ARGELIA RÍOS |
EL UNIVERSAL
Chávez solía hacerlo. Apenas sentía la menor amenaza, el comandante tronaba para advertir que el diluvio arrasaría con todo cuanto se encontrara a su paso. Colocada frente a un exigente cuadro electoral y social, "la sucesión" repite la historia para intentar convencernos de que también ella está dispuesta a desbordar todo su torrente destructivo con tal de retener el poder. Es una ecuación elemental donde los asuntos se jerarquizan conforme a los exclusivos requerimientos de la política. En nuestro caso, de los inmediatos intereses comiciales del oficialismo y de las urgencias que Maduro seguirá encarando para eludir el riesgo de una interrupción anticipada de su mandato.
La economía no es la prioridad de esta historia: sólo los gobiernos normales temen a las consecuencias de los desequilibrios. En procesos como el que padecemos, la profundización de las calamidades financieras son "daños colaterales" que el Estado suele administrar con sus instrumentos represivos. Los escrúpulos no juegan: la nomenclatura venezolana actúa conforme al protocolo de sus semejantes y ha hecho lo que necesitaba para renovar la lucha de clases y cohesionar sus fuerzas.
Al pueblo bolivariano se le acaba de dar una razón para renovar sus expectativas. La "batalla contra la especulación" es el incentivo con el cual Maduro ha intensificado la polarización, en un forzado intento por perfilarse como lo que Chávez fue: un pater familias ficticio que hace "justicia" en favor de los necesitados, para comprar tiempo y postergar así el momento del inevitable agotamiento de la paciencia. Lo que hace el régimen es tramitarse una sobrevivencia de mínimo aliento, una semana tras otra, rozando los límites de lo tolerable y abusando de dos factores clave: de su confianza en la FANB y de la mansedumbre con que hasta ahora los venezolanos están llevando la cruz del caos, el tercer vértice que, junto a la carestía y la inflación, conforman el triángulo letal de nuestra tragedia.
Estamos frente al viejo truco de la manipulación de las percepciones, con la que el oficialismo se esfuerza en neutralizar las dramáticas diferencias entre el socialismo dispendioso de Chávez, y este otro de Maduro, cada vez más parecido al de la Cuba misérrima de los Castro. De eso también se trata todo este agite: de reanimar a las desmovilizadas masas bolivarianas, cuyos apoyos pasivos le serán inútiles a "la sucesión", si la anarquía despedazara los diques que hoy la contienen. En ese caso, Maduro necesitará al pueblo revolucionario en la calle, haciendo de escudo humano: una empresa que exigirá nuevas iniciativas robinhoodianas, cada una de las cuales sumarán al caos invivible que las autoridades están subestimando. Vamos hacia ese cuadro aciago.
Argelia.rios@gmail.com Twitter @Argeliarios
La economía no es la prioridad de esta historia: sólo los gobiernos normales temen a las consecuencias de los desequilibrios. En procesos como el que padecemos, la profundización de las calamidades financieras son "daños colaterales" que el Estado suele administrar con sus instrumentos represivos. Los escrúpulos no juegan: la nomenclatura venezolana actúa conforme al protocolo de sus semejantes y ha hecho lo que necesitaba para renovar la lucha de clases y cohesionar sus fuerzas.
Al pueblo bolivariano se le acaba de dar una razón para renovar sus expectativas. La "batalla contra la especulación" es el incentivo con el cual Maduro ha intensificado la polarización, en un forzado intento por perfilarse como lo que Chávez fue: un pater familias ficticio que hace "justicia" en favor de los necesitados, para comprar tiempo y postergar así el momento del inevitable agotamiento de la paciencia. Lo que hace el régimen es tramitarse una sobrevivencia de mínimo aliento, una semana tras otra, rozando los límites de lo tolerable y abusando de dos factores clave: de su confianza en la FANB y de la mansedumbre con que hasta ahora los venezolanos están llevando la cruz del caos, el tercer vértice que, junto a la carestía y la inflación, conforman el triángulo letal de nuestra tragedia.
Estamos frente al viejo truco de la manipulación de las percepciones, con la que el oficialismo se esfuerza en neutralizar las dramáticas diferencias entre el socialismo dispendioso de Chávez, y este otro de Maduro, cada vez más parecido al de la Cuba misérrima de los Castro. De eso también se trata todo este agite: de reanimar a las desmovilizadas masas bolivarianas, cuyos apoyos pasivos le serán inútiles a "la sucesión", si la anarquía despedazara los diques que hoy la contienen. En ese caso, Maduro necesitará al pueblo revolucionario en la calle, haciendo de escudo humano: una empresa que exigirá nuevas iniciativas robinhoodianas, cada una de las cuales sumarán al caos invivible que las autoridades están subestimando. Vamos hacia ese cuadro aciago.
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