JEAN-MARIE COLOMBANI
Todos aquellos franceses —y son muchos— que habían condenado a François Hollande considerando que ya había fracasado, tendrán que revisar su veredicto: el presidente galo ha sorprendido a propios y extraños durante una rueda de prensa que, para Francia, ha sido un acontecimiento político capital. Hasta ahora, François Hollande, pese a unos avances reales —especialmente la reforma del mercado laboral, la nueva reforma de las pensiones y el anuncio de una seguridad social del empleo a través de la reforma de la formación profesional—, disgustaba a todo el mundo. Sobre todo, a causa de una política fiscal particularmente dura, que afecta tanto a los hogares como a las empresas. Con un índice de popularidad en su nivel más bajo (22% de confianza), se le atribuía cierta indolencia, como si se limitase a esperar un retorno automático del crecimiento.
Sin embargo, el programa que ha anunciado es todo menos una estrategia de espera. Por el contrario, consiste en coger por los cuernos tres grandes dificultades francesas y en poner los medios para superarlas.
La primera es el déficit de competitividad, que se traduce en un considerable déficit exterior y en unos márgenes financieros para las empresas históricamente bajos. El pacto que propone François Hollande a las empresas es simple: a cambio de una fuerte reducción del coste del trabajo, a través de la disminución de cargas, se les pide que inviertan y contraten, que creen empleo. El presidente francés se comprometió hace mucho tiempo con la reducción del desempleo y sabe que solo recuperará la confianza de la opinión pública si obtiene un resultado significativo en este frente. Para conseguirlo, François Hollande vuelve a entroncar con el socialismo de gobierno que practicaron, en tiempos de François Mitterrand, Pierre Mauroy, Pierre Bérégovoy y Michel Rocard. Se suma así a otros socialistas europeos que comprendieron hace mucho que, sin empresas en buena salud, un país está condenado al declive.
Al mismo tiempo, François Hollande tropieza con la tradición de buena parte de la izquierda francesa, muy presente entre los diputados socialistas, que sigue fascinada por la extrema izquierda y sus posiciones demagógicas. Esta izquierda rechaza la anunciada reducción del gasto público y, confundiendo a los ricos, a los que habría que hacer pagar, y a los empresarios, ha provocado un divorcio con los patronos que François Hollande intenta reparar. El presidente también ha cogido a contrapié a los grandes cargos electos locales, casi todos socialistas, al prometer una redefinición del mapa del territorio, lo que vendría a significar una reducción del número de regiones y departamentos. La estructura administrativa francesa ha adquirido, en efecto, una infinita complejidad que la hace ineficaz y onerosa. También en este caso se trata de ir en contra de la tradición de la izquierda, que, en cambio, acostumbraba a aumentar las estructuras existentes más que a simplificarlas y a reducir el gasto.
Si François Hollande pone en marcha todas estas medidas, a priori contrarias a sus intereses políticos inmediatos, es porque ha evaluado la realidad del debilitamiento del país y lo que este puede costarle en la escena internacional. Desde este punto de vista, restablecer la economía francesa es la condición previa para quien pretende volver a tratar de tú a tú a Alemania y asumir su papel de copríncipe de Europa. François Hollande quiere por tanto zarandear a su propio país y aprovechar la oportunidad creada por el gobierno de gran coalición en Alemania. Se trata de reactivar vigorosamente la pareja francoalemana, no solo abogando por una real convergencia económica y fiscal entre ambos países, sino añadiendo también la energía y... ¡la defensa!
De tal modo que seguramente no tardemos en descubrir con sorpresa que próximamente habrá soldados alemanes desplegados en Malí para permitir que Francia reduzca sus efectivos en ese país.
Sobre el papel, tal y como ha sido expuesta, esta hoja de ruta va en la buena dirección. Al menos si nos situamos, no desde el punto de vista de los partidos de derecha o izquierda, sino desde el de la recuperación del país. Ahora falta saber si François Hollande pondrá tanta determinación y claridad en su aplicación como firmeza ha puesto a la hora de exponerla. A decir verdad, seguramente su impopularidad lo ha ayudado: ya no tenía nada que perder.
Traducción: José Luis Sánchez-Silva
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