lunes, 5 de noviembre de 2012


Venezuela  es un cuartel     

   Fernando Rodríguez
Talcual

De los veintitrés candidatos chavistas a gobernadores, doce son militares, mayoría absoluta pues. Lo cual ya nos asemeja mucho a un cuartel, si le sumamos el montón de altos funcionarios gubernamentales con cachuchas y charreteras. Aquello que una vez profetizó el propio Libertador y con lo cual titulamos.

Uno aprendió en la escuela que esos caballeros uniformados, y hace rato damas también, servían para resguardar el suelo patrio de externos enemigos malignos, que por cierto nunca han aparecido desde que somos República, y para hacer cumplir la Constitución nacional, texto sacro, que sólo violaron en sus cimientos abundantes golpes de Estado, curiosa y paradójicamente venidos del propio estamento militar. De resto, la conducción de la vida civil, pacífica y democrática, debería corresponder al sabio doctor Vargas, al insigne novelista Rómulo Gallegos, al pensador socialdemócrata Rómulo Betancourt o al bellista Rafael Caldera, por citar a algunos de los que ocuparon el sitial más alto y más disputado.

Lo dilemático del asunto es que estos ciudadanos están acostumbrados a hablar muy recio, a disciplinar sujetos obedientes sin derecho a réplica y con la potestad de dirimir las inevitables disensiones humanas con la última palabra de su inapelable poder de mando.
Actitud seguramente indispensable para la disciplina militar, que unos practican con mayor o menor bonhomía que otros. Pero lo malo es que muchos de ellos, a nuestra historia nos remitimos, trasladan esos procederes castrenses a la vida civil cuando se inmiscuyen en ella, donde deberían reinar el argumento, el diálogo y los consensos. Muchos, dijimos, no todos por suerte.

Pero resulta que nuestros aspirantes a mandatarios regionales pertenecen a una tribu que preside un teniente coronel de muy malas pulgas, de modales toscos y una egolatría sin límites, todo un autócrata consumado. El cual es acatado, venerado, alabado con celo casi religioso por los sujetos en cuestión y por ende no sólo cumplen todas sus órdenes y caprichos sino que reproducen, hacia los ciudadanos, ese estilo de mando. Militarizan, digamos, la sociedad democrática.

Casi todos los insignes candidatos han dado muestras de esa mentalidad invasiva, despótica y servil, se está arriba o se está abajo, en el terreno político. Por ejemplo, el salto de talanquera más alucinante de este inigualable circo que hemos vivido, llamado el brinco de la gallina. O anda por ahí alguna masacre impune e innúmeros atropellos a favor de la santa causa gubernamental. O la ruptura de la barrera del sonido, vaya susto, de un aviador el 27 de noviembre del 92. Algunos han sido etiquetados, por el Imperialismo y la ultraderecha claro, de cómplices de subversivos extranjeros y hasta de narcotraficantes y otros delincuentes. O han explicitado sus convicciones de que no hay elección que se pueda perder así se tengan menos votos que los rivales, siempre que se sea chavista. En fin que su palabra es la ley y no la Constitución y otras normas legales republicanas.

En definitiva que las próximas elecciones de gobernadores nos plantean, también, el dilema mayor de escoger entre la vida civil, civilizada, y los gendarmes del Presidente. Entre la práctica del pluralismo democrático o ponernos en correcta formación. No es poca cosa lo que nos exige el país este fin de año de hallacas adobadas con elecciones, que es el último grito en materia comicial. Y esta es una razón más, y de no poco peso, para que no se nos ocurra dejar de votar.

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