Plinio Apuleyo Mendoza
Hay una frase de Gabo que me da vueltas en la cabeza. "En América Latina -dijo alguna vez- no hay opinión pública sino hinchas". De pronto aquí lo estamos viendo de manera evidente. Hay hinchas uribistas y hay hinchas santistas, y no es siempre fácil saber en qué punto los primeros tienen razón y en qué punto la tienen los segundos.Revisando en días pasados una encuesta de opinión de Gallup sobre el desempeño del gobierno Santos, me di cuenta de que la lógica no siempre acompaña las respuestas de los consultados.
Veámoslo si no. Cuando a estos se les pregunta si el cubrimiento de la salud en Colombia está mejorando o empeorando, el 79 por ciento afirma que está peor. Si se les pregunta cómo el Presidente está manejando el costo de vida, el 69 por ciento lo desaprueba y la misma proporción (un 67 por ciento) se pronuncia a propósito de la manera como se enfrenta el desempleo. Y la desaprobación va más lejos cuando se menciona el tema de la inseguridad: llega a un 75 por ciento. ¿Cómo explicar entonces que el 58 por ciento de los consultados tenga, según la encuesta, una imagen favorable de Santos?Al parecer, la lógica es entre nosotros una flor exótica. Valdría la pena preguntarse por qué no opera en este caso. De pronto, en el enigmático 58 por ciento de las opiniones favorables al Presidente, los numerosos hinchas santistas consideran que los malos resultados de su gobierno en campos como la seguridad, la salud, el costo de vida y el desempleo quedan de sobra compensados por los aciertos conseguidos en el campo del crecimiento económico y en el manejo de la política internacional. Los hinchas uribistas darán otra explicación. Dirán que el Primer Mandatario, hábil jugador de póquer, sabe manejar su imagen de modo que cualquier fracaso suyo queda eclipsado por nuevos y entusiastas anuncios.Por lo pronto, el proceso de paz parece expuesto a sufrir los mismos y curiosos vaivenes de nuestra opinión pública. En la encuesta de Gallup, el 72 por ciento de los consultados lo respalda, lo cual parece explicable, pues es un anhelo que todos compartimos. Percibiéndolo así, el presidente Santos lo guarda como un as bajo la manga. No obstante, el 57 por ciento de los consultados no cree que se llegue a un acuerdo y el 78 por ciento no acepta que las Farc, desmovilizadas, deban participar en política.Es explicable tal escepticismo sobre los resultados del proceso. Las Farc, según el Ministro de Defensa, obtienen cada año, por cuenta del narcotráfico, 3.500 millones de dólares, utilidades líquidas que no registra ninguna de nuestras grandes empresas. Son además dueñas de más de un millón y medio de hectáreas y dominan amplias zonas del Cauca, Caquetá, Putumayo, Guaviare, Vichada, Catatumbo y Arauca. Y, por si fuera poco, sus brazos políticos juegan un insospechable papel en la justicia, los sindicatos, las universidades, las comunidades indígenas y las organizaciones campesinas.Así las cosas, ¿podrá esperarse que las Farc renuncien a sus millonarios recursos, a sus armas y al amenazante poder que tienen en vastas regiones del país para que, convertidas en un dócil partido político, sus comandantes se disputen una curul del senado con mi paisano Telésforo Pedraza? Es dudoso.Sería muy grave para el presidente Santos que un fracaso en el proceso de paz -no por culpa suya, desde luego, sino por las pretensiones de las Farc- se sumara al que hasta el momento se ha registrado en los campos de la salud, el empleo, el costo de vida o la seguridad. Qué le vamos a hacer, pero lo cierto es que la realidad y los anhelos no van por el mismo camino. Lo revelan las encuestas. Y la verdad es que su falta de lógica podría corresponder a esta expresión popular: "Sí, pero no, su merced".
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