Si yo fuera Mandela (o “¿Qué debe hacer la oposición después del 8-D?”)
Leonardo Vivas
El mejor homenaje que se le puede hacer al gran hombre que fue Mandela es intentar pensar el mundo como él lo hizo, aunque sea a manera de hipótesis. Hay que aclarar que Venezuela no es Sudáfrica, ni la oposición dispone de Mandela alguno (no todavía, al menos), ni tampoco el gobierno de Maduro se encuentra en la situación de debilidad estructural en la cual se encontraba el gobierno del Apartheid de Botha o De Klerk. Pero, en honor a los resultados electorales –que alguna sangre han costado, dicho sea de paso– les propongo realizar un ejercicio sobre un inicio de solución política en Venezuela como si la oposición fuera Mandela (o mandeliana), inspirado en una frase del querido amigo León Arismendi, hombre sabio y negociador como pocos venido del mundo sindical.
Tengo para mí que en las elecciones del pasado domingo todo el mundo ganó y todo el mundo perdió: quedaron tablas. El gobierno perdió mucho en términos reales: el mundo urbano de las principales ciudades, donde se concentran las principales actividades económicas y donde se construye la opinión, precisamente porque en ellas confluye la mayor densidad de estamentos sociales con mayores niveles de educación y experiencia laboral (y, en fin, donde se bate el cobre en Venezuela). A pesar de la existencia de censura o autocensura de prensa, la gente sigue pensando con cabeza propia, como se demostró el domingo. Ganó simbólicamente, como argumenta Luis Vicente León en estos mismos espacios, porque se trata de las ciudades más importantes: Gran Caracas, Maracaibo, Valencia, Barquisimeto, San Cristóbal, Mérida, Valera, Porlamar y hasta Maturín. Hay en ese grupo de ciudades varias joyas de la corona, no una sola.
Pero Maduro salió bien librado y ahora es muy cuesta arriba seguir empecinados en negar que es el presidente de la República. Siempre es posible seguir en esa tesitura, qué duda cabe, pero Maduro es el presidente y seguir insistiendo en el asunto de la ilegitimidad suena hueco, vacío. Ése es el gran triunfo de Maduro, nada pequeño, por cierto. Pero ese triunfo se lo aprecia desleído o traído por los pelos cuando se examina el panorama de población, ciudadanía, significación política y cultural de la lista de ciudades arriba mencionadas. Es decir: ganó perdiendo el gobierno o la oposición perdió ganando.
Si se piensa en el futuro, parece que incluso en el plano electoral el madurismo/chavismo (o como se lo quiera llamar) tiene sus días contados. Puede lucir exagerado, pero si yo fuera el vietnamita Vo Nuguyen Giap o Mao Zedong, el creador de la China moderna, estaría preocupado. En las estrategias militares adelantadas por ambos, el objetivo siempre fue cercar las ciudades. En el caso de la oposición venezolana ha sido al revés: las ciudades cercando electoralmente el resto de un país cada vez menos rural. Es decir, que en el mediano plazo, la pelea es claramente desigual: burro contra tigre.
Digo esto sin considerar que el tan cacareado “triunfo” del gobierno —y aquí no estoy descubriendo el agua tibia— fue el resultado de las elecciones de mayor ventajismo de las que se tenga noticia, al decir de Vicente Díaz, miembro principal del CNE, lo que no es poco. Y con todos esos abusos la oposición, con Capriles a la cabeza, sudando la gota gorda y en compañía de Leopoldo López y María Corina Machado, los sorprendió con esa hilera de triunfos en el corazón urbano del país. Realmente no son conchas de ajo.
