viernes, 31 de agosto de 2012


Europa premia nuestra degradación social


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Thaelman Urgelles


El premio conferido en la Bienal Arquitectónica de Venecia a la “obra” de los invasores de la Torre Confinanzas ¿es acaso un sarcasmo, una crítica del espanto a través de la ironía…? Pues no, el premio se confiere con toda la sinceridad del curador y los jurados europeos, quienes nos miran a los latinoamericanos como especímenes de su particular espeleología social, o peor dicho, no pierden la oportunidad de alimentar su arrogancia al celebrar nuestra miseria y descomposición, elevándola a la categoría de arte. Esto de Europa con nosotros tiene ya su larga historia, desde que Cristóbal Colón regresó de su primer viaje con los trofeos de indígenas debidamente enjaulados, como otras piezas de la exuberante colección de fauna y flora recolectada por estos confines. Más tarde Rousseau le daría tesitura intelectual a aquella fascinación por el salvajismo inocente que redimiría al género humano de su perdición. El Romanticismo puso también lo suyo para edificar el mito, cuyo acabado y ornamentos tendrían como orfebre al marxismo del siglo 20; no el de Marx, quien por lo menos en esa materia estaba más claro que el carajo. Así, toda clase de sociólogos, antropólogos, lingüistas, filósofos, literatos y hasta cineastas, se cebaron de nuestro continente para amamantar sus anhelos de una originalidad y frescura que creyeron haber perdido en su vetusta estancia europea. Y también para aclamar y promover aquello que en sus propios espacios no tolerarían de ninguna manera. Hay ciertos hechos, personajes y curiosidades que son dignas de aplauso y admiración, pero ¡ojo! en América latina, nunca en la respetable matrona que los acoge a ellos con entera comodidad. Somos las aves o insectos que ellos vienen a observar maravillados de cuando en cuando, convenientemente vacunados contra toda clase de plagas que se dan por estos trópicos. O el segundo frente conyugal, aquella con quien se pueden dar los maridos pacatos ciertas licencias eróticas que no caben con la respetable esposa. Por supuesto que esta historia tiene sus alcahuetes o cabrones locales, quienes medran de prestar servicio de baquianos o abridores de puertas a los honorables curiosos de ultramar. Al escribir del asunto tengo a varios de ellos en mente. Pero el honor de de ser citarlo hoy lo merece enteramente el venezolano Alfredo Brillembourg (no su socio, evidentemente alemán), quien desde un opulento estudio de New York le llevó las apetitosas pepitas de oro al curador de la Bienale. Es el honor que él y su socio hicieron al populismo reinante, quizás en pago por los jugosos contratos recibidos.@TUrgelles

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