Emilio Nouel V.
Luego de un intenso debate que incluso trascendió los límites de los países directamente involucrados, en 1984 se inicia una experiencia de integración comercial novedosa en nuestro hemisferio: el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN o NAFTA).
En este mes está cumpliendo 20 años y vale la pena hacer un balance sumario que desmonte mitos y mentiras, y ponga los resultados obtenidos en su justo lugar.
Dos países desarrollados (EEUU y Canadá) y uno en vías de desarrollo (México) se acordaron entonces para crear una espacio común de libre intercambio comercial que incorporaría aspectos no contemplados en tratados de integración anteriores.
La valoración de sus resultados se puede hacer desde dos puntos de vista. Uno, a partir de los efectos reales de los mecanismos comerciales puestos en práctica, y dos, a partir de los efectos colaterales no menos importantes que podrían haber generado aquellos.
Los instrumentos principales apuntaban al libre comercio y las inversiones, y éstos son los que deben evaluarse de manera prioritaria.
Hay que igualmente advertir que el comportamiento que las economías tendrían en lo sucesivo no necesariamente podría atribuirse exclusivamente a los mecanismos del Tratado. No hay que olvidar que cada uno de los países mantiene su autonomía en materia de las políticas económicas internas. Así, resultaría inadecuado colocar al TLCAN como la causa o factor determinante de lo que los 3 países lograrían a la hora de evaluar el proyecto como tal.
Debe recordarse que al plantearse el proyecto, saltaron a la palestra pública los antiimperialistas y antiamericanos del continente para advertir que México, el débil del grupo, al ponerse en obra el TLCAN, sería aplastado o barrido por su vecino poderoso. Que esa integración entre desiguales no funcionaría. Que ningún beneficio traería tal yunta comercial con quien dominaba la economía mundial, cuyas transnacionales se apoderarían del país. En EEUU no faltaron tampoco los que se opusieron. El empresario y ex candidato presidencial Ross Perot, también cuestionó la propuesta por razones proteccionistas nacionalistas.
Pasadas dos décadas, lo anunciado por las aves agoreras de la izquierda hemisférica no se dio, y México hoy puede exhibir resultados muy satisfactorios en términos comerciales, a pesar de que haya aún aspectos que deban ser redimensionados y/o mejorados.
Las cifras son más que elocuentes.
Las cifras son más que elocuentes.
En 1993 México exportaba al mundo 51.883 millones de dólares y en 2013 alcanzó, septuplicando, los 390.000 millones aproximadamente. Sólo para comparar, Brasil, la economía latinoamericana más grande, exportó en 2013, 245.000 millones de dólares.
En materia de inversiones, en 1993 recibió 4.4 millardos de dólares; en 2013, 22.000 millardos. El ingreso per cápita ha pasado de 4.500 dólares en 1994 a 9.700 en 2012.
México se ha convertido en una potencia exportadora, la primera de América Latina. Entre EEUU y México, hay un superávit comercial a favor del último.
Se cuestiona que a pesar de tales cifras, la tasa de crecimiento del PIB de México, durante estos 20 años, sea más baja que las de otros países de la región, lo que, a mi juicio, algunos se la atribuyen incorrectamente al TLCAN, cuando debería más bien apuntarse, en gran parte, a las políticas domesticas mexicanas.
Por otro lado, queda evidenciado que los estados mexicanos cuyas economías están orientadas a la exportación, como Querétaro, Puebla, San Luis Potosí, Sonora y Nuevo León, sus tasas de crecimiento están cercanas a las asiáticas (6,5%). De los 32 estados, 19 registraron un crecimiento económico igual o superior al nacional en 2011, que fue de 3,9%.
De modo pues que si hacemos un balance realista, a México le ha ido muy bien en el TLCAN, a pesar de que las cifras de pobreza no se hayan reducido de manera sustancial, y los beneficios del Tratado no han fluido de manera homogénea para toda la nación mexicana, problema éste que tiene más que ver con la ejecutoria del gobierno mexicano que con el TLCAN.
Es posible que algunos hayan tenido expectativas desmedidas o equivocadas con este proyecto, y al hacer el balance se sientan hoy un poco decepcionados. Jorge Castañeda, ex canciller de México, quien hace 20 años se opuso al TLCAN, señala que no ha cumplido con las promesas que entonces se formularon en su “venta” a la opinión pública. Sin embargo, dice que visto como acuerdo comercial ha sido una historia de éxito innegable para su país, el cual, según él, necesita aún más NAFTA, no menos.
Desde nuestra perspectiva, el TLCAN, con sus deficiencias y promesas supuestamente no honradas, es un ejemplo patente de que el libre comercio siempre reporta ventajas a los países, grandes y pequeños, no exclusivamente económicas. Que es un mito el que un país pequeño o mediano no pueda integrarse con uno grande porque sería aniquilado. Que es posible que las regiones de un país que no se pongan a tono con el entorno global se vean excluidas, en parte, de los beneficios de la integración. Que en los tratados económicos los intereses de todos, pequeños, medianos y grandes países, pueden ser conciliados de manera civilizada y en provecho común.
El TLCAN o NAFTA es una experiencia de integración de la cual se puede extraer lecciones enriquecedoras para proyectos futuros en el mundo.
EMILIO NOUEL V.
@ENouelV
emilio.nouel@gmail.com
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