Luis Pedro España
Estamos a escasas dos semanas de los comicios municipales. El evento se ha convertido en una elección cuyas lecturas van a ser mayores que las motivaciones que tuvieron los electores. Para unos, el porcentaje de la población más politizado, esta elección es un plebiscito. Puede que casi ya más de 30% de la población sabe lo que hay detrás de cada consulta popular. El gobierno siempre se adjudica mayores permisos de los que en verdad se le han dado. Por ello y sin importar la cualidad del candidato, para estos electores votar por la oposición es una línea.
Algo similar ocurre del lado del oficialismo. Parte convicción, parte interés y, la más importante, parte por dependencia socioeconómica del gobierno, estos también votaran por cualquiera que ponga el jefe de la clientela. Es así como para estas elecciones, así como las anteriores, la suerte estará del lado de ese 40% de venezolanos que por distintas razones se sienten no alineados.
Por lo poquito que van diciendo las encuestas, parece que el resultado en número de alcaldías será de un tercio para la oposición y el resto para el gobierno. Como el tercio de las alcaldías que ganará la MUD son las más pobladas, la votación seguramente será 50-50. Similar al resultado del pasado 14 de abril.
Varios eventos no medidos pueden hacer variar de manera importante este resultado. El “efecto Daka”, puede haber favorecido al gobierno al inicio, pero sus consecuencias ya visibles de desabastecimiento, abuso, discrecionalidad, recesión y desempleo pueden contrarrestar su primer impacto, lo que a su vez puede que tampoco logren medir las últimas encuestas que se hagan.
En todo caso, la volatilidad de la opinión pública quizás sea mucho mayor que la que tienen las preferencias políticas. Por ello no resulta descabellado afirmar que las elecciones del 8-D no van a ser tan malas para la oposición, como aspiraba el gobierno después de su operación electorera y suicida, pero tampoco serán tan desastrosas para el gobierno como cabría esperar después de este año de preajuste económico y, especialmente, del ajuste que nos viene en 2014.
Si ese resultado tiene lugar, pues, ni el gobierno va a tener fuerzas y respaldo para pasar liso en materia de gobernabilidad, ni la oposición tendrá cómo plantearse de manera nucleada una propuesta electoral tipo reforma constitucional, referéndum revocatorio o cualquiera de los dispositivos de salida de emergencia que están previstos en la Constitución.
Lo anterior es una mala noticia. Por un lado, y a corto plazo, el gobierno va a leer que le dieron permiso para seguir loqueando y, por el otro, la difícil tarea de consolidar una ruta y un liderazgo nacional opositor puede correr el riesgo de los loquitos de siempre.
Obviamente, es posible exactamente lo contrario. Que 52% o más de votos nacionales que pueda obtener la oposición sirva, en un contexto de agravamiento de la situación socioeconómica, como recurso al cual apelar para darle al país una nueva viabilidad política con bases constitucionales. Como se recordará, los constitucionalistas y el país “compraron” el alargamiento del período presidencial porque se crearon medios legales para acortarlo, de presentarse una crisis como la que se nos viene encima. De allí, como tantas veces se ha dicho, la importancia de estas elecciones para augurar caminos en el futuro.
Si, como se está previendo, el resultado del voto nacional no será holgado para nadie, entonces las interpretaciones cualitativas van a ser importantísimas. Caracas, como gran vitrina nacional, será la primera en marcar al “ganador nacional” con sus resultados. Posteriormente, algunos emblemas como Barinas, Maracaibo y San Francisco, Valencia y Maracay, serán el complemento del nuevo mapa político.
En definitiva, y aunque como en muchas otras oportunidades este no es otro nuevo último capítulo, la cosa está tan compleja y peligrosa para el futuro que, por favor, salga a votar.
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