¿Plan
de la Patria?
Teodoro Petkoff
TALCUAL
El
presidente de la República, Nicolás Maduro, está mostrando algunos extraños
síntomas de perturbación anímica. Su más reciente jugada, ha sido la de
establecer condiciones para una reunión suya con los alcaldes no elegidos por
el chavismo.
Ellas
serían tres: que declaren el acatamiento a la Constitución Nacional, el
reconocimiento del presidente constitucional y la aceptación del Plan de la
Patria. Que se sepa, nadie, alcalde o no alcalde, ha planteado el desacato a la
Constitución Nacional.
Ella es
nuestra ley máxima y punto. Capriles, después de aquella infortunada
declaración en la cual desconoció la legitimidad del presidente, ha dado
suficientes demostraciones de haber rectificado aquel criterio. Ahora, por lo
que respecta al Plan de la Patria, conviene hacer algunas precisiones.
Maduro
probablemente le atribuya a ese plan virtudes semejantes a las de las leyes de
Moisés es su problema, pero para el común de los venezolanos ese plan no es
otra cosa que la denominación pomposa que se ha dado a lo que no es sino la
monda y lironda política pública del oficialismo. Nada menos pero tampoco nada
más. Con eso es más que suficiente.
Pero al
Plan de la Patria se ha pretendido, de pronto, darle un carácter de ley,
aprobada por la Asamblea Nacional, sin que (de paso) se hubiera cumplido con
los extremos legales requeridos para ello. Promulgado por decreto, conforme a
la atribución presidencial, que hace tal cosa posible, amén de legal, y que,
por tanto, le brinda toda la legitimidad que le desea el gobierno, se le
atribuye también la condición de una ley aprobada por la Asamblea Nacional.
Esto es absurdo. Al Plan de la Patria se le ha cargado con un doble valor
político. Decreto Ley presidencial, por un lado, y ley aprobada por el
Parlamento, por la otra. No sólo es absurdo, como ya señalamos, sino que revela
la precariedad del manejo legal del oficialismo. La condición de ley no le
añade nada al decreto, como parece creer aquel. Una vez dictado el decreto
presidencial este le da todo el peso legal necesario y en este caso, lo que
abunda sí daña, sobre todo porque afecta, sin duda, el sentido del ridículo del
Señor Presidente.
Pero,
oyendo a Maduro, uno creería que oponerse al Plan de la Patria equivaldría a
una suerte de traición. Obviamente, no es así. La oposición partidista, así
como cualquier venezolano, tiene todo el derecho a oponerse, siempre que lo
haga democráticamente, a cualquier plan o proyecto que elabore el gobierno.
Cuestionar ese derecho, que es lo que Maduro hace en la práctica, equivale a cuestionar
la naturaleza democrática de la sociedad venezolana. El presidente no puede
pretender que se atribuya a sus proyectos políticos una condición armórea, que
los sacaría del debate público, haciéndolos ajenos a cualquier forma de
escrutinio popular. La raíz de una sociedad democrática es el debate; ella es
hija del debate y así ha sido a través de los tiempos. También en Venezuela.
No hay comentarios:
Publicar un comentario