LA REBELIÓN DE LOS HAMPONES
Roberto Giusti
Una de los falsos lugares comunes que por causa de la repetición mecánica se considera ya verdad consagrada es la de que los venezolanos nos hemos acostumbrado a vivir en la violencia y la mortandad reinantes desde que el chavismo tomó el poder. Valga decir, como el problema no tiene solución (por lo menos en cuanto a quienes tienen el deber de solucionarlo) debemos resignarnos a sufrirlo con humilde resignación y en medio del más triste fatalismo. De manera que si por obra de las estadísticas nos ganamos el bingo de la muerte, pues bien, no queda otra opción sino aceptarlo como imperativo de una realidad inmodificable.
Ocurre, sin embargo, que las crisis no son eternas. Tarde o temprano (y en el caso que nos ocupa más tarde que temprano) se resuelven aun cuando no estamos en capacidad de predecir cómo porque son muchos los escenarios que se plantean. Valga decir, si en 1998 murieron asesinadas, en Venezuela, algo más de cuatro mil personas, en el 2013 las estadística indican como las cifras sobrepasan los 24 mil homicidios.
Ante cifras tan sobrecogedoras (67 muertos cada día, casi tres en apenas una hora) se ha tejido todo tipo de hipótesis, pero lo obvio en este caso es que existe una masacre continua y creciente, que si no ha sido estimulada por el Gobierno (toda revolución implica el derribamiento del orden establecido y éste pasa por la acción violenta y el caos), daría cuenta de una mayúscula complicidad o, en el mejor de los casos, de una absoluta ineficacia en cuanto a la obligación que tiene el Estado de preservar la vida de los ciudadanos.
Pero el asunto va más allá y uno no puede sino suponer que el problema se le fue de las manos, que la estrategia de la violencia por delegación, confiada al hampa y a grupos armados irregulares que cuentan con el apoyo oficial en la gestión del desorden para dinamitar las viejas estructura sociales, se le ha hecho inmanejable al Gobierno. En otras palabras, el Estado venezolano, al cual se acusa de vocación totalitaria y de aplicar una represión efectiva en contra de las libertades, ha sido desbordado por esta suerte de “aliados” que ahora se convierten en auténticos poderes paralelos sobre la base de su poder de fuego, la impunidad y un aparato de justicia que obra como mecanismo facilitador de la anarquía.
Entonces olvídense de conjuras y conspiraciones por parte de una oposición política que no quiere ni puede propiciar golpes de Estado. Olvídense también de los medios de comunicación críticos, que se limitan a registrar el estado de cosas reinante. El real y verdadero factor de desestabilización e ingobernabilidad surge de las propias entrañas del monstruo, creado por estos aprendices de brujo que marchan directo hacia la disolución total del Estado.
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