BEATRIZ DE MAJO
Mientras Maduro en Pekín estrechaba la mano de su par, el jefe del Estado chino, para sellar un milmillonario empréstito que le saque momentáneamente las castañas del fuego, en su desesperación por conseguir dinero para hacer frente a los gastos nacionales preelectorales, el presidente de Colombia declaraba al mundo que la Corte Penal Internacional conocerá y deberá pronunciarse sobre los numerosos y atroces casos de violaciones flagrantes de los derechos de sus nacionales y por los crímenes de lesa humanidad que Venezuela ha protagonizado en el capítulo que se desarrolla en cámara lenta en la frontera entre los dos países.
El futuro desenlace de la trifulca binacional está por definirse, pero lo que sí es claro es que Nicolás Maduro se acaba de fabricar un “nuevo mejor enemigo” del otro lado del Arauca. Uno que se encargará de perifonear institucionalmente y en todos los foros internacionales los horrores que se han estado cometiendo en contra de inocentes ciudadanos colombianos, vejados, ultrajados inmisericordemente, antes de que se haya comprobado culpabilidad alguna en lo que se les imputa.
Pretender que nuestro gobierno desarrolló una meritoria tarea diplomática para que Colombia saliera perdedora en la reunión de la OEA en la que no alcanzó los 18 votos requeridos para convocar una reunión de ministros para ventilar el tema de las agresiones venezolanas es muy equivocado. Si bien es cierto que a Colombia le faltó un voto, por impericia de su parte o por nunca haber sido suficientemente contundente en repeler las continuas y groseras agresiones del gobierno de Maduro en contra Colombia y su propio gobierno, ese traspié no transforma el resultado de la reunión continental en una victoria para nuestro país. Lejos de allí. Venezuela fue apoyada activamente en la reunión de la OEA por tres otros países, Bolivia, Ecuador y Nicaragua, con los que solo nos unen una sintonía ideológica y no mucho más. Haití apenas es tributario de la dádiva venezolana para poder subsistir. Nadie más, ni siquiera en el Caribe que otrora fuera tan solidario con el benefactor venezolano, quiso hacerse solidario de las tropelías emprendidas por nuestros militares en la frontera. Jamaica, Barbados y El Salvador, aliados ancestrales de Venezuela, no dieron el paso para cuadrarse esta vez con la revolución.
Santos asimilará ese paso en falso con el tiempo y hasta terminará por olvidar las descuadradas, groseras y torpes imprecaciones del embajador venezolano en la OEA, quien justificó los crímenes venezolanos tratando al país vecino de “exportador de miseria”.
Lo que no olvidará ni perdonará con facilidad el presidente colombiano es que este cruel y grave episodio de crímenes contra los suyos lo distraiga de su proyecto más caro que es el de la paz de su país que su equipo negocia con los terroristas en La Habana, al obligarlo tanto a él como a la sociedad neogranadina a enfocarse en otro inmenso problema. Las tratativas de La Habana no navegan aún con viento en la popa. Estas se encuentran en un momento crucial, tanto en relación con quienes se sientan del otro lado de la mesa de negociación como con su propia ciudadanía, a la que es preciso hacerle abrazar la inminente nueva realidad con entusiasmo.
No sabe aún Nicolás Maduro, ni sus voceros ni sus cómplices tampoco, el precio del aislamiento que pagará el gobierno internacionalmente por las atroces agresiones a los colombianos del Táchira. No sabe aún Maduro la talla que puede tener su “nuevo mejor enemigo” cuando este tema se maneje por Colombia, como corresponde, en el corro internacional.
No hay comentarios:
Publicar un comentario