martes, 17 de diciembre de 2013

GUERRERO CURTIDO
       Edgardo Mondolfi

EL NACIONAL
En esta época del año, en la que siempre corresponde recomendar un obsequio, pienso en las Memorias de Américo Martín, recientemente publicadas por la editorial Libros Marcados. La abultada trayectoria de este político, y sus innumerables peripecias vividas desde los tiempos de Pérez Jiménez, justifican cada página de los dos tomos que las integran, amén de la promesa, hecha pública por el autor, de acercarlas a estos tiempos a lomo de un futuro tercer volumen.
A la hora de escoger por dónde ensayar una aproximación a este recuento de nuestra historia política moderna y sus avatares, me permitiré el capricho de abordar el segundo tomo, aquel que se circunscribe a la década de los sesenta, a la lucha insurreccional y a la creación del Movimiento de Izquierda Revolucionaria que Martín cojefaturó al ocurrir la primera división de Acción Democrática justo al estrenarse esa década.
A diferencia de un caudal de testimonios autojustificativos de la lucha armada escritos de manera casi contemporánea a los hechos, lasMemorias de Martín vienen a formar parte, en este tramo inicial del siglo XXI, de una revisión sincera de aquella coyuntura como la han venido emprendiendo otros protagonistas, tales como Héctor Pérez Marcano y Rafael Elino Martínez. El desengaño es una de las claves que caracteriza la voz de Américo en estas páginas, pero también la honestidad y coherencia con que ha sido capaz de hablar del sistema que se propuso combatir y las rectificaciones que adelantó un sector de la izquierda desde que advirtió que el foquismo, el espontaneísmo y la guerrilla equivalían a un callejón sin salida.
Al igual que el capitán Marlowe al regresar de su propio infierno en la novela de Joseph Conrad, Martín se pasea al final de este tomo con la certeza de haber emprendido un viaje del que sólo pueden hablar con propiedad los que han habitado cerca de la locura. Como guerrero curtido, la necia nostalgia de la revolución armada no habita en el fondo de su alma ni forma parte de sus desvelos. De hecho, ya fuera de las armas y dispuesto a librar un debate capaz de rescatar a la izquierda del erial y la derrota, el autor refiere la oportunidad en que se encuentra con un grupo de jóvenes activistas que, de soslayo, le reprochan haber abandonado la causa armada. Y por ello dice, en voz alta, rememorando el episodio: “Sólo la lucha armada es revolucionaria, aseguran, sin dar un paso para incorporarse a ella”.Sólo Martín sabe lo que, en vida y sufrimientos, ha costado esa experiencia. Y como sosteniéndolo y potenciándolo, hay una actitud, una ética, en estas otras palabras suyas: “Ya no creo que para elaborar un nuevo cuerpo de ideas deba destruir el mundo entero, por una sencilla razón: ese mundo había nacido antes que yo y lleva consigo tesoros inmensos dignos de ser preservados, para lo cual es necesario librarse de ajaduras y retorcimientos”. No puede haber mayor renuncia al voluntarismo que esta sentencia ni, en suma, mayor esfuerzo por deslindar los mitos de la insurgencia de los años sesenta que este segundo tomo de sus Memorias.
 Si acaso hiciere falta agregar algo más a estas observaciones hechas a vuelapluma, supongo que no debería soslayar todo cuanto de aventura tiene este libro, ni la forma como su autor navega entre incidentes que aportan nuevas visiones sobre una época en la que, seducidos por la Revolución Cubana, sus protagonistas tendieron a confundir sus deseos con la realidad.

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