadanas específicas. Hoy, luego de 16 años de promesas, recorrer La Vega de un extremo al otro es avanzar en un basurero continuado, con un tráfico desagradable y desordenado, sin plazas, ni árboles, ni jardines, ni autoridad; atrapado en la inseguridad, las colas y el ruido. La vida es precaria, pesada e ingrata, y luego de un gobierno que se autoalaba como poder de la gente y para la gente. Es imposible avanzar si no se logra que la propia población se siente productora de nuevos niveles de convivencia y calidad política; productora y beneficiaria. Lo mismo ocurre en la macropolítica nacional, en la que la producción política es más deficitaria que la de caraotas y café.
El cambio es posible y tenemos excelentes experiencias multiplicables. Pero es exigente y tenemos que nacer de nuevo a la producción ciudadana, luego de  tan grave desastre, que ha dejado los anaqueles políticos arrasados y vacíos.

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