BEATRIZ DE MAJO
Fueron muchos los meses que los partidos secesionistas le dedicaron a convertir la elección de las autoridades catalanas en un referéndum regional. Ganaron en buena lid la mayoría en el Parlamento catalán. Lograron convencer a sus coterráneos de que una separación de España les rendiría buen beneficio. La oferta electoral de quienes se juntaron ante los votantes giró mucho más en torno a lo que la región más rica, industriosa y trabajadora del país ganaría separándose del resto y poniendo a valer sus fortalezas a escala europea y global, que en torno a las dificultades propias de la cotidianeidad de los ciudadanos. Una suprema irresponsabilidad, una crasa equivocación en asuntos fundamentales y estratégicos, pero, a la vez un tema que congrega pasiones como solo los españoles en Europa son capaces de enarbolar.
Pero lo que ganó en los comicios del domingo no fueron los argumentos de los apasionados separatistas. Mirando la otra cara de la moneda, la de los perdedores, fue una apatía supina, una flojera monumental, la abstención en una votación clave para el futuro del país, lo que va a poner a España en una crisis política de proporciones épicas en un momento en que se necesita cada gramo de la energía de los ciudadanos para terminar de sacar al país ibérico de la crisis económica que el país entero desea superar.
Lo que el proceso español nos deja como enseñanza, más allá de la crasa y costosa equivocación de los líderes independentistas, capaces de llevar ciegamente al abismo a una región que es la promesa de un futuro más sólido para los españoles, es que la indiferencia y la falta de compromiso de la ciudadanía, de cara a los hechos públicos que los afectan, es capaz de darle la victoria a quienes no lo merecen. Aunque no alcanzaron 50% de los votos unitarios, lo que sí habría sido un duro mensaje al resto de la población, la victoria parlamentaria (frágil ella, también, por la composición de la alianza), les servirá para torcer los hechos y seguir enarbolando la bandera de una España sin los catalanes.
Mirarse en ese espejo es lo que nos toca a los venezolanos. Todo indica que las elecciones parlamentarias de diciembre serán un duro castigo al gobierno por los desastres que han llevado a la población a vivir el peor de los momentos de su historia. Pero para ello es preciso dejar a un lado la apatía y estar presentes en la urna empuñando una contundente manifestación de voluntad, un voto de repulsa. Si los resultados dan la victoria a la oposición, es preciso que ella sea inequívoca, que no quepa duda de que la necesidad de un cambio radical se impone por voluntad de los ciudadanos.
Una victoria numérica de la unidad opositora no es suficiente… pero lo será para la revolución que reconocerá la mayoría, se dará un baño internacional de popularidad y de democracia con el hecho electoral interpretado a su manera… para seguir haciendo más de lo mismo: la desgracia de los administrados, la quiebra del país y el completo caos social.
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