Españolito que vienes al mundo...
JEAN MANINAT
Los dos grandes partidos de España, el Partido Popular (PP) y el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) viven, por razones diferentes, su peor momento.
El PP ganó las elecciones generales de noviembre del año pasado con una holgada mayoría que le dio la posibilidad de gobernar con un Congreso a su favor, una mayoría de municipios bajo su control, unas comunidades autónomas cautelosas, y una sociedad que lo acogía como la última esperanza que quedaba para salvar el barco destartalado y sin rumbo que le dejó el gobierno del presidente Zapatero tras años de bonanza e ilusiones.
El PSOE, por su parte, obtuvo una cruenta derrota que lo dejaba desamparado, en medio del desconcierto rencoroso de sus militantes, y la rabia desinhibida de los votantes de su periferia política histórica.
Pero, el PSOE, tenía ante sí la posibilidad de atravesar el desierto opositor sabiendo que hay medidas impostergables que se tienen que tomar para enfrentar la crisis financiera; y otras que son impostergables, para la visión ideológica de sus eternos rivales. Hasta ahora no hay respuestas que entusiasmen, ni para lo uno ni para lo otro.
La miopía ha sido generalmente compartida: ninguna de las dos organizaciones políticas nacionales a las que nos referimos: PP y PSOE; ni los partidos y gobiernos de las comunidades autónomas; ni la gran organización empresarial: la CEOE; ni las dos grandes organizaciones sindicales: la UGT y CC.OO; ni siquiera la iglesia Católica, que literalmente no pierde ocasión de declarar de lo divino y de lo humano, alertaron -a tiempo- acerca del absceso que crecía como un alien al interior de la economía y de la sociedad, el mismo que luego llamaron con pundonor de colegiala: "la burbuja".
Si el pecado es compartido, las indulgencias se ganan en conjunto. La inconexa respuesta que se ha dado a la crisis financiera poco ha ayudado a acrecentar la confianza de los mercados: inversionistas de carne y hueso que no perciben el músculo dirigente detrás de las políticas implementadas, que a nadie convencen y a todos irritan.
Las últimas mediciones de opinión, (disculpen quise decir encuestas, pero no me atreví) indican un desplome del Gobierno, sin que el PSOE cobre la caída. Nadie gana, todos pierden, salvo el desánimo, cada día más creciente, de los ciudadanos españoles.
Hace un par de semanas, el expresidente Felipe González hizo un llamado a lograr un gran acuerdo nacional "para salir de la crisis y actuar en Europa". Simple y manida fórmula que adquiere el peso contundente del sentido común, la columna vertebral de todo gran estadista.
Pero las dos principales fuerzas políticas de España no encuentran el camino del entendimiento. Ponga usted la culpa donde la ponga.
El presidente Rajoy, pareciera perdido y a la zaga de sus pares europeos: el primer ministro italiano Mario Monti, o el presidente francés François Hollande. No hablemos de los funcionarios y políticos alemanes que dictan las tareas europeas.
La falta de una réplica certera frente al "¿dónde está, dónde está la bolita?" que ofrece Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo, como respuesta recurrente cuando se le pide clarificar los términos de un eventual segundo rescate del sistema financiero español. O la ausencia de un gesto de asombro público, frente a la reciente reunión de la canciller alemana, Ángela Merkel, con las centrales sindicales españolas para escuchar sus proposiciones -antes de que Rajoy las recibiera a duras penas- son síntomas de una deficiencia motora del gobierno español.
(Curiosidad de curiosidades, la prensa ibérica reseñó hace poco la llamada telefónica del presidente Obama -quien anuló sus vacaciones de verano por razones obvias- al presidente español quien sí estaba de vacaciones de verano, por razones no tan obvias- para indagar sobre la situación de España).
Pero el PSOE y su líder Rubalcaba, parecen ensimismados, sin capacidad para encontrar el envión político que los sitúe como una oposición creíble: responsable de lo pasado, ciertamente, pero capaz de dejar su huella en el porvenir que se está construyendo.
El rey Juan Carlos recibió hace unos días a la máxima dirigencia sindical para escuchar sus planteamientos. Quizás sea el inicio de un diálogo nacional. Una vez más el Rey le pondría el hombro a la democracia.
