ELIAS PINO ITURRIETA
El expresidente español hizo visita de médico, pero hizo bien. A un político como él no le sientan los aires venezolanos. Sus expresiones comedidas, su presencia de hombre circunspecto y en su santo lugar, no cuadran con la aspereza del ambiente que lo acogió y en el cual se esperaba que hiciera de su tránsito un milagro, o un disparate. No sucedió ni lo uno ni lo otro, debido a las características de un entorno de sombras y confines en cuyo interior puede hacer poco una linterna pasajera que ya no tiene las baterías de antes.
Tal vez lo más elocuente de su visita se pueda resumir en la cita que sostuvo con Teodoro Petkoff, a quien vino a entregar el Premio Ortega y Gasset que no pudo recibir en Madrid, cercado como está por el alambre de púas dispuesto por el presidente de la AN. Fue una alegría en medio de tantas tristezas, como dijo el portador del galardón, pero también una especie de alegoría de lo que nos está pasando en Venezuela, reflejada en dos itinerarios personales que están o pueden estar cerca de la conclusión. Sin forzar la barra se puede interpretar como el encuentro del político condenado a las apariciones esporádicas, con el luchador antes vigoroso que ahora pierde sus fuerzas hasta el punto de permanecer confinado en el domicilio familiar. Pero también como la permanencia de dos voluntades en pos de la democracia y de la dignidad de los pueblos. ¿Acaso no lo entendimos así, tal cual, los espectadores que observamos desde lejos la reunión de dos referencias de las luchas más altas de sociedades que deben compartir destinos por razones históricas? Fue la conjunción de dos hombres y de dos símbolos que pueden reflejar los límites y las expectativas de quienes anhelamos una convivencia mejor después de las tinieblas.
La oscurana de la “revolución” lo quiso arropar con su lóbrego manto sin lograrlo, tan basta y torpe como fue. No se trae a colación ahora esa oscurana para insistir en los caminos de calumnia y difamación que son habituales en los planes de régimen, porque sería llover sobre mojado, sino solo para mostrar cómo son incapaces sus voceros de producir una sola idea respetable o digna de tal nombre, aún en el caso de que enfrenten la soledad de un individuo que les da la cara. Si llegaron al extremo de presentar a un campeador de los combates contra el falangismo como un asalariado de la “derecha apátrida”, o, mucho peor, como un cómplice del narcotráfico colombiano y de los supuestos crímenes que han cometido sus anfitriones de la oposición, ya no exhiben sus conocidas cualidades de engañadores sino especialmente su incapacidad para el manejo de situaciones en las cuales se juegan su reputación ante el concierto internacional. Que circulen en la prensa del extranjero unos bulos tan inverosímiles, los malpone sin paliativos en el escalafón de los gobernantes a escala universal.
Pero, y ya hablando de individuos en posición incómoda, no fue como para sonar panderetas la conducta de los líderes de la oposición ante la compañía del visitante. Una comparsa gris, por lo menos en público. Una reiteración de lugares comunes, por lo menos ante los micrófonos, tal vez para no sacarlo del centro de la escena en atención a las cortesías de rigor, pero quizá también porque no supieron interpretar el momento partiendo de las claves que ofrecía el expresidente para las analogías oportunas, para juntar el hilo doméstico con una madeja de mayores proporciones. No pocas veces se vio a Felipe como un invitado exclusivo de un grupo de personas sin ganas de hablar con los extraños, de un coto que hizo que lo sintiéramos alejado de una multitud interesada en su visita o concernida por ella. No venía a hacer un mitin, por razones obvias, ni a encabezar una marcha en la avenida Miranda, pero fue más el habitante de un cónclave que la alternativa de un vínculo con la sociedad civil que pudo ofrecer plataforma sólida a su estada y a la causa de los presos políticos que vino a defender.
De allí que no fuesen del todo propicias las circunstancias para el paso de Felipe, pero hizo su trabajo por la causa de la libertad. Hizo lo que debía hacer con su presencia, aunque los excesos del entusiasmo esperaran más.
epinoiturrieta@el-nacional.com
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