KLAUS SCHWAB
Seattle, Praga, Génova, Melbourne. Hace más de diez años, estas ciudades presenciaron violentas protestas contra un enemigo nebuloso: la “globalización”.
Las protestas se hicieron aprovechando reuniones de varias organizaciones internacionales: la Organización Mundial de Comercio, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, sin olvidarnos de nuestra entidad, el Foro Económico Mundial.
Dentro de las reuniones, aunque la condena de la violencia era unánime, las opiniones sobre las quejas de los manifestantes y sobre las medidas que había que tomar no lo eran.
Muchos comprendían que, a medida que el mundo estaba cada vez más interconectado y aceleraba su entrada en el siglo XXI, también padecía más desigualdades y más volatilidad. Pocos estaban de acuerdo en qué hacer. Como consecuencia, era difícil disponer de la coordinación y el consenso necesarios para abordar la complejidad de la nueva situación.
El mundo está pagando hoy el precio de esa indecisión y esa desunión.
Durante los últimos años, nuestras reuniones en Davos han estado dominadas a menudo por un único gran problema que se cernía sobre la comunidad mundial. La crisis financiera, la transición árabe y la amenaza de ruptura del euro han sido sucesivamente las prioridades de los líderes, que llegaban dispuestos a responder en función de las circunstancias.
Siguen sin estar preparadas, y los problemas del mundo actual son mucho más complejos.Este año, la situación es distinta. Con el conflicto en Oriente Próximo, el plan de reducción de los estímulos de la Reserva Federal estadounidense, las tensiones en el Mar del Sur de China y los 73 millones de jóvenes sin empleo en todo el mundo, nos encontramos en una situación en la que los lugares en los que puede saltar la chispa son muchos y seguramente van a ser más. A mi juicio, esta situación es resultado de una incapacidad colectiva de gestionar y mitigar las consecuencias internacionales de la globalización, desde hace decenios. En lo fundamental, los manifestantes antiglobalización de principios de siglo tenían un mensaje claro y acertado: las instituciones de gobierno mundiales no estaban preparadas para administrar las repercusiones de la remodelación del mundo que estaba produciéndose a toda velocidad.
Desde que comenzó el siglo XXI, la globalización ha ayudado a sacar a cientos de millones de personas de la pobreza. Al mismo tiempo, muchas de esas personas se han convertido en clientes de la economía mundial, al agruparse en nuevas áreas urbanas que necesitan infraestructuras y recursos, y ese fenómeno pone de relieve la importancia de contar con una cadena de suministro resistente y flexible y de tener capacidad de gestionar las crisis.
Las emisiones de gases de efecto invernadero mantienen una trayectoria ascendente, y los esfuerzos de la comunidad mundial para ofrecer una respuesta coordinada a esta compleja tragedia colectiva se han venido abajo.
Los mercados financieros mundiales han demostrado con demasiada claridad que, si no se identifican los riesgos ni se coordinan las respuestas, las repercusiones pueden ser catastróficas en todo el mundo.
Mientras tanto, el progreso cada vez más veloz de la tecnología ha transformado todo lo que afecta a nuestra vida diaria, desde nuestra capacidad de crear comunidades hasta las fuentes y la composición de nuestra energía. Y el uso de la tecnología que hacen los gobiernos y las empresas ha hecho que sea más importante saber qué es la privacidad y qué significa ser un individuo en la sociedad moderna.
Cada uno de estos ejemplos muestra la doble naturaleza de nuestro mundo moderno e interconectado —-todo lo bueno de su lado positivo y todo lo complejo e impredecible de su lado negativo—-, que exige una coordinación mejor y más profunda de las medidas de alivio y respuesta a escala mundial.
En la reunión de este año de los líderes mundiales en Davos, la ausencia de una crisis inmediata debería dejarles un margen fundamental para emprender una reflexión a largo plazo. El tema de la reunión, La remodelación del mundo: consecuencias para la sociedad, la política y los negocios, expresa la necesidad de que los dirigentes reevalúen de arriba abajo cómo están moviéndose las placas tectónicas mundiales para predecir los terremotos que sabemos que se avecinan y reaccionar de forma más adecuada a ellos.
Si queremos que nuestra creatividad y nuestra capacidad de conexión sirvan para mejorar las vidas y no para confirmar los peores miedos de las protestas antiglobalización, los líderes tendrán que saber estar por encima del interminable torbellino de crisis inmediatas. Las manifestaciones del comienzo de siglo nos recuerdan que las discusiones que mantengan los líderes esta semana repercutirán en el estado del mundo no solo en 2014, no solo durante los próximos diez años, sino en nuestro futuro colectivo a largo plazo.
No podemos permitirnos el lujo de que la próxima era de la globalización engendre tantos riesgos y desigualdades como oportunidades. La remodelación del mundo exige análisis colectivos y actuar en colaboración.
Klaus Schwab es fundador y director ejecutivo del Foro Económico Mundial.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
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