Angel Oropeza
EL UNIVERSAL
Más allá de las interpretaciones forzadas de los interesados, y de las estrategias mediáticas para convencer a los incautos de la manera que más le conviene al Gobierno, lo cierto es que la síntesis de lo ocurrido el pasado 8D nos habla de un escenario donde el oficialismo obtiene la mayor cantidad de alcaldías, la oposición aumenta las que ya poseía, incluyendo las principales ciudades del país y algunos de los bastiones históricos del chavecismo, y el voto total nacional resulta más o menos parejo. Todo esto en medio de la campaña más corrupta, abusiva y desigual que se tenga memoria, dato que algunas personas aparentemente "olvidan" a la hora de hacer sus análisis, como si los resultados obtenidos reflejaran fiel y objetivamente la voluntad popular.
Sin embargo, y más allá de esto, es necesario fijar la atención en lo que se nos viene, y no solo en lo que ya ocurrió. Por eso es conveniente observar cómo a partir de estos resultados, y de la realidad política que de ellos se deriva, se presentan ahora dos escenarios de corto plazo:
1) Que el Gobierno asuma erróneamente los resultados del 8D como una especie de legitimación, esto es, de respaldo a su gestión, y perciba que ellos le otorgan una cierta y necesaria estabilidad. El peligro de esta equivocada lectura está en que ella puede llevar al oficialismo a decidir continuar en lo político con sus prácticas de apartheid y segregación a la mitad del país que no comulga con su proceder, y, en lo económico, a mantener sin alteración los lineamientos básicos de un accionar basado en controles asfixiantes sobre la actividad económica, vigilancia policial sobre consumidores y emprendedores, radicalización y enfrentamiento con sectores no oficialistas de la economía, y en la insistencia en un inviable modelo de planificación centralizada que ha fracasado en todas los lugares del mundo donde se ha intentado.
2) Sin embargo, también es posible que la paridad real de poder que se derivan de estos resultados, sumado a los graves desequilibrios económicos que ha generado la continuación del modelo de "socialismo petrolero", pueda obligar al Gobierno a mantener su estrategia de persecución e intolerancia política, pero al mismo tiempo a "liberalizar" su política económica, bien porque lo haga el propio Ejecutivo o porque sectores del oficialismo se lo impongan, no para corregir los inocultables desequilibrios macroeconómicos generadores de inflación, escasez, decrecimiento económico y pobreza, sino para asegurar el funcionamiento económico del Gobierno y la subsistencia de la actual clase política. En este caso, veríamos un lento abandono –disfrazado, para no herir a los radicales- de la estrategia de radicalización económica, y se intente iniciar al comienzo del año un período de ajustes macroeconómicos bastante "neoliberales", aunque sean acompañados por la habitual verborrea revolucionaria que trate de enmascararlos o encubrirlos.
A juzgar por recientes declaraciones de representantes gobierneros, este último es el escenario más probable, aunque ello dependerá del reacomodo de fuerzas a lo interno del oficialismo que ya está en proceso a partir del 8D, cuando los resultados no fueron los que se esperaban en Miraflores ni en los lujosos salones donde suelen reunirse. La persona que probablemente se escoja como nuevo vicepresidente para sustituir a Jorge Arreaza, puede ser un buen indicador del estado de estas fuerzas que, aunque todas oficialistas, muestran entre ellas inocultables enfrentamientos y desavenencias internas. Lo cierto es que ninguno de los escenarios –el de la continuación abierta del "socialismo petrolero" o el de su versión camuflada, que vendría acompañada por un "paquetazo madurista" que persigue el cuadre de las cuentas fiscales y la extracción de recursos de los venezolanos para financiar a la oligarquía gobernante- parece conducir a otro resultado que a una severa crisis de gobernabilidad, que seguramente activará demandas de cambio en el país.
La forma en que se sucedan estos cambios, y la dirección que tomen, dependerá en gran parte de cómo llegue la oposición a este episodio. Por eso es tan importante que la ceguera y los cálculos personales o de grupo de algunos dirigentes no terminen generando la tragedia de alejar a la oposición de incidir en el rumbo de esos cambios.
La unidad de las fuerzas democráticas alternativas al madurismo es ahora más urgente y necesaria que nunca. Sacrificarla en el altar de unas estériles peleas intestinas que no tienen nada que ver con la agenda de penurias de los venezolanos, no solo será de gran ayuda para el fortalecimiento de la actual oligarquía gobernante, sino que significará desperdiciar una oportunidad histórica de que los venezolanos cuenten con una alternativa creíble y confiable frente al escenario que se nos avecina.
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