lunes, 27 de agosto de 2012



EL FACTOR MIEDO


         Américo Martín

En el socialismo la clase obrera es la vanguardia, ejemplo a seguir por el pueblo” 
Hugo Chávez

Me permitirán mis ociosos lectores comentar al presidente Chávez en su triple rol: conductor de ejércitos antimperialistas, líder de la emancipación de la clase obrera, y padre de la política del miedo. No he visto personaje más previsible que el presidente Chávez. A estas alturas ni el chavismo más cándido tomaría en serio su campanuda amenaza contra Inglaterra.
En la agitada sesera del mandatario debe estar flotando de nuevo la soñada guerra antimperialista, que ha de completar la obra inconclusa del Libertador. Por supuesto, con algunas modificaciones. Bolívar siempre conservó admiración por las islas británicas, su sistema y temprana ruptura con el absolutismo.
No fue casual la participación en la batalla de Carabobo del Batallón Británico mandado por el coronel inglés Tomás Farriar, cuyo comportamiento fue admirable y yo diría que decisivo.
Cuando algún iluminado quiere protagonizar una gesta debe contar con un enemigo y si no lo hay, inventarlo. Precisamente el fuerte de Chávez es su imaginación. Es un arte. Zarzuela, atelana, comedia pero arte al fin.
Antes de su invasión de la perversa Albión, había entonado tambores de guerra en respuesta al bombardeo ordenado por Uribe contra el campamento de Reyes. Correa protestó sin acompañar los planes bélicos de su aliado.
¡Qué puede importarle eso a un héroe tras una causa! Chávez se subrogó en la responsabilidad. Sin tener arte ni parte envió blindados a la frontera con el fin de castigar la insolencia de Colombia. El asunto era entre Uribe y Correa, pero Chávez se abrió paso a codazos y se plantó en el medio.
Lo gracioso es que Ecuador y Colombia no movilizaron tropas. Tampoco Uribe despachó un soldado a esperar en la frontera la blitzkrieg ­¿de Patton, Rommel, Montgomery?­ de Chávez. Esta operación militar ha sido borrada de los anales de la revolución. No ocurrió, nadie quiere acordarse de ella.
Desde que se sintió revolucionario el presidente Chávez compró la conexión entre el sistema socialista y la clase obrera. La emancipación del proletariado sería igualmente la de todas las clases oprimidas y a esa vorágine se entregó el decidido barinés.
Pero por ignorar una de las historias de semejante relación, el Presidente se está hundiendo en ella. Desde que los bolcheviques tomaron el poder vivieron una cuadratura del círculo.
Creían que la fuerza obrera no tenía por qué mantener sindicatos. No le veían sentido a que luchara por mejoras económicas contra el Estado obrero. ¡Sería como arrancarse ventajas económicas a sí misma, dado que era el proletariado el que había tomado el poder!, según la ficción en uso durante aquellos albores.
A partir de ese momento las largas luchas en defensa del salario, el empleo, la contratación colectiva y las condiciones de trabajo se desplomaron en los países del socialismo revolucionario, mientras que eran protegidos por la ley en las llamadas democracias burguesas.
¿Era razonable pedirle a los trabajadores que lucharan por un sistema que abolía sus derechos en contra de otro que los reconocía? Para poder sobrevivir a esa incontestable pregunta, terminaron reconociendo los fastidiosos sindicatos. Crearon una teoría de lo más conveniente: los obreros tenían una doble condición.
Eran revolucionarios al frente de una sociedad de trabajadores, y eran reformistas en su lugar de trabajo, lo que les autorizaba a reclamar mejoras gremiales. Claro, fue básicamente “muela”. Los sindicatos quedaron admitidos aunque de hecho perdieran su libertad.
En su descascarado socialismo, el presidente Chávez ha llevado al extremo su hostilidad contra los trabajadores, al tiempo que de palabra dice derretirse por ellos. Lo cierto es que en su régimen no caben la contratación colectiva, los derechos de manifestación y huelga y la libertad sindical, que las Constituciones “burguesas” consagran.
No es cuestión de errores o fallas. La contrahecha estructura de su modelo no le sirve a los venezolanos. Y por eso han estallado contradicciones brutales e inconciliables entre quienes creyeron en él.
A Chávez le metieron en la cabeza que era un orador mágico. Con el poder de su palabra podía encarrilar el creciente malestar de los trabajadores. Lo que pasa es que los de las empresas básicas se han fogueado durante muchos años en defensa de lo que ahora Chávez les arrebata. Creyéndose un Mirabeau, reunió a los sidoristas con una mise en scénefaraónica.
Encadenó los medios y muy sobrancero le habló a los presentes. La airada respuesta lo clavó en su silla, desencajado, pálido. Mirando a un lado y al otro ordenó que se iniciaran las negociaciones colectivas en las empresas básicas. Pero el mecanismo se disparó en todo el país.
Los empleados públicos, que están hasta la coronilla, siguen el ejemplo guayanés. El conflicto puede ser demoledor. Los militantes, formados en el papel profético de la clase obrera, se han descompuesto. El dinosaurio está herido. Cansado, pero con reflejos de viejo boxeador, el presidente convoca actos sin concierto. Mientras tanto Capriles y la alternativa democrática han hecho suyas, en la forma más natural, las demandas sociales.
Lo que queda en el arsenal del gobierno es el arma del miedo. Corren otra vez rumores sobre desestabilización y las cismáticas consecuencias que acarrearía la victoria de Capriles. Se habla sotto voce de milicias territoriales y grupos paramilitares. Las cifras hacen reír. El gobierno, que no puede con el puente de Cúpira, anuncia que en 2013 contará con un millón de milicianos.
Pura bravuconada. Pura frase hueca. El miedo como política ya es irrisorio. Lo dijo Chaplin: “La vida es maravillosa si se la disfruta sin miedo”. Share on twitter

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