¿Qué hacer? (Lenin dixit). Si algo hay que reconocerle al buen Lenin es su talento táctico, su tremendo oficio político para plantear las soluciones adecuadas en el momento adecuado, más allá del fin que se propusieran o de la tan discutida civilización a la que dieron lugar sus acciones, el totalitarismo soviético, etcétera. Ése fue también el genio de Mandela, naturalmente con otra visión civilizatoria, la de hacer o rehacer una nación. La reconciliación era el único camino posible si es que África del Sur debía emerger como nación sin el bautismo de un baño de sangre para convertirse en una república democrática. Y fue precisamente Madiba quien tuvo el genio de apreciarlo y, más aún, de ponerlo en práctica. Pero pasemos a Venezuela.
Decía León Arismendi que “Creo que seguir llamando a Maduro ilegitimo es un error”. Ése, entiendo yo, debería ser el punto de partida de una nueva ofensiva estratégica de la oposición. Seamos claros: el gobierno está metido en un callejón sin salida. La situación económica de Venezuela –que ha tenido en el 2013 uno de los peores años de la vida republicana– no pareciera que va a mejorar sino que, al contrario, luce cada vez peor. Incluso una maxidevaluación no va a solucionar los problemas (como no se solucionaron en 2013) a menos que vaya acompañada de otro conjunto de medidas de saneamiento de la economía. Y no pareciera tener el gobierno ni las ganas, ni el dinero, ni el fuelle para llevarlas adelante. De modo que pareciera va a seguir corriendo la arruga.
A pesar de todos sus arrestos y del control de casi todas las riendas del poder, el gobierno es un gigante con pies de barro, como bien dice Julio Borges. Es muy bueno para conspirar constantemente contra sus adversarios, pero se le hace muy difícil gobernar, ocuparse de la administración de las cosas, de que haya luz, estabilidad de precios, que no maten a la gente por un par de zapatos o un reloj, que no se caigan los puentes, en fin, las cosas de las que se ocupa un gobierno normal y silvestre y no uno —como el heredado tras la desaparición del presidente Chávez— que quiere cambiar el mundo o salvar al planeta.
El gobierno, creo, necesita un poco de reposo para poder actuar, no sentirse acosado o paranoide, como suele ocurrirle a todo gobierno revolucionario. Y es aquí donde viene el papel de la oposición. También a la oposición le hace falta una tregua, curarse las heridas, ponerse curitas donde le toque, poder gobernar sin tanto sobresalto, disponer al menos de un cierto status quo con el gobierno. Me parece que el punto clave para comenzar a entenderse está en lo dicho por León Arismendi: hay que reconocer al gobierno como tal. Creo que la iniciativa podría venir de la oposición de manera clara, abierta, sin dobleces, tomando el toro por los cuernos. Por cierto que hay una anécdota de historia reciente en donde se planteó una acción en esa dirección. Fue cuando, poco después de ser fundado, el MAS le solicitó, por idea de ese talento de la política que fue Caraquita Urbina, una entrevista a Rómulo Betancourt. Ese gesto ayudó inmensamente a romper el hielo entre ambos mundos, AD y la izquierda que abandonaba la insurgencia.
Naturalmente, como en todo proceso político, eso no se hace de gratis, debe hacerse a cambio de algo, como en cualquier negociación, que de eso se trata la política. Creo que al gobierno le conviene un reconocimiento de la oposición, para retomar el aliento y poder mostrarse al mundo sin cara de vergüenza. A cambio, la oposición puede reclamar algunas decisiones importantes: libertad de los presos políticos, devolución de competencias y recursos de la Alcaldía Mayor de Caracas y el respeto al fuero político de gobernadores, alcaldes y miembros de la Asamblea Nacional.
Amén del reconocimiento del gobierno (que, por cierto, pidió Maduro, en su manera particularmente torpe) a llamar al “diálogo” a los alcaldes recién electos, pero pagando un peaje, la oposición podría proponer salidas negociadas a la crisis en medio de una tregua nacional. Podría incluso apoyar algunas medidas en beneficio de buscar una salida a la crisis que a todas luces promete empeorar cada día que pasa.
¡Plaf! Señoras y señores, perdonen, pero deben despertar, se acabó el sueño y llegó el momento de volver a las confrontaciones de siempre.
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