domingo, 20 de septiembre de 2015

EL JUICIO PROVERBIAL

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ELIAS PINO ITURRIETA

Si consideramos que Maduro y sus operadores políticos tienen el pendejo muy lejos, es importante la lección que podemos sacar del juicio llevado a cabo de forma tan arbitraria contra Leopoldo López. Imaginaban en la víspera del proceso la repulsa de la ciudadanía y las reacciones negativas que se darían en las democracias de Europa y América Latina ante una cadena de audiencias amañadas. No les importó, sin embargo. Si consideramos que ese tipo de mandones no da puntada sin dedal, no solo confirmaremos su falta de escrúpulos, sino también, especialmente, cómo quieren que los veamos en adelante cuando queramos desplazarlos del poder. Todo lo tenían calculado. Nos quieren restregar una imagen de lo que le espera a la sociedad civil cuando resuelva recobrar sus fueros.
Se aprovecharon, en primer lugar, de una actividad desgajada de las decisiones de la MUD. Consideraron que la persecución del promotor de un movimiento que no contaba con el apoyo de la mayoría de las organizaciones  políticas de oposición sería cuestión de coser y cantar; o, por lo menos, la oportunidad de realizar una arremetida que no produciría la reacción inmediata del resto de la dirigencia. Pensaron que tenían tiempo de sobra para  ensayar los movimientos en un tapete de iniquidad que no parecía contar con rivales numerosos o realmente interesados, para sorprender con una celada contra una pieza solitaria, ante cuyo acoso podían prepararse sin prisas porque nadie de la mayoría de los partidos los apremiaba. Mientras las cabezas de la MUD averiguaban lo que sucedió de veras en las manifestaciones convocadas por López y los detalles de su sorpresiva entrada en la boca del lobo, urdieron un plan que no solo consistía en la anulación de un líder que les sacaba demasiada roncha, sino también en el ocultamiento de los delitos y los crímenes cometidos por sus esbirros en la represión de las algaradas.
Lograron así que se esfumara la responsabilidad de quienes mataron, torturaron y prodigaron peinilla durante esos terribles días. Hay un solo culpable, decretaron en forma apabullante a través de los vehículos de su hegemonía mediática, para que los canallas sedientos de sangre que actuaban en el control de las manifestaciones hicieran mutis por el foro sin que el público lo advirtiera a cabalidad. Pero también se propusieron la maroma de convertir una reacción legítima contra el mal gobierno en un atentado contra el pueblo virtuoso que fue invadido por unos energúmenos sin moral ni piedad. Fabricaron un “Comité de víctimas de las guarimbas”, que procuraría justicia con el apoyo del vicepresidente contra las mesnadas macabras de Leopoldo López.
Cuando el resto de la oposición reaccionó contra un descarado hostigamiento, al cual se agregó la prisión también injustificable del alcalde Antonio Ledezma, promovieron una mayor campaña de descrédito contra la pieza que más les importaba en la cacería. Cuando sucedió la reacción compacta de los líderes de la MUD y del pueblo en general contra un proceso viciado desde sus orígenes, el régimen jugó la carta que reservaba bajo la manga de una mano larga y de afiladas uñas. ¿Qué hizo? El presidente de la república y el presidente de la AN condenaron a López antes del juicio. En múltiples intervenciones públicas lo presentaron como “el monstruo de Ramo Verde”, para fomentar una matriz de opinión alrededor de un malhechor irredimible. La flagrante violación de la división de los poderes públicos que significó la calificación negativa del detenido, llevada a cabo con ostentación por los representantes de las más altas instancias del Estado sin jurisdicción en el ramo judicial, cerró el funesto círculo que habían diseñado desde la entrega de un político prometedor contra quien habían fallado de antemano.
Todo frente a los ojos de todos, sin ocultar siquiera detalles capaces de provocar náuseas aquí y en el extranjero. El madurismo se propuso ser altisonante en la divulgación de las desvergüenzas resumidas en un episodio que exhibió como prefacio de lo que hará cuando lo pongamos en la orilla del precipicio. Ya lo saben, están advertidos, nos ha dicho a través del bochornoso proceder. De allí la trascendencia del juicio. 

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