Luis Pedro España
El Nacional
Quienes me hayan concedido el honor de leer esta columna saben que somos fervientes creyentes del diálogo como forma de resolver las diferencias. Desde nuestra tradicional tribuna, la universidad, hemos intentado varias veces de promover ese diálogo. Digamos que hasta 2003 eso fue intermitentemente posible. Con magros resultados, porque a partir de entonces la cerrazón se apoderó del gobierno y nunca más fue posible hablar con nadie.
Hay que decirlo, entre votos y petrodólares creyeron que podían dominarnos a todos. Gracias a Dios eso no fue así. Unidad y liderazgos emergentes se encargaron de propinar reveces electorales, los que combinados con sus propios errores programáticos nos trajeron hasta este 2013, más que equilibrado, inicio de lo que será la transición política y económica de lo que no pudo ser, porque no podía serlo.
Incluso tras el ambiguo resultado de las pasadas elecciones, cualquiera que sepa sacar cuentas sabe que no hay condiciones para pretender gobernar bajo la lógica de la exclusión, ya no de partes cuantitativas, sino más importante aún, de consensos nacionales que pretendieron sustituirse por una nueva conciencia que sólo minorías privilegiadas (artistas, ideólogos y vanguardias partidistas) son capaces de respaldar, sin sacrificar, claro está, el boato materialista.
Pues bien, sea cual sea la causa, la urgencia de unos y la necesidad de otros, ha propiciado una reunión que promete ser el inicio de un diálogo.
Se requerirán muchas pruebas de semejante disposición después de tantas prácticas excluyentes. Después de tanto insulto innecesario y grotesco va a hacer falta no solo reuniones y declaraciones, sino evidentes pruebas de respeto, reconocimiento y, en especial, legitimidad de que el otro existe, tiene puntos de vista válidos para la patria y, por lo tanto, posibles de ser gobierno para intentar resolver los problemas.
Como esta no ha sido la primera vez que han amagado con el adversario, si no hay respaldos tangibles, entonces asistiremos a un nuevo episodio de trampita política, de jugarreta de corto plazo, de maniobra para viabilizar las costosas reformas económicas o, quién sabe, esto será otra “carambola de tres bandas” de las retorcidas mentes de los estrategas gubernamentales.
Pero si, por el contrario, efectivamente se deja a un lado la costosa, ineficiente y resentida práctica de los gobiernos paralelos (que no han servido sino de desaguadero del fisco), el tono del discurso abandona los insultos y, especialmente, se deja de criminalizar a la disidencia y se dan señales claras de amnistía a los perseguidos y detenidos políticos, pues, entonces se habrá dado un paso diferenciador que permitirá nuevos avances y ámbitos de encuentro que, con toda seguridad, el país recibirá con regocijo y esperanza.
La Navidad es una buena ocasión para hacer este planteamiento. Se le agradece al gobierno y a la oposición habernos dado esta oportunidad del encuentro. Pero sigue en manos de las autoridades insistir en el diálogo y demostrar que esta vez, efectivamente, va en serio y no, como en el pasado, asistimos a otra propuesta con pose de niño ofendido, el cual se valdrá de la primera excusa para hacer lo de siempre: insultar y polarizar.
Ojalá esta vez sea la diferencia. Ojalá el presidente Maduro tenga el valor de ser diferente.
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