¿A donde vamos? ¿En dónde estamos?
Transcurren los días, la
represión aumenta y se perfeccionan y profundizan los métodos para ejercerla,
aumentan las víctimas fatales, los lesionados, los torturados, los detenidos,
impunemente los grupos armados e irregulares auspiciados, protegidos y
financiados por el gobierno incrementan la virulencia de los ataques a las personas,
a la propiedad privada y a las pertenencias ajenas y; a pesar de ello, la
fuerza de la protesta crece, persevera,
se mantiene, se reinventa y se extiende paulatinamente a diversas ciudades y
sectores sociales. Es una suerte de loca espiral en donde se confrontan la
violencia oficial y la resistencia heroica, una y otra vez, sin que la balanza
de resultados de la pugna favorezca claramente a ninguna de las partes
involucradas.
El gobierno irresponsablemente
asume el rol de feroz contendiente, en lugar de abrir, mediante acciones
políticas contundentes y veraces, los caminos para el entendimiento; los cierra
a través de un discurso altanero y desconsiderado en el cuál campean perversas
órdenes de incremento de la represión,
llamados a las hordas que controla a la confrontación abierta, mentiras,
amenazas, descalificaciones y violaciones flagrantes al orden constitucional
del país. A casi dos meses de diarios enfrentamientos con una parte importante
de la población, el régimen no ha cedido un ápice a las justas demandas de la
disidencia, condiciones mínimas éstas, que facilitarían la posibilidad de
mantener conversaciones sobre la forma de abordar conjuntamente las soluciones
a la terrible situación que vive el país en todos los órdenes.
No es posible despegar un proceso
de desarrollo sustentable cuando las cicatrices de la contienda no han sido
sanadas. Después de una fase de horror y abusos de los derechos humanos como la
que estamos viviendo y para la que no se vislumbra su tiempo de terminación,
nuestra sociedad requiere la reconstitución de su tejido social asegurando la
convivencia mediante procesos de entendimiento sostenibles en el largo plazo.
Pero ese camino está repleto de escollos.
Promover un diálogo supone: la
edificación institucional de la democracia y el estado de derecho; contar
con instituciones políticas y judiciales respetadas y creíbles para la
administración y solución de conflictos por vías no violentas; llegar a un
consenso sobre lo que no es aceptable promover y los medios que resulta inaceptable
emplear para proteger intereses por legítimos que sean. Todo eso supone la
aplicación de un enfoque multilateral del ejercicio de la justicia en los
procesos de cambio.
Vivimos una nueva era, pero, el
régimen continúa anclado en viejas
doctrinas que le impiden ver como es la
realidad. La revolución que necesitamos
es la de nuestro pensamiento. Sólo una transición hacia un nuevo paradigma de
desarrollo democrático, capaz de administrar y resolver sus conflictos de
manera institucional y no violenta, podrá dar respuesta a los anhelos de la
sociedad venezolana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario