viernes, 4 de septiembre de 2015

DEMOCRACIA Y VENEZUELA

Eduardo Posada Carbó
    EDUARDO POSADA C.

EL TIEMPO, BOGOTÁ

Cuando suscribió la ‘cláusula democrática’ de la OEA, en Quebec en el 2001, el entonces presidente Hugo Chávez levantó la mano y dijo que firmaba pero con reservas frente a la ‘democracia representativa’, pues él creía en la ‘democracia participativa’. Catorce años después, parece oportuno preguntarse qué ha pasado con la democracia en Venezuela: la ‘representativa’ y la ‘participativa’. Y frente a dicha dicotomía, ¿dónde se ubican hoy los venezolanos?
Damarys Canache, profesora de la Universidad de Illinois, quiso dar respuesta al último interrogante en un estudio de interés y relevancia (‘Latin American Politics and Society’, 54:3, 2012).

Su punto de partida es un repaso de modelos democráticos en juego: uno que pone énfasis en las libertades civiles y políticas y otro, en la participación del ciudadano. No son en principio contradictorios. Pero desde su acceso al poder, Chávez defendió el segundo como alternativo a la democracia liberal. ¿Qué tanto impacto tuvieron su discurso y sus políticas en la forma como los venezolanos definen la democracia?

Muy poco, según los estudios de Canache. En el 2007, la mayoría de los venezolanos (hasta un 85 por ciento), después de casi una década de dominio chavista, adherían a nociones de democracia asociadas con libertades y derechos. Escasamente lo hacían con referencia a la participación. Tales nociones eran compartidas por ricos y pobres. Más aún, “concepciones liberales de la democracia eran más comunes en Venezuela que en cualquier otro país” de la región.

Que los venezolanos siguen siendo los más demócratas de la región lo corroboran las últimas encuestas de Latinobarómetro, en el 2013: el 83 por ciento prefiere “la democracia a cualquier otra forma de gobierno”. Y la gran mayoría cree que para que exista democracia se necesitan partidos y parlamentos.

Canache advierte que, antes de la presidencia de Chávez, los apoyos de la población venezolana a la democracia eran ya de por sí altos. Es posible que el discurso chavista de la democracia participativa haya servido para consolidar tal apoyo. Pero como así mismo advierte, entre los simpatizantes tempranos más fuertes de Chávez, a fines de la década de 1990, se encontraban los venezolanos “más antagónicos a la democracia”.

De cualquier manera, es claro que la democracia que la mayoría de los venezolanos tienen en mente está más relacionada con las libertades y los derechos que con la supuesta participación –y muy poco con el socialismo del siglo XXI, cada vez más abiertamente hostil a los principios de la democracia liberal–. Es posible también que las medidas represivas del régimen (mordazas a la prensa, cárcel para líderes de la oposición, amenazas contras las elecciones parlamentarias) estén reforzando los valores demoliberales de los venezolanos.

El predominio de concepciones liberales de la democracia entre la gente, a pesar de casi dos décadas del discurso chavista en el poder, encuentra en parte su explicación en las transformaciones de la política venezolana tras el fin de la dictadura de Pérez Jiménez en 1958. El sistema desarrollado bajo el pacto de Punto Fijo no condujo al paraíso, mas sí forjó una cultura democrática, por lo visto muy arraigada.

El que logros de tanto significado se hayan esfumado de la memoria histórica no deja de ser un rompecabezas. Por supuesto que la incompetencia de sucesivas administraciones para resolver una profunda crisis sostenida minó la legitimidad de los partidos entonces dominantes. Pero gobiernos y democracia deben distinguirse. Y en Venezuela la población sigue apegada a unos valores que desafían las reservas de Chávez frente a la democracia representativa.

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