Matt Brown/Dan Restrepo
El Páis
Cuarenta años después del golpe militar que implantó en Chile la dictadura de Pinochet, el país se dispone a iniciar un nuevo capítulo de su historia. Pero existen obstáculos procedentes del pasado que siguen estorbándole el camino.
Este domingo, las hijas de dos generales, dos amigos que se encontraron en bandos opuestos del golpe, se disputarán la presidencia. Michelle Bachelet, expresidenta e hija del general Alberto Bachelet, que se opuso al golpe, compite con Evelyn Matthei, hija del general Fernando Matthei, que lo apoyó y dirigió la prisión en la que torturaron y mataron al anterior. ¿Vamos a presenciar un enfrentamiento dramático?
No parece. Cuando Bachelet abandonó el poder, hace cinco años, tenía el mayor índice de aprobación obtenido por cualquier político chileno en la historia, más del 85%. La constitución chilena, que prohíbe que los presidentes se presenten a la reelección de forma consecutiva, fue lo único que la apartó del cargo. Hoy, los sondeos indican que casi la mitad de la población va a votar por ella en la primera vuelta. Matthei no atrae más que el 14% del voto, y el resto se reparte entre independientes.
En función de la participación —son los primeros comicios en que no es obligatorio votar—, es muy posible que Bachelet sea elegida sin necesidad de segunda vuelta.
Lo que de verdad está en juego el domingo son dos cuestiones: la primera, si la coalición de Bachelet, Nueva Mayoría, logrará obtener una victoria suficiente en el Senado para impulsar su programa reformista; y la segunda, si podrá canalizar la energía del reciente malestar civil hacia un movimiento para el cambio que sea sostenible.
Sobre el sistema electoral de Chile, diseñado por Pinochet en 1980, pesa una sombra alargada. La ley empuja a los partidos a formar coaliciones de centroizquierda y centroderecha y, al mismo tiempo, distorsiona la representatividad de cada coalición. Salvo que una de las dos partes obtenga dos tercios de los votos en una circunscripción concreta, los dos escaños disponibles se reparten entre ellas.
Muchos chilenos temen que, si no obtiene una mayoría holgada, el nuevo gobierno de Bachelet esté paralizado. Para llevar a cabo la reforma política, la constitucional y la muy necesaria reforma educativa, necesitará contar con dos tercios en el Congreso y el Senado. Sin esos márgenes, es muy posible que los sectores de la vieja escuela bloqueen o frenen sus propuestas.
Ante estas dificultades, Bachelet ha aprovechado estas semanas para empezar a construir política nueva y creíble,una nueva forma de hacer campaña y de gobernar. Bachelet empezó desde muy temprano a elaborar un relato sobre un movimiento permanente que ella encabezaría, pero que no se reduciría a ella.
Ese relato, que está desarrollándose mediante la utilización de las redes sociales y las nuevas técnicas organizativas en internet, subraya que, para que haya un cambio real, los chilenos deben movilizarse y participar no solo el día de las elecciones sino después, y seguir presionando a los líderes y los políticos cuando estén en el gobierno.
Durante las elecciones primarias celebradas este año, se vieron indicios positivos. Los votantes de Nueva Mayoría mostraron una participación muy superior a la de sus rivales de la derecha, y Bachelet obtuvo más del 70% de los votos emitidos. Si consigue unas cifras similares este fin de semana, habrá dado seguramente un gran paso hacia la construcción de un verdadero movimiento para el cambio. Ahora bien, la auténtica prueba será saber si la presidenta electa Bachelet podrá mantener el impulso de la campaña y encauzar su energía cuando tome posesión.
Matt Browne y Dan Restrepo son investigadores del Center for American Progress.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia
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