No hay derecho a que el poeta Machado tenga razón de nuevo. España y su gente no se lo merecen.
@jeanmaninat
El PP ganó las elecciones generales de noviembre del año pasado con una holgada mayoría que le dio la posibilidad de gobernar con un Congreso a su favor, una mayoría de municipios bajo su control, unas comunidades autónomas cautelosas, y una sociedad que lo acogía como la última esperanza que quedaba para salvar el barco destartalado y sin rumbo que le dejó el gobierno del presidente Zapatero tras años de bonanza e ilusiones.
El PSOE, por su parte, obtuvo una cruenta derrota que lo dejaba desamparado, en medio del desconcierto rencoroso de sus militantes, y la rabia desinhibida de los votantes de su periferia política histórica.
Pero, el PSOE, tenía ante sí la posibilidad de atravesar el desierto opositor sabiendo que hay medidas impostergables que se tienen que tomar para enfrentar la crisis financiera; y otras que son impostergables, para la visión ideológica de sus eternos rivales. Hasta ahora no hay respuestas que entusiasmen, ni para lo uno ni para lo otro.
La miopía ha sido generalmente compartida: ninguna de las dos organizaciones políticas nacionales a las que nos referimos: PP y PSOE; ni los partidos y gobiernos de las comunidades autónomas; ni la gran organización empresarial: la CEOE; ni las dos grandes organizaciones sindicales: la UGT y CC.OO; ni siquiera la iglesia Católica, que literalmente no pierde ocasión de declarar de lo divino y de lo humano, alertaron -a tiempo- acerca del absceso que crecía como un alien al interior de la economía y de la sociedad, el mismo que luego llamaron con pundonor de colegiala: "la burbuja".
Si el pecado es compartido, las indulgencias se ganan en conjunto. La inconexa respuesta que se ha dado a la crisis financiera poco ha ayudado a acrecentar la confianza de los mercados: inversionistas de carne y hueso que no perciben el músculo dirigente detrás de las políticas implementadas, que a nadie convencen y a todos irritan.
Las últimas mediciones de opinión, (disculpen quise decir encuestas, pero no me atreví) indican un desplome del Gobierno, sin que el PSOE cobre la caída. Nadie gana, todos pierden, salvo el desánimo, cada día más creciente, de los ciudadanos españoles.
Hace un par de semanas, el expresidente Felipe González hizo un llamado a lograr un gran acuerdo nacional "para salir de la crisis y actuar en Europa". Simple y manida fórmula que adquiere el peso contundente del sentido común, la columna vertebral de todo gran estadista.
Pero las dos principales fuerzas políticas de España no encuentran el camino del entendimiento. Ponga usted la culpa donde la ponga.
El presidente Rajoy, pareciera perdido y a la zaga de sus pares europeos: el primer ministro italiano Mario Monti, o el presidente francés François Hollande. No hablemos de los funcionarios y políticos alemanes que dictan las tareas europeas.
La falta de una réplica certera frente al "¿dónde está, dónde está la bolita?" que ofrece Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo, como respuesta recurrente cuando se le pide clarificar los términos de un eventual segundo rescate del sistema financiero español. O la ausencia de un gesto de asombro público, frente a la reciente reunión de la canciller alemana, Ángela Merkel, con las centrales sindicales españolas para escuchar sus proposiciones -antes de que Rajoy las recibiera a duras penas- son síntomas de una deficiencia motora del gobierno español.
(Curiosidad de curiosidades, la prensa ibérica reseñó hace poco la llamada telefónica del presidente Obama -quien anuló sus vacaciones de verano por razones obvias- al presidente español quien sí estaba de vacaciones de verano, por razones no tan obvias- para indagar sobre la situación de España).
Pero el PSOE y su líder Rubalcaba, parecen ensimismados, sin capacidad para encontrar el envión político que los sitúe como una oposición creíble: responsable de lo pasado, ciertamente, pero capaz de dejar su huella en el porvenir que se está construyendo.
El rey Juan Carlos recibió hace unos días a la máxima dirigencia sindical para escuchar sus planteamientos. Quizás sea el inicio de un diálogo nacional. Una vez más el Rey le pondría el hombro a la democracia.
No hay derecho a que el poeta Machado tenga razón de nuevo. España y su gente no se lo merecen.
@jeanmaninat
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