¡Paren
ya esta locura!
Humberto García
Larralde
humgarl@gmail.com
Desde
hace días uno siente como si hubiese descendido sobre el país una espesa nube
tóxica. Aturde a los sentidos y nos lleva, desesperados, a buscar ese orden
básico de confianza y seguridad sin los cuales no sabemos continuar con
nuestras vidas. El nivel de violencia que se ha enseñoreado sobre los
venezolanos desafía nuestra capacidad de asimilación. Ahora nos estremece el
atroz asesinato del joven diputado oficialista, Robert Serra y de su
acompañante, cometidos con inusitada saña. Retrocedemos espantados ante el
abismo moral que nos traga pero el escándalo aumenta al darnos cuenta que no
estamos atajando el colapso. Porque lo sucedido con Serra es apenas una muestra
notoria, por su exposición como figura pública, de un mal que nos viene carcomiendo
desde hace algún tiempo, desgraciando y enlutando a miles de familias cada año.
Más allá del clamor porque se haga justicia y porque los medios policiales
ejerzan su accionar de forma más efectiva, en nuestro fuero interno la angustia
se ceba en las siguientes preguntas: ¿Cómo es que llegamos a esto? ¿Por qué no
supimos -o no pudimos- activar los antídotos para contener tanta barbarie? Y
nos avergüenza reconocer que es una crisis de valores lo que alimenta ese
vaporón que nos asfixia. Porque es que el venezolano no es –o al menos, no era-
así.
Llevamos
más de quince años sometidos a una campaña de odio como fórmula para amasar
poder, sustentada en la división de venezolanos entre “patriotas” -los
legítimos herederos de lo que, supuestamente, quiso Bolívar- y los “apátridas”,
quienes nos negamos a comulgar con la misión redentora de quien se ufanó de
haber recibido su testigo. Al calor de esta cruzada fueron derribándose normas
de convivencia, de respeto y consideración por el otro, bajo la premisa de que
el glorioso futuro prometido no se concretaría hasta tanto no se barriera de la
faz de Venezuela a los “burgueses”, “agentes del imperio” y demás enemigos que,
por su negativa a aceptar tal destrucción -vendida como “revolución socialista”-,
habrían abdicado de su condición de venezolanos. Y bajo el amparo de la anomia, se multiplicaban a la par las mañas
para hacerse de la renta petrolera invocando al “pueblo”. En ausencia de
rendición de cuentas, transparencia en el uso de los recursos, la acción
contralora de poderes autónomos en equilibrio, la discrecionalidad y la arbitrariedad
pasaron a gobernar su usufructo, sin otro límite que los votos de fe por la
justeza de la “Revolución”.
El
diputado Serra debió su ascenso meteórico a favoritismos que seguramente generaron
resentimientos de más de uno con iguales apetencias. Y como el “gallito de pelea”
con que se arrojó a la arena política, estos roces no han debido sino crecer.
Encima, parece que sus responsabilidades con la “revolución” incluían su
intermediación en la dotación de recursos y armas a los “colectivos”, muchos de
ellos enfrentados entre sí. Las importantes sumas que ha debido manejar, el
poder discrecional que le fue conferido para ello, el espíritu altanero con que
lo ejercía, y el submundo mafioso, sin ley, en que le tocó desenvolverse, ¿No
son, acaso, ingredientes clásicos para un desenlace fatal? ¿No estaría ahí la
explicación de la saña salvaje con que fue ultimado? Toca a los expertos
indagar en ello, más allá de estas conjeturas al voleo.
Pero
más allá de los intentos de explicar tan horrendo crimen, aterrorizan las
declaraciones de voceros importantes del oficialismo, empezando por el propio
presidente de la República, acusando inmediatamente de ello, sin elemento
probatorio alguno, a supuestos agentes tenebrosos de una oposición de ultraderecha
orquestada por la siniestra figura de Álvaro Uribe.
Uno
sabe, por haber estudiado el fenómeno, que el fascismo se asocia a pasiones
irracionales. Pero la irracionalidad que permea su accionar no se expresa sólo
en disparates sin sentido, como los que nos acostumbró a escuchar Chávez y, más
ahora, su triste heredero. No, el fascismo se nutre de la irracionalidad, de
los instintos primitivos de sobrevivencia, se sumerge en ellos y los metaboliza
en el cuerpo social, en aras de imponer la violencia como recurso supremo en el
ejercicio del poder. De ahí la reducción de todo desencuentro de pareceres a
una guerra sin cuartel, en la que no solo se prohíbe negociar con quien es tildado
de “enemigo”; éste se le niega su
mera razón de existir. Y, como hemos sido testigos a lo largo de estos tres
lustros, ello se enfunda en retóricas épicas, alimentadas con la referencia
reiterada a la eterna conspiración de “los enemigos de la patria”, que brinda una
patente de corso “revolucionaria” para arremeter hacia la conflagración final,
“liberadora”. Porque la esencia del fascismo es cultivar el clima de odios,
intrigas y ambiciones que genera los ambientes
recargados de rencor en que crímenes atroces como el de Serra, lamentablemente,
ocurren.
Es
verdaderamente nauseabundo leer en los medios que un personaje como Diosdado
Cabello, cabeza prominente del fascismo bolivariano, intente enrostrarle esta
condición a sectores de una oposición de “derecha” para desviar la atención
sobre los motivos del crimen de Serra y acusarlos de ello. Promover la inquina apelando
a maniqueísmos primitivos sin sustento es consustancial a su reclamo de poder. Y
Blanca Eekhout le hace eco, repitiendo esta incriminación en un grotesco
intento por proyectar en otros la nefasta naturaleza de los que hoy mandan. Exacerbando
los más bajos instintos, estos “líderes revolucionarios” destapan de las
entrañas de resentimiento y odio que cultivaron, ese vaho venenoso que hoy nos
desconcierta y nos lanza al desasosiego. Porque convencidos de su incapacidad
por resolver los graves desajustes que agobian hoy a los venezolanos, prefieren
degradar el clima político, huyendo hacia adelante con una cacería de brujas.
Pero
no todos los chavistas pueden ser tildados de fascistas. A pesar de los
intentos de adoctrinamiento fanático y la promoción de un espíritu de secta
para entubar apoyos incondicionales, los graves problemas del país, y las
mentiras descaradas para encubrirlos y culpabilizar a otros, ha despertado la
conciencia crítica y la capacidad de discernimiento de muchos, que ahora entienden
que este gobierno se encuentra en las antípodas de los sueños que motivaron su afiliación
política. ¿Podemos esperar su integración en un bloque democrático, junto a
fuerzas opositoras, capaz de contener tanto radicalismo destructor y evitar que
se produzca un baño de sangre? ¿Cómo derrotar, ya, tanta locura antes de que
sea demasiado tarde?
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