Ibsen Martinez
Quien quiera hacer valer su designio de “dialogar” con el gobierno hará mejor en invocar el señero ejemplo de Didalco Bolívar. No a Mandela.
De las perplejidades que depara la vida en este relleno sanitario con pretensiones de nación del siglo XXI que es Venezuela, está una que por largo tiempo me había inhibido de mencionar por no provocar innecesariamente la ira opositora en sazón pre-electoral.
Pero, traspuesta ya la fecha de la que Henrique Capriles colgó el Día del Plebiscito que Nunca Ocurrió, creo lícito desentonar un poco aunque más no sea para animar la plática de los mentideros. El tema de hoy, polluelos, son los voceros opositores partidarios del diálogo con el “madurismo” y su aliado mayor: la satrapía militar bolivariana.
Tal prédica no ha sido unívoca y se ha desplegado en innúmeras variantes, pero últimamente los partidarios de dialogar con los verdugos han echado mano a la memoria nada menos que de Nelson Mandela para justificar el papelón ( por decir lo menos) que hace quien propone el diálogo con quien, conocidos los resultados de las elecciones municipales “ordena y manda” que, pese a que Ocariz ganó de nuevo la alcaldía de Sucre, el “potro” Alvarez sea el “protector” del municipio, cargo que tenemos todo el derecho a suponer supone algo parecido al atropello de que, en 2008, fue víctima la voluntad popular al ignorar Chávez la legítima investidura de Antonio Ledezma, único alcalde mayor que reconozco, y “sobrevennirle” a Caracas un dizque gobierno paralelo e inconstitucional.
Algo he leído sobre la Suráfrica contemporánea y no me tengo por escaso de mollera, y, la verdad, no alcanzo a ver el paralelo que, en el debate blogósferico, se pretende tender entre los hechos y palabras de cualquiera de esos opositores venezolanos, algunos de ellos diputados a la Asamblea Nacional que, desde la madrugada del lunes 9 de diciembre, no cesan de exhortarnos a “dialogar” con la barbarie que entraña el solo nombre de Diosdado Cabello, y el inmortal recluso de la prisión de Robben Island.
Llegado aquí, ¿qué tal una digresión sobre la palabra “colaboracionista”?
2.-
No, mejor no hacer esa digresión.
Hice una pausa en la escritura de mi bagatela dominical para hacer pipí y fue en esa meditabunda postura, tan propicia a las grandes ideas, cuando recordé la ley de Godwin y lo pensé mejor.
Asi que dejaré la temeraria insinuación de que Juan Pablo Fernández o Edgar Zambrano, por citar dos arrebolados partidarios del apaciguamiento y la détente, sean colaboracionistas para el nunca jamás de la posteridad en el desprecio público. Mejor,mucho mejor y más entretenido, quizá, es traer a mi página la ley de Godwin.
¿Qué dice la ley de Godwin? Y yendo un poco más lejos, ¿quién diablos es Godwin?
3.-
Mike Godwin es un abogado estadounidense, experto propulsor de las fuentes abiertas en Internet.
Hace casi veinte años, comentando los debates y los foros abiertos en la red, Godwin formuló una “ley” que rige esos debates. Dice así: “A medida que una discusión online se alarga, la probabilidad de que aparezca una comparación en la que se mencione a Hitler o a los nazis, tiende a uno”.
Puesta en en latín vulgar, la ley de Godwin viene decir que mientras más se prolonga una habladera de huevonadas por Internet, aumenta la probabiliad de que alguien ( invariablemente un hiperbólico sabihondo que realmente no sabe de qué está hablando) compare la situación discutida con Hitler y los nazis.
Cuando eso sucede ¡y siempre sucede!, la discusión ha llegado al llamado “punto Godwin” que, según los expertos en normar debates abiertos en la red, es donde debe suspenderse la habladera de huevonadas porque, sencillamente, el debate, si es que en verdad se trata de un debate, se ha apartado irremisiblemente de su original y verdadero tema.
Un corolario de la ley garantizaría su aplicación a otros nombres, además del de Hitler: Gandhi, por ejemplo: siempre hay un tuitero que cree que se la come al invocar a Gandhi. O a Mandela.
Ultimamente, les ha dado por traer a colación, a tontas y a locas, a Nelson Mandela y su lucha contra el apartheid para reforzar el argumento de que es preciso reconocer de una vez por todas la legitimidad de Maduro puesto que la oposición no arrasó en las municipales. Fray Luis de León, competente teólogo salmantino, llamaría a esto confundir el culo con las pestañas.
A ello hay que responder que la legitimidad no es algo que la oposición concede como quien baja la cerviz ante el más fuerte y avieso, sino algo que el gobierno está obligado a construir todos los días respetando la constitución, aceptando la existencia y los derechos del adversario político, en lugar de amenazar con la cárcel a los líderes opositores fundamentales.
Quien quiera hacer valer su designio de “dialogar” con el gobierno hará mejor en invocar el señero ejemplo de Didalco Bolívar.
No a Mandela.
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