lunes, 19 de octubre de 2015

La inacción asusta
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    Pedro Pablo Fernandez

La lucha para superar la pobreza es una obligación moral para el mundo entero. Es imposible permanecer indiferente frente a la circunstancia de millones de familias viviendo en situación de pobreza extrema.
En el año 2000 los países miembros de las Naciones Unidas acordaron unas metas de desarrollo del milenio. La primera fue “erradicar la pobreza extrema y el hambre”. La propuesta fue reducir a la mitad la proporción de personas que sufrían hambre entre 1990 y 2015 y lograr que las economías generaran pleno empleo productivo y trabajo digno para todos, incluyendo mujeres y jóvenes. El mundo cumplió parcialmente ese primer objetivo logrando reducir la pobreza extrema a la mitad en el tiempo previsto.
Mejoraron también los índices de igualdad de género en la escolarización, la tasa de mortalidad de niños menores de 5 años se redujo de 90 a 43 muertes por cada 1.000 nacidos vivos y la tasa de mortalidad materna se redujo en 45% en los últimos 14 años.
Esto ha requerido un esfuerzo por parte de los países desarrollados que aumentaron 66% la asistencia a las naciones en desarrollo llegando a la cifra de 135.200 millones de dólares en ayuda.
Todas estas son buenas noticias, la preocupación es la sostenibilidad de esos avances. Si la razón fundamental para este éxito, como lo dijo recientemente el Presidente Banco Mundial Jim Yong Kim, son las sólidas tasas de crecimiento registradas en los países en desarrollo en los últimos años, entonces una recesión mundial produciría una reversión de los logros alcanzados.  
Cada vez son más fuertes las voces que alertan sobre la posibilidad de una ralentización de la economía. El Fondo Monetario Internacional (FMI) advierte que los países emergentes se han sobre endeudado de forma alarmante en la última década (Venezuela es un ejemplo) y que hay amenazas de incumplimiento en todo el mundo, que pone en peligro a una economía mundial ya de por sí débil.
De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) Venezuela fue uno de los países que cumplió con las metas del milenio. Ese informe despierta cierta desconfianza porque se produce con datos suministrados por el gobierno venezolano. Nos podemos olvidar de ese informe y confiar en los trabajos que sobre la pobreza realiza Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales de la UCAB y veremos que en efecto la pobreza se redujo durante buena parte de los últimos 15 años.
El problema, al igual que en el resto del mundo, radica en su sostenibilidad. La pobreza disminuyó en el país por la entrada de gran volumen de petrodólares producto de la subida de los precios del petróleo, pero lo que estamos viendo hoy, con su desplome, es la reversión acelerada de lo alcanzado.
La vulnerabilidad de la economía venezolana asusta. La implementación de un modelo equivocado que ha destruido el aparato productivo y que ha creado unas distorsiones patológicas en la economía, más la caída de los precios del crudo, ha puesto a Venezuela en una circunstancia muy difícil.  
Simplemente no estamos preparados para asumir las consecuencias que provocaría una recesión económica mundial en el mercado petrolero y en el sistema financiero internacional.
En el país hay mucha gente e instituciones que entienden la gravedad de la crisis y están elaborando y discutiendo propuestas. La semana pasada tuve la oportunidad de participar en dos iniciativas de mucha importancia. El primero organizado por el Grupo Orinoco con participación de gente de las universidades y del sector productivo y el segundo por la Universidad Metropolitana y Conindustria para articular a la academia con el sector productivo.
Llama la atención que en el debate político estos temas están completamente ausentes. El gobierno no da ni una señal de rectificación y la agenda la consume la confrontación política.
La circunstancia de que tenemos elecciones parlamentarias es una razón más para abordar estos temas con seriedad, pero el debate se banaliza con discusiones estériles. Pienso que no es momento de demagogias, ni para vender falsas expectativas. En estos días leí un artículo de uno de los dirigentes de oposición, que yo considero más serios, cuyo título era: “La última cola” refiriéndose a la que vamos a hacer el 6 de diciembre y me dije a mi mismo: “¿Será que soy yo el que no entiende nada?”.


Pedro Pablo Fernández

@pedropablofr
PFernandez@ifedec.com

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