Felipe González
El País
Cada vez que se visita China, sea cual sea la frecuencia, no deja de sorprender como fenómeno histórico que refleja la nueva situación mundial. Seguimos hablando de “país emergente” cuando nos referimos a China, junto al resto de los BRIC, a sabiendas de que la expresión no recoge la realidad en que vivimos.
China emergió ya con fuerza inusitada, mientras nosotros —europeos de la Unión— luchamos, sin encontrar el camino, por no sumergirnos. Frente a un proceso ascendente, que parece imparable, otro descendente, de pérdida de relevancia, que no sabemos parar y menos revertir.
Esta vez, el propósito de la visita ha sido el inicio de un diálogo que nos permitiera un conocimiento más profundo de las realidades recíprocas.
Para mi interlocutor, el ministro Zeng Bijian —actual presidente del Instituto Chino para la Innovación y la Estrategia del Desarrollo de Pekín—, esa iniciativa de acercamiento mutuo se refleja en un decálogo bajo una idea fuerza interesante: “Analizar la convergencia de intereses, con la finalidad de crear comunidades de intereses sólidas y duraderas”.
En esos diez puntos de su estrategia se incluyen los desafíos propios de China de corto, medio y largo plazo; su visión sobre los problemas de la Unión Europea, incluida la crisis de la deuda y la preocupación por las derivadas más graves sobre el crecimiento y empleo; y, además, su análisis de los intereses compartidos o compartibles bilaterales y globales.
El ministro Zeng Bijian hablaba en su nombre, pero representando un planteamiento estratégico asumido por las autoridades chinas. Mi análisis de los desafíos europeos, la percepción sobre China, las potencialidades de la relación entre ambas partes y los puntos de interés recíproco en otras áreas del mundo, era personal, sin representación alguna. Tal vez pesa en la invitación al diálogo el encargo al Grupo de Reflexión Sobre el Futuro de Europa que presidí entre 2008 y 2010.
China ya tiene en su poder deuda soberana de los países europeos por encima de los 500.000 millones de dólares
El primer desequilibrio para hacer avanzar una relación fructífera para ambas partes son los interlocutores. En la Unión Europea existen las instituciones de representación comunes: La Comisión y la Presidencia del Consejo —incluso hay un documento común para definir la relación bilateral, no comparable al que estoy citando por la parte China—; pero no hay que engañarse, la UE no dispone de una verdadera estrategia común con China. Más allá de lo que dicen los Tratados, los Estados miembros priorizan su relación bilateral y directa, de acuerdo con intereses nacionales y no comunes.
Es muy difícil, en estas circunstancias, que China considere a la Unión Europea como interlocutor real del Espacio Europeo que compartimos 500 millones de ciudadanos. No porque no quieran, porque ellos lo proponen analizando las realidades y las potencialidades de esa relación, sino porque nosotros, países de la Unión, tenemos poco en cuenta los intereses comunes y seguimos priorizando los nacionales.
La realidad resultante de un Espacio Público Compartido, con una moneda única en la zona euro, con el mercado interior sin fronteras más potente del mundo hasta ahora, pero sin una verdadera proyección exterior de estos elementos, además de las carencias de una gobernanza económica y fiscal común, nos debilita a todos, a los más grandes y los que no lo son.
Para hablar con China, como la primera potencia “emergente” de la nueva realidad mundial, hay que hacerlo con una sola voz, en nombre de todos los países y los ciudadanos de la Unión. O, al menos, tiene que armonizarse claramente y sin contradicciones, lo que se dice y se hace desde las instituciones que nos representan a todos y lo se propone desde cada uno de los países de la Unión. La situación actual nos debilita, confunde a los interlocutores, limita los avances en interés de todos.
China basa su estrategia en dos conceptos fundamentales: “la convergencia de intereses” y “las comunidades de intereses”. Trataré de penetrar es estas ideas y dejaré para más adelante y con más extensión el análisis de las propuestas de ese decálogo, contenidos ambos en el largo e interesante diálogo iniciado.
La idea de estudiar la “convergencia de intereses” entre China y la UE tiene un sentido pragmático, si quieren “confuciano” como lo demás, que parte del conocimiento recíproco de las realidades y los desafíos que enfrentan ambas partes, en sus propios espacios nacionales o compartidos (UE), a los que se añaden aquellos exteriores que afectan a los dos. Por ejemplo, Oriente Próximo.
Debo decir que me sorprendió la franqueza con la que mi interlocutor me expuso los desafíos internos que debía enfrentar China en el corto, medio y largo plazo. Aún sin representación alguna, le expuse con la misma franqueza, mi visión sobre los desafíos europeos, incluidas las dificultades para encontrar una respuesta a la crisis actual y a la adaptación de la Unión Europea a los retos de la globalización.
Desde su punto de vista, que me parece el más operativo, “la convergencia de intereses” debería llevar a unas posiciones compartidas en aquellos asuntos que se consideren por ambas partes. Es este un ejercicio de diálogo entre responsables políticos capaces de decidir sobre esos espacios de interés que se comparten.
Sobre estas coincidencias se daría un segundo paso para crear “comunidades de intereses” con vocación de permanencia y solidez en el tiempo. Por tanto, con visión de medio y largo plazo.
Pondré un ejemplo de esto último de gran actualidad. La UE ha propuesto a China que participe en el Fondo de Rescate de la Deuda. Ya en la reunión del G-20 en el sur de Francia, los representantes chinos pusieron pegas razonables a la propuesta. Entre otras, la falta de claridad y determinación de la Unión Europea para configurar y hacer operativo ese fondo. Yo añadiría, además, que China ya tiene en su poder deuda soberana de los países europeos por encima de los 500.000 millones de dólares.
Sugerí, alternativamente, si China estaría dispuesta a participar, con el Banco Europeo de Inversiones en un fondo… para canalizar 400.000 millones de euros en inversiones, imprescindibles para la reactivación de la cada vez más deprimida economía de la Unión Europea. Infraestructuras de gran trascendencia para el futuro competitivo de la UE formarían parte del paquete, sin afectar a la deuda pública y superando esta obsesión autodestructiva del ajuste a costa de todo lo demás.
Obviamente corresponde a China pronunciarse sobre algo como esto, si la UE es capaz de articular la respuesta que necesitamos para mejorar la demanda, el empleo y la competitividad. Solo puedo adelantar que es un lenguaje más comprensible para China que el que se está empleando hasta ahora. Y que tengo la impresión de que entrarían en una operación así con más facilidad y ganas que en la que se les está proponiendo.
Felipe González ha sido presidente del Gobierno español.
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