sábado, 17 de octubre de 2015

SEÑALES BRASILEÑAS
 
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               ELSA CARDOZO
 
 
Evo Morales y Nicolás Maduro han asumido la tesis del golpe de Estado en marcha contra Dilma Rousseff, en lo que definen como una nueva modalidad  de golpes que amenazaría a “todos los movimientos progresistas”. Nada inesperado en estos dos presidentes con vocación de largos y absolutos mandatos, descalificadores de cualquier manifestación de disidencia. En el trasfondo de su alarma frente a la crisis brasileña están sus temores ante el terreno ganado por los opositores, tanto en las recientes elecciones locales bolivianas como en lo que revelan las encuestas más diversas sobre los escaños legislativos que pudiera controlar próximamente la oposición venezolana.
Lo cierto es que no hay que dejar pasar por alto las señales de Brasil, por brasileñas y por lo que tienen de espejo para el vecindario.
A ningún buen observador debieron pasársele por alto lo problemas políticos, económicos y éticos que acumulaba el país que crecía y escalaba a la posición de séptima economía mundial, que anunciaba el descubrimiento de grandes yacimientos petroleros, que se beneficiaba del aumento de la demanda y los precios de las materias primas, que emprendía y promovía grandes obras públicas mientras impulsaba ambiciosos programas sociales y que proclamaba el cuidado con el que administraría su bonanza. Pero en letra cada vez más grande, también se hicieron noticia los riesgos del gasto público exacerbado, la concentración del poder en el oficialista Partido de los Trabajadores a lo largo de doce años, las densas tramas de corrupción que se tejieron a su sombra y la de Petrobrás, que si bien han recibido atención judicial, no han sido deshilachadas del todo. Las protestas callejeras en 2013 y 2014 expresaron el descontento que quedó luego registrado en el estrecho margen con el que, en segunda vuelta, Dilma Rousseff ganó su segundo mandato. En este complicado contexto, los ajustes económicos iniciados y las alianzas políticas negociadas no evitaron la acelerada erosión de los apoyos a la presidente a apenas un año de su elección, la entrada en recesión y pérdida de estatus crediticio, la persistencia de los escándalos de corrupción, la pérdida de credibilidad del liderazgo político ni el aumento de la confrontación política, lo que  hace muy probable la destitución de Rousseff. También ella ha comenzado a descalificar a la oposición de golpista y sin moral, para lo que no ha dudado en apoyarse en el altavoz de Unasur, cuyo secretario general afirmó que la presidente fue elegida constitucionalmente y que tiene que, constitucional y políticamente, terminar su mandato.
Encuentro tres señales muy importantes en este enredijo. La primera es que el recurso al juicio político (impeachment) es constitucional y, al margen de las posiciones enfrentadas y el grado de respetabilidad de las individualidades, va siguiendo un procedimiento institucional que no puede ser considerado como golpista. La segunda es que con o sin destitución de la presidente, el reto para la recuperación material y ética de Brasil es construir acuerdos de gobernabilidad política y económica –distinto de armar y desarmar alianzas– y escuchar las exigencias que se han dejado sentir en las protestas contra el entrecruzamiento de liderazgos políticos y económicos inocultablemente corrompidos, así no sea ese el caso de la propia Rousseff y la mayoría de sus más cercanos colaboradores.
Finalmente, la señal más importante para los venezolanos en ese espejo es la de apreciar el tamaño de la oportunidad, de la responsabilidad y de los desafíos interiores y exteriores que significará la recuperación de espacio político en la Asamblea Nacional.

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