jueves, 20 de marzo de 2014

LA PELEA DE KIEV ACABA DE EMPEZAR

TIMOTHY GARTON ASH


Acuérdense de algo fundamental: el problema es toda Ucrania, no solo Crimea. Vladímir Putin lo sabe. Los ucranios lo saben. Y nosotros no debemos olvidarlo. Ni nosotros ni el Gobierno ucranio podemos hacer nada para que recupere el control de Crimea. Ahora se trata de luchar por el este de Ucrania. Si el país entero participa el 25 de mayo en unas elecciones presidenciales pacíficas, libres y justas, podrá sobrevivir como Estado independiente (aunque ya sin Crimea). Y volverá a una senda inequívocamente democrática y constitucional. En todos los pasos que den la Unión Europea y Occidente durante los dos próximos meses, esa debe ser nuestra gran prioridad.
Hace falta ser lamentablemente ingenuo o verdaderamente simpatizante para seguir afirmando que los grupos prorrusos que están contribuyendo a crear caos, desorientación y violencia en ciudades como Donetsk y Jarkov no cuentan con el firme apoyo de Moscú. En el New York Times del martes, un testigo contaba una de las manifestaciones organizadas en Jarkov. A los pies de una gigantesca estatua de Lenin, una enorme pancarta decía: “¡Nuestra patria, la URSS!”. Como dijeron los periodistas presentes, todo estaba pensado para la televisión rusa. Al margen de lo que acabe decidiendo Putin, está lista la historia que aparecerá en los medios, ya sea para la posible escalada militar, ya sea, como sin duda preferiría él, para chantajear a Ucrania y lograr que regrese a la esfera de influencia rusa.
Ahora bien, sería asimismo ingenuo negar los genuinos temores de numerosos habitantes de Ucrania oriental. Empecemos por olvidarnos de las etiquetas “etnia ucrania” y “etnia rusa”. No quieren decir nada. Lo que existe es una mezcla fluida y compleja de identidades nacionales, lingüísticas, cívicas y políticas. Hay personas que se consideran rusas. Hay otras que viven sobre todo en ruso, pero también se consideran ucranias. Hay muchísimas familias de origen mixto, cuyos padres y abuelos recorrieron diversos lugares de la antigua Unión Soviética. La mayoría preferiría no tener que escoger. En una encuesta llevada a cabo en la primera mitad de febrero, solo el 15% de los entrevistados en la región de Jarkov y el 33% en la de Donetsk querían que Ucrania se uniera con Rusia.
Lo que transforma las cifras y las lealtades no es solo la “tecnología política” rusa. En unos momentos tan traumáticos, las identidades se intercambian y cristalizan de forma muy repentina, como un compuesto químico inestable al que se añade una gota de catalizador. Ayer, uno era yugoslavo; hoy, un serbio o croata furibundo.En esa misma encuesta, la cifra correspondiente a Crimea era del 41%. Pero desde entonces ha transcurrido un mes de radicalización política y control ruso, en el que los canales en lengua ucrania han desaparecido de la televisión. A eso hay que añadir las constantes informaciones de los medios en lengua rusa sobre el “golpe fascista” de Kiev, exacerbadas por algunas declaraciones y gestos estúpidos de los revolucionarios victoriosos en la capital. Y hay que restar a los tártaros y ucranios residentes en Crimea, que en gran parte boicotearon el referéndum. Sazónese con un buen puñado de fraude electoral y ya está. El 41% se convierte en un 97%.
Por tanto, todo lo que se haga en Ucrania y por el bien de Ucrania durante las próximas semanas debe estar bien calculado para que esa composición identitaria no cambie de estado. Poco antes de la asombrosa perorata imperialista que lanzó el presidente Putin en el Kremlin el lunes, una cadena ucrania de televisión emitió otro discurso. El primer ministro provisional del país, Arseni Yatseniuk, dijo en ruso que “con el fin de preservar la unidad y la soberanía de Ucrania”, el Gobierno de Kiev está dispuesto a conceder “la máxima amplitud de poderes” a las regiones del este, en su mayoría rusohablantes. Entre otras cosas, a dar a las ciudades el derecho a tener sus propios cuerpos de policía y tomar sus propias decisiones en materia de educación y cultura.
