Argelia Ríos
Esto no es un diseño concebido únicamente para mejorar el potencial electoral del oficialismo. Estamos ante lo que Chávez llamaba un “salto adelante”; sin duda, el más ambicioso y temerario de todos cuantos se han producido a lo largo de catorce años. Lo que está en desarrollo es una operación redonda para completar la imposición de un implacable modelo de dominación social: una ofensiva destinada a aplastar -ahora sí definitivamente- al país democrático y a todo vestigio de independencia y autonomía.
El objetivo no es sólo exterminar a la MUD, a Capriles, o a “los que se meten en política”: el blanco es toda la sociedad venezolana, a la que se busca convertir en servidumbre de las insolentes orgías corrompidas que mantienen secuestrado al poder. Ni los indiferentes serán absueltos, porque el esquema nos requiere a todos plegados, resignados y comprometidos.
Ahora sí vienen por todo y con todo, blandiendo las armas de la represión y arropados en una coartada ideológica con la cual nos plantearán la peor de las luchas de clases que hemos visto en los últimos tres lustros… La escasez de recursos y la ruina económica no los detendrán: al contrario, toda esa desgracia será el telón de fondo de la confrontación entre “ricos” y “pobres”.
Aunque se muestren arrogantes y altaneros, quienes están motorizando este asalto final no tienen el poder ni el liderazgo para hacerlo: Maduro y compañía son fieras heridas y han emprendido esta aventura porque no disponían de otra alternativa. La nomenclatura identificó la inminencia del derrumbe y se anticipó para lanzar un hachazo al aire, en plan de declaración de guerra a muerte. Con el tiempo en contra -y en medio de una economía encaminada hacia la quiebra- los “herederos” han elevado sus lanzas en esta crucial batalla por la sobrevivencia, convencidos de que el país reaccionaría muy pronto ante su acelerada devastación.
La parada de Maduro y de sus generalotes es una huida hacia adelante en la que todos fingen ser superiores a lo que en realidad son. Como siempre, confían en que sus contrarios vean en ellos atributos y condiciones de fortaleza que no poseen y que les son necesarias para inocularles más miedo a los ciudadanos.
El país opositor no debe colaborar en la tarea de convertir en gigantes a los enanos. Chávez sí era un “hombre fuerte”: éstos no lo son. Ante ellos no cabe sucumbir, como nunca se sucumbió frente a quien sí tenía los galones de comandante. El hecho de que sean más peligrosos sólo sugiere que el esfuerzo y el compromiso habrán de ser mayores. Capriles ha convocado a la calle, en un claro replanteamiento de la lucha democrática. La represión dejará de serles barata. Vamos hacia un cuerpo a cuerpo; hacia un inevitable choque de trenes.
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