viernes, 31 de agosto de 2012

COLOMBIA


¿LA PAZ A QUÉ PRECIO?
Plinio Apuleyo Mendoza
Lo leímos en este diario y sin duda es cierto: llevamos treinta años de contactos secretos con la guerrilla. Desde Belisario, todos los presidentes han querido hacer realidad el sueño de la paz. Incluso, Álvaro Uribe. A su manera, mediante una flagrante derrota del terrorismo. Con tales antecedentes, no debe sorprendernos descubrir hoy en día que desde el mes de febrero el Gobierno está jugando en Cuba esta carta. Y su propósito en sí mismo no exacerba los ánimos. El país, contra lo que algunos piensan, no está dividido entre amigos y enemigos de la paz. Por la paz nos la jugamos todos. Nada sería más grato para cualquier colombiano que levantarse una mañana y abrir el periódico sin hallar noticias de bombas, secuestros, atentados o imágenes de mujeres llorando a sus muertos.
Aquí el problema es otro. Se trata, en primer término, de saber por qué la guerrilla hizo fracasar todos los anteriores intentos de paz. Luego, cuáles deberían ser los necesarios requisitos para el diálogo. Y por último, qué aceptarían y qué no aceptarían las Farc, dada la fuerza que creen tener.
A propósito de los requisitos, el investigador y analista antioqueño Jaime Jaramillo Panesso nos recuerda que mientras se desarrollan los diálogos de paz la guerrilla propicia "ataques brutales que se encaminan a matar policías y soldados, a destruir torres de energía eléctrica, puentes y carreteras, a realizar secuestros y atentados, extorsiones y otros actos terroristas". Es cierto. Hay quienes afirman que no es justo, mientras estos hechos se producen impune y diariamente, que se dialogue con las Farc sin poner como condición el cese de estas atrocidades. ¿Una posición de la llamada ultraderecha? No, más bien es la reacción de muchos colombianos del común.
¿Qué espera la guerrilla de un posible acuerdo de paz? Sería necesario verlo con cabeza fría. Si fuese cierto, como creen algunos, que la guerrilla está debilitada, le bastaría a esta una desmovilización sin sanciones penales, según lo anticipa el marco jurídico para la paz. Pero, pese a los duros golpes sufridos con la muerte de sus máximos comandantes, su última estrategia terrorista le está dando resultados.
Según mi amiga de siempre, Noemí Sanín, tres factores la han fortalecido. El primero fue la eliminación del fuero militar, que ha permitido la más tenebrosa cacería de oficiales y soldados por parte de una justicia politizada. Doce mil militares, al ser objeto de investigaciones, están hoy fuera de combate. El segundo factor fue la eliminación del DAS, pues reconociendo que tenía serias fallas estructurales, con él se perdió un arma definitiva en toda guerra: sus necesarias redes de información. Y, por último, todo anuncio de negociación desata de parte de la guerrilla una intensificación de sus acciones armadas.
Si a estas fallas que no son solo del Gobierno, sino de todos los poderes del Estado, sumamos los ingresos que las Farc reciben del narcotráfico, sus hábiles brazos políticos, su Marcha Patriótica y el real control que ejercen en muchas regiones como el Cauca, entenderemos por qué quieren dialogar en igualdad de condiciones como uno de los dos actores del mal llamado conflicto interno. Por esa razón, no sería sorprendente -como me lo dijo un amigo con figuración en la izquierda más combativa- que la guerrilla se negara a dejar las armas mientras el Ejército mantiene las suyas. Tampoco creo que renuncie al narcotráfico ni a la imposición de políticas económicas muy propias del peligroso socialismo bolivariano.
Sí, el precio fijado por las Farc para alcanzar la paz puede ser más alto de lo que espera el Gobierno e imagina el país. No es fácil el acuerdo con una organización cuya fuerza reposa en el terrorismo.

