Raul Fuentes
El Nacional
Analistas políticos de diversas corrientes coincidieron en catalogar a Chávez como un líder carismático, es decir dotado de una cierta capacidad para seducir o fascinar a una población irredenta, por siempre preterida, y ávida de la providencial aparición de un mesías que se ocupase de su destino y, por eso y a pesar de sus ideas ancladas en las antípodas de la modernidad, pudo sintonizar con quienes, entrampados en la antipolítica, suspiraban por una cambio; pero, de esa facultad para el embaucamiento, que en el cardiopatriota podría estimarse virtud, carece su legatario aprendiz de brujo quien, incapaz de crear empatía con el ciudadano corriente, recurre a vulgares estratagemas y engañifas populistas para mantenerlo en pasivo estado de sumisión, y hacerlo cada vez más dependiente de la caridad y asistencia públicas.
Esa desvergonzada inclinación a la demagogia es quizá el más palmario de los vicios que, a lo largo de tres lustros, han ahitado la singladura de la intemperante revolución Bolivariana y han propiciado un repudiable parasitismo del trabajador promedio, estimulado por un proteccionismo a ultranza patentizado en los recurrentes decretos de estabilidad laboral que, además de obstaculizar la rotación de personal y frenar su desarrollo y promoción, fomentan el desinterés por tareas que asume como rutinarias obligaciones y minan la vocación de servicio de quienes han de lidiar con el público; todo ello, aunado al atraso tecnológico y a decrépitos métodos de gestión y gerencia, incide negativamente en la eficiencia de la burocracia y se traduce en una sensible baja de la productividad, tanto en el sector público como el privado.
Tales aberraciones son consecuencia de un estilo de gobierno al cual el adjetivo que mejor le calza es el de corrupto, tanto por el indebido enriquecimiento que estimula (acaso la modalidad más ordinaria de deshonestidad administrativa), cuanto por al envilecimiento de las instituciones, valores y principios republicanos; pero, sobre todo, por la degradación de un instrumento clave para la vida democrática como lo es el sufragio, el cual, mediante el celestinaje del poder electoral, ha sido devaluado a tal punto de que hoy día el PSUV y sus convidados casi de piedra cuentan, gracias a una singular interpretación de la representatividad, con una bancada mayoritaria en la AN, aunque en los últimos comicios legislativos la oposición obtuvo el 52 % de los votos.
La corrupción se ha enquistado en las entrañas de un gobierno que, para usar la expresión de Asdrúbal Aguiar, no solo comete delitos sino estupideces, como delatan las prácticas de espionaje plasmadas en esa ignominiosa lista, remedo y sucesora de la de Tascón, que elaboró la Minpopo de Información; es la corrupción de los cuerpos policiales la que atiza el delito y suscita la impunidad; son el soborno, el cohecho, la amenaza y el manejo ventajista de información de inteligencia las sinrazones que han obligado a algunos pusilánimes a saltar la talanquera para unirse al bando de ordeñadores que lactan de las tetas estatales; es la indecencia la que alimenta exclusiones y prohibiciones que cuentan con la aprobación y el beneplácito de un presidente sobre el cual gravitan justificadas suspicacias respecto a su nacionalidad y su legitimidad.
Un presidente designado prácticamente a dedo por un agónico antecesor, medicado hasta los epiplones, de cuya lucidez es pertinente desconfiar, y sobre quien pesaba la presión de los que le proporcionaron atención hospitalaria y lo habían ideológicamente condicionado para hacerlo apéndice de sus intereses, situación y circunstancias que nos obligan a reflexionar sobre los vínculos entre ficción y realidad, porque lo acontecido durante la última estancia de Chávez en Caracas nos hizo pensar en The Manchurian Candidate, novela de Richard Condon versionada para el cine, en 1962 (en 2004, Jonathan Demme dirigió un remake protagonizado por Denzel Washington y Maryl Streep), bajo la dirección de John Frankenheimer y actuación protagónica de Frank Sinatra, que en castellano se llamó El mensajero del miedo.
En esa su última visita al país que gobernó como si de su finca se tratase, el olímpico héroe y semidiós de Sabaneta trasmitió el mando a Maduro, mas no el carisma; éste heredó, apenas, su tendencia a la perversión narcisista. Por eso, Nicolás ha intensificado las prácticas corruptas de un proceso que, desde sus orígenes mismos (juramentos peliculeros propios de niños exploradores bajo un samán, alzamiento sin fortuna, indulto fundado en el revanchismo), hizo de las perversiones, anomalías y aberraciones moneda corriente de un sistema basado en la perpetración de tropelías para perpetuarse en el ejercicio de un poder que ha depravado a la política y se ha refugiado en el regazo castrense para asegurar su supervivencia. Cedant arma togae clamaba Cicerón. Qué las togas sustituyan a la armas, clamamos nosotros.
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