jueves, 30 de enero de 2014

FIN DE CICLO


      Colette Capriles

La memoria ha de ser, sin duda, un efecto colateral de la necesidad que tiene el cerebro de percibir un mundo más o menos ordenado. No es en absoluto una “facultad” que registra y reproduce los hechos, sino una actividad que los crea (y re-crea) en la medida en que se hacen necesarios para darle consistencia a la experiencia. Digo esto porque recordar no evita repetir. A veces es, por el contrario, la mejor aliada de la pulsión repetidora. Y si en la vida la repetición es un síntoma de que la experiencia no pasa, me pregunto cómo considerarla en política, en un momento en que todo evoca el final de un ciclo y se encuentra uno con la sensación de que también vuelve la misma atmósfera, entre inercial e histérica, que ya vivimos hace veinte años.
Los clamores por el salvador que administre una solución indolora e inmediata, por ejemplo. O por una solución técnica que ya estaría infaliblemente escrita en alguna parte, porque con la misma infalibilidad se ha diagnosticado, desde el sofá y el teclado, al país y su circunstancia. En realidad resulta casi morboso contemplar la frenética actividad que despliegan ciertos sectores del país cuando perciben que las temperaturas sociales favorecen su perspectiva, que terminó, en los noventa, promoviendo el militarismo y la antipolítica que necesariamente le acompaña.
Mientras escribo esto se reúne la Celac: los latinoamericanos diciéndole al mundo, y especialmente a sus vecinos democráticos, “con mis dictaduras no te metas”. La verdad es que desde el siglo XIX somos el más grande laboratorio político de Occidente, y directamente desde la centrífuga ofrecemos al mundo las nuevas democracias totalitarias del siglo XXI, con descuento mayorista. No es que el modelo predominante sea, como hasta hace un par de años fue, el chavismo. Habrá otros. Pero el espíritu de una democracia vertical y plebiscitaria, con instituciones risibles y trágicas, un “pueblo” construido especularmente como proyecto de élites, y afán de modernidad consumista: todo eso permanecerá entre nosotros, metamorfoseándose y adaptándose a las condiciones de la ecología política mundial, como el gran aporte de Latinoamérica a la historia política del futuro.
Debido a la cualidad “circulatoria”, por así decirlo, del petróleo, Venezuela es extremadamente sensible al clima político mundial. Y este se prepara para una larga temporada de declive democrático, con más o menos curvas, pero en definitiva apuntando a la proliferación de regímenes que privilegian la ecualización y estandarización social –y, por lo tanto, la concentración de poder– mientras que veremos la separación o limitación del poder como un artefacto decimonónico y antipopular. Leí en estos días un artículo de Oppenheimer que pronosticaba una suerte mejor para el resto de Latinoamérica que la de Venezuela, que muchos comparan a Zimbabue y su oportunidad histórica perdida. Parece que las restricciones económicas pueden moderar la deriva “demoautoritaria” en el continente, pero en mi opinión no van a evitarla. Y Venezuela, habiendo paradójicamente sido su principal arquitecta, puede ser, en medio de su crisis, la que renueve la reacción contra ese proyecto, lo que no ocurrirá si se persiste en repetir la fracasada fórmula de los noventa.
Este es el peor gobierno posible pero no solo porque sus ejecutores sean (como son) una selección particularmente decantada de lo más mediocre de entre nosotros. O porque su papilla ideológica y su sumisión al castrismo sea vergonzosa y su voluntad de poder, grosera. Lo es, también, porque se sostiene en el resentimiento. El de quienes se imaginan haber sido postergados en el pasado, y el de quienes ahora se sienten excluidos, porque el candidato no los convocó para beneficiarse de su desinteresada sapiencia y diseñar los planos de un país de maqueta. Aquí se podría insertar una frase patriótica, algo así como “deponed vuestros mezquinos intereses y uníos”, etc.; pero en una veta más pragmática, quizás valga la pena subrayar que no siempre el petróleo salva y que no siempre se repiten las oportunidades.
@cocap

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