domingo, 31 de enero de 2010

Chávez y el fin de su etapa democrática

"Chávez no es sanguinario, Chávez sabe retroceder, nada tan lejos de Chávez como la figura del dictador cruel que se solaza con la aniquilación del enemigo", solía decir un amigo, personificación de lo que en algún tiempo se llamó el "chavismo light". La tesis, en realidad, resultaba injusta y mezquina con la figura de un hombre que, pese a las diferencias capitales entre sus sueños alucinados y la realidad verdadera, tiene un proyecto entre cejas dentro del cual, evidentemente, su permanencia indefinida en el poder resulta ingrediente básico.

La muerte de dos estudiantes y las decenas de heridos de la última semana, a causa de los ataques desatados contra la ola de manifestaciones en todo el país, no son obra de un gobierno que está defendiendo la institucionalidad y pretende reafirmar el principio de autoridad a un grupo de revoltosos, cuyas acciones se enmarcarían en una conspiración nacional e internacional para derrocar al Presidente, tal y como este señala para justificar la dureza de los órganos represivos, tanto los oficiales como los irregulares.

Cómo se fabrica un conflicto Se trata, en realidad, de un plan minuciosamente calculado a partir de una decisión arbitraria (el cierre de RCTV Internacional) cuyas consecuencias resultaban obvias, a la luz de la experiencia de mayo del 2007, cuando la inesperada emergencia del movimiento estudiantil tomó por sorpresa a todo el país, comenzando por el propio Gobierno. Es así cómo los estrategas de la sala situacional de Miraflores deben haber previsto que la salida de RCTV de la televisión por cable generaría una reacción similar a la de hace ya casi tres años, como efectivamente ocurrió. Estudiantes en la calle, repulsa nacional e internacional, agitación, y caos.

Pero más allá de la sensación de poder inducida por la certeza de manipular la realidad para que esta se amolde a determinados objetivos, surge una interrogante cuya respuesta, en principio, pareciera obvia. Si bien, se repite un hecho (el cierre), ocurren reacciones previstas (manifestaciones y violencia) y ahora, como en 2007, hay un proceso electoral en progreso, las circunstancias son otras. En aquel momento, Chávez venía de una clamorosa reelección, el país permanecía embebido en la abundancia de petrodólares, la gobernabilidad estaba garantizada (en apariencia) y Chávez, sintiéndose fortalecido, decidió que era hora de apretar el acelerador de la revolución (recuerden los famosos motores). Fue así como estatizó Cantv, y La Electricidad de Caracas para ordenar, con meses de anticipación, el cierre de RCTV ante un país entregado a sus designios con fatal estoicismo. Sabemos lo que ocurrió. Los estudiantes voltearon la tortilla, el primer crimen de RCTV no quedó impune y Chávez fue derrotado el 2 de diciembre.

En esta oportunidad la popularidad del Presidente no sólo se reduce numéricamente sino que, incluso, quienes aún están con él han perdido la fe original y su apoyo carece de la solidez de otros tiempos. El país se debate en medio de una macrocrisis general: racionamiento de agua, colapso eléctrico, violencia imparable, devaluación, inflación, escasez de alimentos y un creciente resentimiento que ahora se concentra en quien, a su vez, por centralizar todo el poder en sí mismo, es el único responsable de las calamidades.

Así las cosas, entonces, ¿por qué antes que ensayar una tregua, redefinir estrategias y apoyarse en la mayor cantidad de factores para ganar piso político y afrontar los problemas, Chávez hace exactamente todo lo contrario? No resulta tan difícil colegir que un acuerdo nacional, vale decir, inclusión, reunión, conjunción y diversidad de sectores en un solo propósito, gesto democrático por excelencia, frenaría el proceso revolucionario, implicaría una inevitable redefinición de sus objetivos políticos y, a la postre, significaría su salida del poder. Antes que defenderse ataca y acusa a sus "enemigos" de estar haciendo lo que él precisamente intenta fomentar: una violencia que justifique la adopción de medidas "extraordinarias".

La fuga hacia adelante Para Chávez, a estas alturas del proceso, resulta imposible retroceder, aun cuando sea parcialmente, como lo hizo en otras épocas, porque hacerlo significaría el fin y, por eso, a la par que llama a la concordia y exige a sus opositores que hagan política (como si estuvieran haciendo otra cosa) y vayan a un referendo, al mismo tiempo advierte que "no hay marcha atrás" y que si por alguna razón acuden a la violencia, "los barreríamos".

De allí que lo suyo sea, ahora, una fuga hacia adelante que implica el desapego creciente de las formas y las prácticas democráticas, en beneficio de la represión y de la violencia. Por eso, afirmar que "Chávez no es un hombre cruel y/o sangriento quizás pueda corresponderse con algún momento "del proceso" durante el cual consideró innecesario acudir a estos extremos, máxime cuando el apoyo mayoritario de la población no exigía soluciones tan drásticas. Pero la realidad es que el origen del Chávez político está signado por la violencia y ese sigue siendo su sino. Así, el asesinato de los dos estudiantes de Mérida, como consecuencia de un desarrollo planificado, proviene, a su vez, de una concepción según la cual todo lo que vaya en beneficio de la revolución ("Su Moral y la Nuestra", Trotski) no sólo es admisible sino necesario. No se trata de matar por matar, sino de costos inevitables dentro del avance hacia el establecimiento de un régimen socialista de acuerdo con la idea que de él se ha hecho Chávez.

No obstante los aditamentos nacionales y su muy personal estilo, que se sintetizan en evolución dentro de la revolución y un desarrollo lento pero progresivo en la cooptación de los poderes y en la revelación de su real propósito (bolivariano en 1998, socialista en el 2004, marxista en el 2010), así como la anomalía, que no lo es tanto, de llegar al Gobierno por la vía electoral o institucional (Hitler y Mussolini lo hicieron), Chávez termina desembocando en el previsible escenario de los regímenes totalitarios del siglo XX.

A estas alturas ya la etapa democrática parece definitivamente agotada, la pérdida de apoyo popular, fuente de deslegitimación, lo obliga a apresurar la marcha y el plan puesto en práctica a partir del 23 de enero parece apuntar hacia la creación artificial de un ambiente de caos (ahora se acentúa el papel de las brigadas de choque, las camisas rojas de Lina Ron y los Tupamaros de Mérida, que disparan contra la GN e incendian dependencias universitarias) para impedir, dilatar o, al menos, entorpecer, la celebración de las elecciones parlamentarias del 2007, a partir de las cuales podría comenzar el desmontaje del entramado de poder absoluto que comenzó a urdir desde hace casi once años.

Roberto Giusti
EL UNIVERSAL

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