EL GRADO CIEN DE LA DESCONFIANZA
TULIO HERNANDEZ
I. Son sucesos distintos pero con repercusiones comunes. La arremetida pública de Luisa Ortega, la fiscal general de la nación, contra las violaciones de la Constitución por la cúpula que nos gobierna. Y el episodio cinematográfico protagonizado por el policía de élite Oscar Pérez, al surcar el cielo de Caracas con un helicóptero desde el que tiroteó y lanzó varias granadas contra las sedes del TSJ y el Ministerio del Interior.
Se pueden buscar muchas analogías. Ambos hechos hablan de la descomposición creciente de un gobierno que comienza a experimentar deserciones en sus filas. Ambos ponen en escena escaramuzas de guerra. Una jurídica. Otra militar. Ambos son iniciativas espectaculares, en el sentido literal del término. Fenómenos mediáticos con protagonistas dramáticos. La mujer valiente que se rebela contra el poder implacable del cual ha formado parte por largos años. El superpolicía que ataca en solitario dos sedes cruciales del gobierno rojo y luego en un video, cuidadosamente planificado, reivindica el sentido rebelde de su acción.
II. Esas son las coincidencias evidentes. Pero existe una más, muy significativa, que se expresa en el sentimiento de confusión, duda, sospecha y suspicacia que ambos eventos suscitan entre la población no hipnotizada por la propaganda chavomadurista.
Apenas la fiscal entró en escena denunciando el carácter inconstitucional del gobierno rojo, una buena parte del mundo opositor, especialmente aquel muy activo en las redes sociales, comenzó a alertar que se trataba de una treta. De otro engaño. Una jugada del gobierno para distraer la atención. Que muy pronto la fiscal se retractaría y el juego quedaría al descubierto. Que “tarde piaste”. Que “¿por qué no hablaste antes pajarita?”.
Lo mismo ocurrió con el video del helicóptero mostrando un cartel que convocaba al derecho a la rebelión popular establecido en la Constitución. A la media noche del día martes 27 me encontraba con un grupo de venezolanos de la diáspora discutiendo si se trataba de un montaje o de un hecho real. Si el hombre, el Rambo light que aparecía en el video era un actor o un policía de verdad. O si se trataba de un policía de verdad pero enviado por el gobierno para cazar militares tontos que declararan públicamente su apoyo a la escaramuza y así avanzar en la depuración de las fuerzas armadas.
Con el paso de los días, los ataques despiadados de la jerarquía roja a la fiscal y la persistencia de sus acusaciones comenzaron a inclinar la balanza a su favor. Sumando apoyos y reduciendo detractores. Lo mismo ocurrió en cuestión de días con Oscar Pérez. Disminuyeron los memes burlones y fueron creciendo testimonios personales de tuiteros que decían conocerle y de reportajes periodísticos que daban fe de su pertenencia al Cicpc y de su condición de hombre adiestrado en el buceo, el paracaidismo, las artes marciales y, obvio, el manejo de aeronaves.
III. La epidemia de sospechas, la duda permanente en torno a lo que vemos y escuchamos, la sensación creciente de que somos víctimas permanente de un gran engaño, la incertidumbre sobre si lo que circula en las redes y en los medios es un montaje o un hecho real, eso que se ha conceptualizado como la posverdad, ha adquirido en Venezuela visos dramáticos.
El desmontaje del sistema de medios privados y la conformación de un emporio mediático oficialista; el asedio al periodismo independiente; la conversión de la mentira y el simulacro en una clave del discurso oficial; la desvalorización de la palabra, y el uso manipulado de las redes sociales por parte de los laboratorios de Miraflores han colocado a los venezolanos en el grado 100 de la desconfianza.
Nos cuesta distinguir entre verdad y mentira. Realidad y ficción. Olla podrida y condumio sano. Información y manipulación. Verdad histórica y contrabando ideológico. Dudamos de nuestros propios líderes democráticos. Nos tragamos el contrabando de las redes oficialistas para dividir.
Restituir la confianza será también una de las tareas fundamentales de la reconstrucción.
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