No hay que ser un sesudo analista para advertir la existencia de una división en la oposición democrática de dos tendencias que dificultan una estrategia uniforme en la difícil coyuntura histórica que vive la nación: radicales y moderados. Mientras los primeros asumen la salida del régimen como una necesidad inminente, inmediata e impostergable, anclada su posición en el art. 350 de la Constitución, los segundos son partidarios de una estrategia más elaborada, con fuerte tinte social, que incorpore al pueblo llano, las grandes mayorías enceguecidas por el mito cuasi religioso de la figura de Chávez, en el duro esfuerzo por construir laboriosamente un poderoso movimiento social que facilite el cambio, de naturaleza pacífica y democrática.
Los radicales "surfean" con éxito en la ola de pasión y rabia que azota el corazón de muchos venezolanos, las golpeadas clases medias y su sempiterna inclinación al extremismo, y se alinean fácilmente con el romanticismo legítimo de los estudiantes, que claman con justeza por un futuro mejor en oportunidades para decidir libremente su propio destino, despojándose de las garras del autoritarismo. Adolecen los radicales sin embargo de dos debilidades: son maximalistas, con una fuerte inclinación al dogmatismo, pues tienden a ver la realidad en blanco y negro, sin entender que las tonalidades de los grises nos acercan mejor a la objetividad de la compleja realidad que nos circunda. La palabra diálogo ha desaparecido de su vocabulario político, convertida en sinónimo de claudicación ante el "enemigo", que ha dejado de ser, si alguna vez lo fue, un digno adversario; y en segundo lugar, han sido incapaces de elaborar una estrategia convincente para la figurada transición democrática. Apostaron en su momento por la "salida constituyente", que si bien aparentemente no la han abandonado, ha perdido la fuerza orientadora que merece un postulado de tan hondo calado. Caen fácilmente en el espontaneísmo, suerte de arte de magia política que conduciría al pueblo, como en la famosa pintura de Delacroix, espontáneamente, valga la metáfora, hacia la libertad.
Los moderados de la oposición son realistas, maquiavelistas en el mejor sentido de la palabra, y no se hacen ilusiones con el formidable desafío que tienen por delante. Para ellos no basta decir que estamos en el lado correcto de la historia, pues su mente los lleva rápidamente a preguntarse sobre el cómo, cuándo, el "con qué se come eso", en pocas palabras la operacionalización de la consigna en una frase necesitada de contenido: la construcción de una auténtica democracia constitucional. Son los moderados alérgicos a la improvisación, intentando medir con sentido de responsabilidad las consecuencias de sus acciones. Evitan en la medida de lo posible los "saltos al vacío" y se niegan a cumplir el irresponsable rol de aprendices de brujo. Reivindican una virtud cardinal de la vida política, la paciencia, virtud nada fácil de practicar en estos tiempos de turbulencia, regidos por "el hígado" y la impaciencia. Amigos del diálogo como forma civilizada de la dinámica política, son jaqueados de forma inmisericorde por los dardos envenenados de la antipolítica.
Decía Marx que los grandes cambios políticos requerían de la coincidencia de las condiciones objetivas, es decir por un lado la materialidad de las transformaciones de la sociedad, y por la otra las condiciones subjetivas, es decir la conciencia en los hombres de la necesidad del cambio. Abusando de las categorías marxistas, existen visiones diferentes de las condiciones de lucha entre los radicales y moderados. Los radicales insisten en el ahora, ya o nunca, la lucha existencial, el asalto frontal al "Palacio de Invierno" ( en nuestro caso el nada imponente Palacio de Miraflores), sea como sea, antes "Chávez vete ya", hoy "Maduro vete ya", la impaciencia como virtud, que ardan las calles de Venezuela, mientras los moderados apuestan por la dirección consciente, como diría Gramsci, de los procesos de cambio, la "guerra de posición", "la guerra de cerco, comprimida, difícil, en la cual se requieren cualidades excepcionales de paciencia y espíritu de invención".
Difícil el drama estratégico y político de la oposición democrática venezolana. La brecha entre los radicales y los moderados tiende, para mal de su fortaleza, a ampliarse, no a estrecharse. En política no es fácil encontrar líderes extraordinarios que sepan liderar épocas extraordinarias. Los tuvimos el año 1958, adolecemos de ellos en el terrible 2014. Mi mayor deseo en la difícil hora de la patria estaría estimado lector, en sentirme felizmente equivocado.
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