Occidente, y en particular Europa, puede contribuir a ello de varias maneras. La OSCE, la UE y otras organizaciones internacionales tienen que inundar el país de observadores electorales. Los Gobiernos occidentales deben proporcionar a las autoridades ucranianas el dinero necesario para pagar sus facturas sin más tardar. Los partidos políticos y las ONG pueden enviar asesores. Y Occidente en general puede intensificar sus esfuerzos: hacer que la oferta económica a medio y largo plazo de la relación con la UE sea más atractiva y amenazar a Moscú con sanciones mucho peores que las actuales, no solo en el caso de que Putin envíe a sus tropas, identificadas o no, a cualquier otro punto del este de Ucrania, sino simplemente si sigue desestabilizando el país por mediación de terceros.Yatseniuk hizo exactamente lo que tenía que hacer. Lo que deben hacer ahora él y sus colegas es ir a esos sitios y repetirlo sin descanso, y en ruso. Deben apoyar la presencia del ruso como segunda lengua en esas regiones. No deben negarse a hablar de federalización solo porque Moscú esté a favor de ella. Deben ser verdaderamente partidarios de que haya un candidato prorruso entre los aspirantes a la presidencia. Y deben hacer todo lo posible para garantizar que la elección sea libre y limpia, con presencia de distintos medios de comunicación en ruso y en ucranio, a diferencia del referéndum de Crimea.
Y, además, ha llegado ya el momento de hablar en serio con oligarcas ucranios como Rinat Ajmetov, tan poderoso como cualquier institución estatal en el este del país. Con discreción, pero con firmeza, hay que emplear con ellos el palo y la zanahoria: un futuro prometedor para sus negocios en la economía mundial si ayudan a la supervivencia de Ucrania como Estado independiente y autónomo, pero la estrangulación económica e incontables procesos judiciales si no. (Uno de los oligarcas del este, Dmitro Firtash, ya ha sido detenido en Austria debido a una solicitud de extradición del FBI. Dicen que el arresto está relacionado con un proyecto de inversión en 2006, y no con la situación política actual, por supuesto). Si el deporte olímpico preferido de Putin es la lucha libre, nosotros no podemos limitarnos al bádminton.
No pretendo insinuar que lo que ha sucedido en Crimea no sea importante. En su discurso del Kremlin, Putin dijo unas cuantas verdades sobre el unilateralismo de Estados Unidos y el doble rasero de Occidente; pero lo que ha hecho es una amenaza contra los cimientos del orden internacional. Agradeció a China su apoyo, pero ¿acaso Pekín quiere que los tibetanos se independicen después de celebrar un referéndum? Recordó cómo los soviéticos habían aceptado la unificación de Alemania y pidió a los alemanes que respaldaran la unificación del “mundo ruso”, que por lo visto incluye a todos los que hablan la lengua. Con una retórica más propia de 1914 que de 2014, ha quedado patente que la Rusia de Putin es hoy una potencia revanchista.
Sin contar con el acuerdo de todas las partes del Estado actual (es decir, al contrario que en caso de Escocia), ni el debido proceso constitucional, ni una votación libre y limpia, la integridad territorial de Ucrania, garantizada hace 20 años por Rusia, Estados Unidos y Gran Bretaña, ha quedado destruida. En la práctica, sobre el terreno, eso ya no tiene remedio. Sin embargo, lo que todavía se puede salvar es la integridad política del resto de Ucrania.

Timothy Garton Ash es catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford y autor de Los hechos son subversivos: escritos políticos para una década sin nombre.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia

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