LA GUERRA O LA PAZ

Rudolf Hommes
La mayoría de los colombianos fuimos hasta hace poco entusiastas defensores de los intentos de paz de distintos gobiernos. Estuvimos de acuerdo con los esfuerzos que realizaron los gobiernos de Belisario Betancur y Andrés Pastrana, frecuentemente criticados por su buena fe. Yo mismo fui de los pocos que le encontraron justificación al discurso de 'Tirofijo' "de las gallinas y los marranos" y lo dije públicamente. Celebramos los acuerdos de paz de Barco (y Rafael Pardo) con el M-19. Tuvimos el alma en vilo cuando mataron a Carlos Pizarro, hasta que apareció Navarro vistiendo un saco de chivo en la TV y dio el parte de tranquilidad que selló definitivamente la paz con ese movimiento.
Durante el gobierno de César Gaviria, apenas posesionado, fui comisionado por el presidente, en compañía de Armando Montenegro y Ulpiano Ayala, para visitar a Navarro a ofrecerle el Ministerio de Salud, con lo que se inició una nueva época de reconciliación y espacio político para los reinsertados, que ha culminado con la elección de Petro a la Alcaldía de Bogotá.
Este hecho, aunque no ha sido afortunado para la ciudad, ha sido extraordinariamente importante para la paz, porque es una evidencia incontrovertible de que hay espacio político para quienes ejercen la oposición política y, en particular, para "los nuevos movimientos que (surgen) de acuerdos" de paz entre el Gobierno y la guerrilla, por lo que no se justifica que sea objeto de nuevos acuerdos entre el Gobierno y las Farc.
Como miembro del gabinete, apoyé las conversaciones que se llevaron a cabo en Venezuela y en México y estaba preparado para asistir en representación del Gobierno a Tlaxcala cuando aquellas se rompieron.
En la Universidad de los Andes promoví, con el rector de la Javeriana (recientemente fallecido) y el del Rosario, una marcha universitaria por la paz, que se realizó pese a la oposición que tuvo de otros amigos de la paz. Durante el gobierno de Samper acompañé al actual presidente en un acto a favor de la paz en Bogotá, que molestó al Gobierno y por el que los furibistas desacreditan a Santos.
En todas esas oportunidades, el entusiasmo inicial a favor de los procesos y de los acuerdos no fue recompensado por los resultados, y en la mayoría de esos casos el fracaso de las negociaciones se debió a que la guerrilla no estaba obrando de buena fe.
Desde entonces, he sido muy escéptico sobre las bondades y beneficios de los intentos de diálogo, y enemigo de entregarle a la guerrilla banderas y programas que el Gobierno puede adelantar en forma autónoma. Hay conciencia de que se requiere una política agraria más incluyente para cerrar la brecha social entre el campo y la ciudad, y una estrategia de desarrollo agropecuario que tenga éxito a corto plazo.
El Gobierno ya ha dado pasos gigantescos en este sentido en el aspecto social y en la restitución de tierras. Hacen falta mecanismos efectivos para llevarlos a cabo y un programa de inversión, rápida expansión de la frontera agrícola y mejor utilización del área cultivable, que le ponga fin a la extrema pobreza en el campo y revierta la caída de la productividad en el sector.
Sin tener muchas esperanzas sobre el proceder y las intenciones de la guerrilla, saludo, sin embargo, este nuevo intento de llegar a la paz por la vía negociada. La guerra conduce a ampliar el círculo vicioso de violencia y ruina que padecemos desde los años 40. Debemos confiar en que el Gobierno cuenta con información que le hace prever una probabilidad de éxito suficientemente grande para justificar la decisión. Aunque las cabezas nos hacen cautelosos, no hay duda de que los corazones anhelan la paz para poder disfrutar plenamente nuestro país.

LA PAZ RECOMENZADA
Jorge O. Melo
Los anuncios de paz traen repeticiones. El Gobierno, como cada vez que empiezan negociaciones, reitera que no se cometerán los errores de antes. Esto quiere decir que no se volverá al Caguán, ni se suspenderán las acciones militares para facilitar el diálogo, ni se liberarán guerrilleros presos a cambio de ilusiones grandes o pequeñas, y que el apoyo a los militares no estará unido a mensajes equívocos sobre derechos humanos, como los que sugerían que el Ejército no podía ganar la guerra porque la "procuraduría" o los "derechos humanos" no lo dejaban actuar con impunidad y eficacia. Y ojalá que, como pasó en 1993 y el 2002, no se rompan los diálogos porque la guerrilla hizo algo que no se había comprometido a no hacer. Pero puede (si el documento de La Habana de febrero sirve de indicación) que se repita el error de discutir problemas substanciales en la mesa de diálogo, lo que da a la guerrilla una representación política que no tiene.
Basta que se anuncien las conversaciones para que reaparezcan los argumentos de siempre: las columnas estridentes que insisten en que toda conversación es una traición, un gesto pacifista que da ventajas a la guerrilla, o las que convierten la necesidad de paz del país en argumento a favor de sus posibilidades. Y no es sino empezar conversaciones secretas para que sus detalles aparezcan en toda parte.
La idea de unas conversaciones reservadas parece exótica para los negociadores colombianos, que nunca resisten la tentación de soltar algo para sus amigos periodistas.
Las negociaciones de paz son difíciles y de resultados inciertos: nadie sabe qué piensan las diversas fracciones de las Farc (y casi todos los análisis las tratan como una guerrilla monolítica), ni cómo van a reaccionar ante la negociación: mientras que esta puede ser una oportunidad de reincorporarse a la sociedad para los dirigentes más políticos y con una visión realista de la derrota histórica de la guerrilla, para los sectores militaristas puede ser una nueva ocasión de medir la fuerza del Estado o lograr ventajas para la guerra o la droga.
Y es complicado calcular el impacto en las guerrillas de propuestas de cumplimiento inmediato de las normas de derecho internacional humanitario o de creación de mecanismos para verificar asuntos como el secuestro de civiles o el reclutamiento de menores. En los procesos anteriores muchos se opusieron a cualquier acuerdo en este sentido dizque porque esto equivalía a "regularizar" la guerra y aceptar que se prolongaría, como si, no importa lo que se demore lograr la paz, no sea mejor una guerra menos sucia y menos cruel. Y muchos argumentaron que por definición toda guerra es sucia, como si no existieran diferencias entre ellas.
El ruido y la alharaca son parte del estilo habitual del país, y seguramente las negociaciones se harán en un ambiente de insultos, acusaciones y denuncias retóricas. Esto es inevitable, pero por lo menos valdría la pena que quienes discutan e informen acerca del proceso traten de mantenerse en el mundo de los argumentos, de la evaluación de posibilidades, de las realidades más que de las percepciones, de los hechos más que de los sentimientos y las suposiciones.
Y que el Gobierno dé una información confiable sobre la violencia, la frecuencia de los actos guerrilleros y su impacto en la población -secuestros, amenazas, extorsiones, homicidios-, para que la discusión sobre seguridad no dependa de los que promueven la sensación de inseguridad y después usan esta percepción como prueba de que la seguridad está decayendo.
En las negociaciones de paz las apariencias tienden a volverse parte de la realidad. Pero lo sano es mantener la calma, la paciencia, la tranquilidad ante un proceso que puede tomar años, pero que es mejor comenzar de una vez, sin ilusiones pero sin desesperación.


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