Simón García
Se está convirtiendo en
una inquietud dominante el asunto de cuándo va a
producirse un cambio en la situación que vive el país.
Preocupación que justifica extender la pregunta hacia las condiciones
que se requieren para producirlo. El paso de uno a otro tema es
aparentemente simple, pero no existen evidencias de que tengamos
las preguntas pertinentes y las respuestas convenientes.
Más bien en la inquietud parecieran alojarse indicios no sólo
de impaciencia, sino dudas de que ese cambio pueda ser posible.
Esa incertidumbre comienza a abonar tres conductas: el acomodo
pasivo al régimen; la rebeldía desesperada o el refugio nihilista
en una vida privada que no quiere saber nada de política. Todas
pueden ser reacciones humanamente válidas, pero ninguna de
ellas propicia la reflexión ni la adopción de pasos que nos
encaminen hacia las salidas.
Los últimos quince años muestran la instalación sostenida de
un modelo opresivo de sociedad.
Aunque se conserven formalmente aspectos democráticos, lo
dominante ha sido la transformación y el manejo del Estado en
órgano de dominio directo cuya función es ejercer una hegemonía
excluyente.
Pero es igualmente relevante que el aplastante desempeño del
Estado como principal sujeto político, con toda su variada
capacidad de intervención, no haya logrado doblegar a las fuerzas
democráticas. La existencia de esta lucha, en condiciones de
extrema desigualdad, ha contribuido a mantener espacios de
convivencia, a la subsistencia de determinados derechos y a sostener
la posibilidad de construir una mayoría social, plural y
ciudadana que debilite las bases populares del régimen. Por ser
demasiado obvio es necesario recalcar que la velocidad del cambio
depende de conquistar una mayoría que necesariamente tendrá
que contener un apreciable sector del lado oficialista y una
fracción de los que por distintas razones están colocados fuera
del debate y el combate sobre el país que queremos. Es decir, la
relación de antagonismo con el régimen debe tener formas
distintas según se enfrente a la cúpula autoritaria o se
confronte a sus seguidores de a pie, por conciencia o por
gratitud.
Hay que tener un discurso efectivo y una presencia afectiva
donde es alta la influencia del poder dominante.
Un régimen parado en un piso muy lleno de contradicciones y
que por eso, entre otras razones, acentúa sus propósitos de hostigamiento,
desmoralización y reducción de todo lo que se le opone.
Pero la existencia de ese dato no debe hacernos creer en espejismos
sobre golpes o insurrecciones de la calle que terminan en más
penurias para la gente.
Los partidos, si se comprometen en su renovación, constituyen
una esperanza. Otra expectativa positiva es la existencia de un
nuevo liderazgo si es capaz de profundizar la competencia
solidaria para dotar a la oposición de una condición alternativa.
La MUD debería ocuparse ahora de mejorar la autoestima de los
millones de venezolanos que han seguido sus orientaciones electorales
y abrir con ellos un debate nacional sobre los elementos de una
estrategia que nos devuelva la confianza en que sí es posible
acelerar el cambio.
@garciasim
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