domingo, 18 de noviembre de 2012


La “patria nueva” y las viejas verdades





Simón Alberto Consalvi

El Nacional


Como en Fuenteovejuna, todos a una proclaman que  “nadie quiere nada con el pasado”, y que “el pasado no puede volver”.  Esto último no sólo es un exceso, sino una tontería. El pasado nunca vuelve, y la historia no se repite. Aquello de que “los que no conocen la historia están condenados a repetirla”, no se puede tomar como una sentencia, sino como el aviso inteligente de que el pasado puede sorprender a quienes lo desconocen.  Una cosa es no querer nada con el pasado, otra que el pasado no puede volver  y otra ignorar, alterar o desconocer el pasado.
Juan Vicente Gómez no puede volver, pero no conocer lo que sucedió en su tiempo ni mirar a las profundidades de sus abismos es algo muy grave para una sociedad como la venezolana, sobre la cual pesa la maldición de algunos de sus intelectuales de que la gobernabilidad del país (decían  entonces) sólo sería posible bajo el reinado del “gendarme necesario”. Si se conociera la historia del general Gómez quizás estaríamos mejor preparados para afrontar las tentaciones de quienes pretendan emularlo quedándose en el poder mediante sus métodos. ¿Sabe usted cómo manejaba el petróleo el viejo dictador? Pues, a discreción, como a sus vacas.
No pocos de los que proclaman “no querer nada con el pasado” lo hacen como una excusa elegante para justificar su desconocimiento. A aquellos que quieren secuestrar el futuro les resulta ventajoso ignorar el pasado, y por eso quieren reescribir la historia. Esta ignorancia les permite borrar el pasado como término de referencia, y poco a poco van logrando que el país se convierta  en una inmensa bruma donde nada ni nadie pueda reconocerse.
Esta tonta manera de hacer política antipolítica debe desenmascararse porque los que proclaman la “nueva política” se dan la mano con los que quieren hacernos ver que vivimos en la “patria nueva”. Si supieran un poco de historia, no caerían en la necedad de repetir la consigna del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo, que a su espantoso régimen lo llamó así: la “patria nueva”. El protagonista de La fiesta del chivo quiso borrar el pasado, y lo ahogó en sangre.
Quizás sería útil hacer abstracción de las querellas imprecisas contra el pasado para verlo no con misericordia, sino con la objetividad que proveen los hechos. Dígase, en primer lugar, que la era democrática fue un periodo durante el cual, y por primera vez en la historia de Venezuela, el poder civil disfrutó de sus prerrogativas, negadas desde el derrocamiento del presidente José Vargas en 1835. El militarismo había dominado toda la historia, en tanto en la era democrática fueron los procesos electorales y la vigencia de la Constitución de 1961 los factores que le dieron fisonomía al sistema. Entre sus características resaltaron la rendición de cuentas, la alternabilidad en el poder y la independencia de los poderes, hasta el extremo de procesar a un presidente. La nación impuso su dominio sobre  la riqueza del subsuelo, y por primera vez en el siglo del petróleo se sabía cuánto se exportaba y adónde iban esas exportaciones. La OPEP fue una de las grandes conquistas de los países en desarrollo, y, en gran medida, idea de Venezuela que logró rápido consenso entre los productores. Conquistas del pasado, cierto. ¿Y qué nos depara el futuro?
Una ojeada al pasado puede contribuir a despejar el porvenir. Una página de la historia vale más que todos los horóscopos de la “nueva política”. Veamos. En 1954, el norteamericano Edwin Lieuwen escribió en Petroleum in Venezuela algo que debió quitarnos el sueño: “El Estado se está haciendo cada vez más opulento; el pueblo continúa viviendo en la pobreza. Mientras tanto, la nación depende cada vez más de una sola industria extractiva y es más y más sensible a los acontecimientos del extranjero. El argumento de que la industria es tan poderosa que el Estado puede hacer muy poco para frenar su fuerza absorbente es convincente, pero esto no excusa al gobierno de no haber invertido juiciosamente los fondos en un amplio programa de mejoras económicas y sociales”.  Han pasado 60 años y le hemos dado vueltas a la noria. El aviso bíblico se repitió en distintos tonos, y hubo, como es comprobable, proyectos de diversificación de la economía. No obstante, prevaleció lo que Lieuwen describió, 20 años antes de la nacionalización, como excusas ante el poder de la industria.
En la Venezuela de la “patria nueva” dependemos como nunca del petróleo, mientras la industria atraviesa una crisis que la obliga a importar gasolina. Con las divisas del petróleo, ahora traemos de fuera lo que consumimos. ¿Qué nos depara el futuro? Retengamos estos datos: un informe de la Agencia Internacional de Energía (de esta semana) reporta que “Estados Unidos será en cinco años el mayor productor de petróleo del mundo y, para 2030 será un exportador neto. Y dentro de tres años, sobrepasará a Rusia como primer productor de gas”.
¿Qué responden a esto los turistas de la “nueva política” y los majaderos funcionarios de la “patria nueva” que copian tan desprestigiadas etiquetas? Acaso, ¿les dice algo el complejo porvenir del petróleo como para malbaratar el presente pretendiendo fabricar una sociedad subsidiada?

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