Alberto Barrera Tyszka
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Empecemos, diputado Cabello, por lo obvio: ¿por qué un grupo de ciudadanos, una comunidad o un país se ve obligado a recurrir a una “comisión de la verdad”? No es común. Es un procedimiento tan poco natural como una terapia de pareja. Aquellos que normalmente deberían convivir en armonía necesitan de pronto un procedimiento externo para resolver sus problemas, para alcanzar un acuerdo. Las partes en conflicto han llegado a un punto donde parece genuinamente inviable acceder a la objetividad o al equilibrio. No se trata de que no exista la verdad. Se trata de que resulta imposible encontrarla y compartirla.
Por eso mismo, quizás el punto de partida sea un traspié. No es la Asamblea Nacional el mejor lugar para elegir y designar una comisión de la verdad. No solo porque es un espacio dominado por una de las partes, sino porque es un espacio donde se ha ejercido el poder silenciando al otro. Usted toca un botón y el otro desaparece. Su voz impone conclusiones e insultos sin ningún protocolo. Déjeme recordarle que el pasado 25 de febrero usted comenzó la sesión llamando “cobardes y asesinos” a los parlamentarios de la oposición. Sin que nadie pudiera contestarle, replicarle, desde las alturas del micrófono, usted sentenció: “Aquí hay un grupo fascista, de esa oposición que está ahí”. Y los señaló y dijo que eran “unos asesinos que están en las guarimbas asesinando venezolanos”. Sin mostrar ni una sola prueba. Su verdad no necesita evidencias. Usted cree que su lengua es un dogma nacional.
¿Por qué la oposición debe participar en una comisión en la cual es minoría y la verdad ya está decretada? No tiene sentido. Voltee la situación y piénselo de otra manera. Póngase en el lugar del otro ¿Participaría usted, junto con Tania Díaz, en una comisión donde los otros miembros fueran María Corina Machado, Miguel Pizarro y Eduardo Gómez Sigala? No lo creo. Por eso la Comisión de la Verdad constituida esta semana en la AN es un chiste. Es un monólogo. Todos sus miembros ya tienen una verdad previa. Earle Herrera, por ejemplo, dijo en su programa de televisión que en Venezuela había desaparecido la tortura desde el mismo momento en que Chávez había llegado a la Presidencia. Tal fervor religioso inhabilita cualquier tipo de pesquisa o investigación. Es una comisión que ya posee un juicio, que no tiene ni siquiera dudas, que no va a buscar nada porque ya lo sabe todo. No necesitan oír testimonios. Solo desean oír confesiones.
El socialismo del siglo XXI ha terminado resultando aún más salvaje que el neoliberalismo. Ustedes han privatizando la verdad, diputado. ¿No podría entenderse de esta manera lo que ocurrió en la OEA esta semana? El poder del gobierno sirvió para invisibilizar una versión de nuestra realidad. ¿Cómo ponderar el juicio que usted ha emprendido en contra de Teodoro Petkoff y del diario Tal Cual? Esa maroma legal, llena de sombras y totalmente desproporcionada, ¿no es acaso una forma de reprimir la pluralidad y cercenar las posibilidades de la verdad? Todo esto sin mencionar la cantidad de verdades que distribuyen sin rendir ninguna cuenta: todavía esperamos que nos muestren los ocho terroristas internacionales que –según el gobierno y según Telesur– fueron detenidos en la plaza Altamira.
El 10 de febrero usted dijo: “La oposición lleva la violencia en los genes (…) Leopoldo López prepárate para mandar a asesinar a un poco de gente. Ese es un cobarde que se esconde detrás de los estudiantes”. Dos días después, en los sucesos que originaron toda la tragedia que vivimos, hubo tres muertos. Hasta este momento, los únicos posibles responsables que tiene la Fiscalía General son tres funcionarios del Sebin. En sus disparos se inició todo. Por eso usted, diputado Cabello, no puede presidir ninguna comisión de la verdad. Porque cualquier comisión de la verdad, medianamente sensata e imparcial, debería también interrogarlo a usted, debería preguntarle cómo y por qué sabía lo que iba a pasar, cómo y por qué no hizo nada para detenerlo.
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