Adrian Liberman L.
Venezuela se halla sumida en el debate acerca de la intención gubernamental de pasar a ser un Estado Comunal.
Independientemente de las consideraciones jurídicas, me corresponde hacer observaciones psicológicas que arrojan un pronóstico sombrío a tal empeño.
El koljóz en la Unión Soviética, la granja colectiva en China, el kibbutz en Israel fueron experimentos socio-económicos que fueron abandonados luego de demostrar suinviabilidad en el seno de una sociedad moderna. ¿Por qué entonces insistir en Venezuela en adentrarse en sendas probadamente ineficientes? Independientemente del narcicismo del Jefe de Estado, ese que le impide aprender de la experiencia, el empeño obedece a un ideal utópico, a la creación de una sociedad sin diferencias y ajena a los efectos del egoísmo individualista.
Sin embargo, independientemente del entramado jurídico que se diseñe para tal efecto, hay unos requisitos psicológicos, unas pre-condiciones emocionales que me permiten anticipar el naufragio de dicho proyecto.
La organización comunal supone una representación firme del objeto común que se denomina país. Una idea de compartir un espacio y unos recursos en pie de igualdad, con equivalencia de obligaciones y derechos. Supone también contar con una representación firme del otro como un semejante como un prójimo que se ve afectado por las acciones de cada quien. Esto implica tener un nivel de sublimación, de poder colocar los deseos personales al servicio de la cultura y de los valores compartidos muy alto. Esta sublimación, que se traduce en la consideración por el otro, no es precisamente la característica psicológica sustantiva de la sociedad venezolana. Los niveles de violencia hamponil, de transgresión cotidiana a las normas, grandes y pequeñas delatan que las característicasidiosíncráticas del ciudadano son muy distintas a la de la sublimación.
La representación del otro como un semejante es una adquisición que debe darse en las primeras etapas del desarrollo psicológico. Es algo que para instaurarse debe estar presente desde momentos muy tempranos de la vida psíquica, tiene un período crítico para aparecer o no lo hace. El comportamiento cotidiano de buena parte de nuestra población delata un déficit estructural en este sentido. El otro es visto como posible víctima, la depredación es el denominador común de los vínculos que se establecen con el prójimo.
Así, dentro de este panorama psíquico, el proyecto comunal equivale a construir un edificio sobre un terreno pantanoso.
No se tienen los cimientos subjetivos que permitan que el altruismo, la colaboración y consideración prosperen.
Las comunas se vislumbran como algo que engrosará las frustraciones y desilusiones, y de eso sí todos sabemos mucho.
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