CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ |
ESPECIAL PARA EL UNIVERSAL
El diálogo es el estado normal de las comunidades humanas, que les permite vivir en asociación desde que dejaron de ser bestias homínidas y es inimaginable una sociedad en la que no exista. La evolución histórica se podría definir como la incorporación a esta dinámica natural de sectores excluidos: esclavos, indígenas, siervos, negros. La Declaración de Virginia, la Constitución Americana, la Declaración Universal de los franceses, son documentos dialógicos, que establecen que a nadie, por sus creencias, color de piel o situación social, puede declarársele mudo. La sociedad basada en el diálogo es planetaria y solamente se auto excluyen algunos pobres países a los que se les puso el santo de espaldas.
Corrió mucha sangre para que estos principios se hicieran prácticos, hasta el extremo que hace 50 años los perros despedazaban niggers en EEUU, -como hoy en el socialismo humanismo de Norcorea- pero ahora está Obama en la Presidencia. La democracia moderna es una estructura dialógica porque los más variados grupos tienen libertad para expresar se en esa gran plaza pública. Las revoluciones del siglo XX intentaron implantar de nuevo la exclusión a través de los apartheid para antirrevolucionarios, revisionistas, judíos, homosexuales, blanquitos, burgueses, gusanos, apátridas, mujeres y toda la gama de aberraciones conceptuales, pero la terquedad de la vida social las volvió a doblegar. Es el estado elemental de la civilización, pero los revolucionarios están por debajo.
En ausencia de diálogo impera la opresión, pues callar grupos es negarlos en su condición humana y, necesariamente, perseguirlos y reprimirlos para que mantengan el toque de queda. En todos los países civilizados el esquema de Gobierno adoptado en los últimos lustros es el diálogo social, que las decisiones de Gobierno se alimentan de los diversos. Venezuela fue pionera en esta concepción y Betancourt pudo derrotar las insurgencias gracias a que las disposiciones estratégicas las tomaba con el consenso de partidos, sindicatos, empresarios e Iglesia. Desde que las sombras se posesionaron de Venezuela en 1998, se instauró el monólogo, la violencia, el maltrato, para callar millones de voces de una sociedad surgida de la libertad.
Difícilmente se podía esperar otra cosa de un militar golpista y la claque fanática que lo acompañó y hoy lo sustituye, que declara un apartheid virtual para la mitad que reclama su derecho a pensar como le da la gana. La necesidad del diálogo, sobre todo en un país en barrena por obra de la ignorancia, la corrupción, la mala intención y la estupidez del Gobierno, debe seguir siendo la bandera de los que luchan por restablecer la democracia. Manrique exageraba cuando dijo "cualquier tiempo pasado fue mejor" porque el presente es mucho mejor casi en todas partes, salvo en los pobres países que caen bajo la suela de uniformados del cerebro. Y la historia de Chile, Argentina, Colombia, Brasil, Uruguay, está llena de casos en los que se burlaban del diálogo, sentados sobre la prepotencia de las bayonetas, tuvieron que venir humildemente a pedirlo cuando la tenían hundida hasta la mitad. Mejor no esperar que lleguen los heraldos negros para hacer lo normal. Siempre la propuesta opositora será el diálogo aunque al machismo político radicaloide le repugne.
@carlosraulher
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