¡Serénese!: todavía está a tiempo
Argelia Ríos
Nos ha ocurrido a todos, Presidente. La suya no es una sensación excepcional. Todos estamos expuestos a momentos de agotamiento y fatiga. Lo inconcebible es desfilar por la vida sin experimentar el hartazgo. El cansancio, comandante, siempre está al acecho. Tenga presente que hasta las rutinas más placenteras pueden desembocar en el desgano. Tras once años de su ascenso al poder, es natural que se encuentre usted atrapado en los sofocones de la saturación. A decir verdad, Venezuela entera se halla en su misma circunstancia. El jaleo en que nos hemos envuelto ha sido intenso: muy pocos conservan la frescura y el ímpetu de los primeros tiempos. Aunque se afane en aparentar lo contrario, no hay posibilidad de ocultar lo evidente: su Gobierno está hecho polvo. Usted y su equipo no dan para más: todos están extenuados, presos de la postración. A estas alturas son demasiado densas las certezas sobre su ineptitud irremediable: el país, Presidente, no le ve resolviendo ningún problema; y lo peor, no le identifica ya aptitud ni voluntad para hacerlo. Los venezolanos le observan consumido, agobiado, ayuno de creatividad y brío. La inercia es el mar arado de su naufragio: es el siniestro en el cual su palabra -la gran aliada de otrora- degeneró en repetición automatizada, desprovista de novedades y brillos.
Sí, comandante: el cansancio que le agobia es más fuerte que el esfuerzo por justificar su deseo de quedarse para siempre. Cualquiera en su lugar consideraría con humildad esa aspiración. Es poco lo que, en este momento, puede usted hacer al respecto: el país que le ha acompañado con tanta fe en este recorrido, está saciado de su presencia y del agite que provoca. No es exactamente desamor: digamos que se ha extendido una ola de aburrimiento profundo. El tedio es general: la languidez de su tren ejecutivo, de toda su burocracia, son un dato durísimo de la realidad. Usted lo sabe y se le nota. La gestión revolucionaria está encasquillada y sólo consigue exhibir negligencia y desidia; abandono y monotonía. Las peleas a su alrededor son un indicador. Sus círculos íntimos, que le conocen mejor, perciben en usted a un líder desgastado, cuya capacidad de maniobra está golpeada por la desconfianza que afectó su credibilidad y su destreza para contar cuentos. Usted ya es el pasado, comandante: quienes están a su lado temen hondamente que sus delirios les impidan una solución honrosa al enredo nacional y a los dramas personales.
El decaimiento es sintomático. Un hombre honesto sabría recoger velas a tiempo para construir un final feliz. Un buen final para sí mismo, para los suyos y para el país. Lo otro sería un acto de traición. Véase hoy al espejo e imagínese en 2021. ¿De verdad le gustaría lucir tan patético? Todo está al descubierto: piénselo serenamente. Todavía está a tiempo de regalarse un cierre con broche de oro en 2012.
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