Venezolanos: dentro y fuera
MIGUEL ÁNGEL SANTOS
EL UNIVERSAL
Hace unos días alguien me hizo llegar un enlace titulado: ¿Cómo moverse por el mundo sin perder tus raíces?, un ensayo de un tal Gianpiero Petriglieli, profesor de Insead. La nota hace referencia al reto de mantenerse próximo a nuestras raíces mientras la globalización se va infiltrando por los resquicios de nuestras vidas, ese mantener el ancla a medida que las respuestas a dónde naciste, en dónde creciste, en dónde vives, de dónde viene tu esposa, en dónde trabajas, dónde viven tus hijos; traen consigo un número de países, continentes e idiomas cada vez mayor. Como suele suceder, lo que importa no es tanto lo que se escribe sino lo que cada quien lee. Cuando vi esa nota lo primero que se me vino a la mente es cuántos venezolanos hoy en día han perdido sus raíces sin llegar a moverse por el mundo. Ese sentimiento de exilio en la propia tierra que se equipara al otro, al exilio físico, y a ratos los hace indistinguibles. En el fondo, como escribía el poeta Ramos Sucre, somos todos exiliados de un país imaginario.
El Gobierno, por supuesto, bastante más tosco en su andar y siempre oportunista en medio de su accidentado trámite, ha tratado de abrir una brecha más entre nosotros. Busca dividir aun en las circunstancias más miserables. Se ampara en "la derecha internacional y la ultraderecha fascista", el crimen como fenómeno global y el enemigo externo, para lavar sus muertes, de la misma forma en que los narcotraficantes levantan fachadas de negocios para lavar dólares. Si se observa el video en Youtube en detalle, mientras más grandilocuentes y engoladas son las expresiones de Maduro, más confundida luce la audiencia. Hay una señora que mira hacia los lados con la boca torcida, buscando de dónde asirse, con gesto de preocupación. Un aplauso tímido de la comitiva de primera fila que no encuentra eco, mientras Maduro hace alusión a la "tierra sagrada" elevando el tono de la voz en forma patética. Su problema es que no tiene cómo invitar al sacrificio personal en favor de la patria. A él la gente se le acerca para decirle que están sitiados por el crimen, que no hay luz, que los abastos y las bodegas están vacías, que el salario de quienes tienen la suerte de contar con un trabajo cada vez alcanza para menos.
Siempre que uno anda por allí con un martillo aparece un clavo. En estos días de desasosiego y desorientación, di con un discurso de Julio Cortázar, "Realidad y literatura", que me ha dado mucho qué pensar y me ha servido de cobija. Está escrito a comienzos de los ochenta, cuando el Sur de América Latina aún se encontraba atravesando la oscuridad de las dictaduras militares, y los intelectuales perseguidos de la región se refugiaban en México y Venezuela. Tras varias décadas de deterioro se nos ha olvidado que fuimos alguna vez un lugar de refugio, de esperanza, una tierra de oportunidad y vigorosa movilidad social que atrajo a numerosos inmigrantes y tuvo la nobleza de abrirle sus puertas a muchos exiliados políticos. Se nos olvida a nosotros, y se les olvida a los demás, varios gobiernos latinoamericanos que hoy andan por ahí como si la historia de sus países hubiese comenzado a mediados de los noventa, y como si ellos no tuviesen nada que deberle a nadie.
Cortázar hace referencia ahí a la indivisibilidad entre los de adentro y los de afuera prácticamente todos los escritores latinoamericanos, vivamos o no en nuestros países, somos exiliados. Muy por encima de todo a la necesidad de contar con todos, a la contribución decisiva que presumía que tendrían todos (como efectivamente ocurrió) en el renacimiento de sus países. "Claro, la nostalgia es buena, en la literatura y en la vida, puesto que es la melancólica fidelidad a lo ausente; pero lo ausente no está muerto, lejos de ello, y es ahí donde la esperanza puede cambiar el signo del exilio, sacarlo de lo negativo para darle un valor dinámico, unirnos todos en el esfuerzo por reconquistar el territorio de la nostalgia, en vez de entregarnos a la nostalgia del territorio".
Hacia el final, Cortázar hace una única distinción entre los de adentro y los de afuera. Es una distinción legítima, no entre malos y buenos, pero sí entre ciudadanos y nacionales. "Aquellos que opten por los puros juegos intelectuales y artísticos en plena catástrofe y evaden así participar en lo que a diario llama a sus puertas, son latinoamericanos como podrían ser belgas o dinamarqueses; están entre nosotros como nación por un azar genético, no por una elección profunda". Los demás, los que nos levantamos a diario, dentro o fuera del país, y elegimos conscientemente no mantenernos al margen, esos, somos todos venezolanos.
@miguelsantos12
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