domingo, 11 de octubre de 2015

UN NUEVO PROGRESISMO

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                   ANTON COSTAS

Aún no hemos entendido bien el sentido profundo de la crisis que explotó en 2008. No fue una crisis económica convencional, como las de los años ochenta y noventa del siglo pasado. Fue la señal del agotamiento del modelo de economía y de sociedad de toda una época (1980-2008).
Como no entendimos bien la naturaleza de la crisis, la respuesta ha sido equivocada. Se pensó que bastaba con aplicar políticas convencionales de corrección de los desequilibrios macroeconómicos (déficit presupuestario, deuda pública y déficit comercial) para que las aguas volviesen a su cauce. Fue un error. La zona euro es el mejor ejemplo.
Lo que ocurrió en 2008 fue el colapso del modelo de economía y de sociedad que surgió en los setenta. Durante esos años, las nuevas tecnologías y la globalización impulsaron el aumento de la renta y la riqueza. Simultáneamente, las políticas desregulatorias de esa etapa favorecieron su desigual reparto. Los de arriba acumularon renta y riqueza, los de abajo deuda. Surgió un modelo de sociedad con una pequeña elite afortunada y cosmopolita y una gran mayoría con ingresos y oportunidades menguantes. Una nueva "Belle Époque", similar a la de un siglo antes.
Ese modelo de economía pudo funcionar porque los bajos salarios fueron compensados con el endeudamiento de las familias. Pero, al contrario que la riqueza, el endeudamiento tiene un límite. Ese modelo de economía y sociedad de la nueva "Belle Époque" de finales del siglo pasado agotó su recorrido en la crisis financiera internacional de 2008.
Pero no se supo ver. O no se quiso ver.
Ahora necesitamos alumbrar una nueva era de progreso económico y social. Una era capaz de generar oportunidades de empleo y de mejora para todos, especialmente para los que más lo necesitan, los jóvenes. Una era de emancipación, que permita a las personas lograr ser aquello que tienen motivos para desear ser.
¿Cuáles deberían ser los contenidos del nuevo progresismo? ¿Qué fuerzas políticas pueden impulsarlo y encarnarlo?
Como ocurre en las etapas de grandes cambios, lo nuevo tarda en hacerse realidad y lo viejo se resiste a desaparecer.
Por un lado, los partidos tradicionales, influidos por una visión cortoplacista siguen formulando políticas business friendly: reducciones de impuestos a empresas y directivos, recorte del gasto social, devaluación salarial y desregulación laboral. Es una formula vieja que no sabe ver que la creación de riqueza a largo plazo es una tarea colectiva.
Por otra parte, las nuevas fuerzas políticas de izquierda alternativa identifican bien la necesidad del cambio, pero no aciertan en los medios. Lo vinculan todo al aumento del gasto social, a la subida de los impuestos y a las viejas formas de intervención económica del Estado. Son demasiado deudoras de los años sesenta.
El nuevo progresismo tiene cinco retos:
 
Primero. Crear instituciones que favorezcan la estabilidad macroeconómica y la preservación de los servicios públicos fundamentales (educación, sanidad, pensiones). Para ello necesitamos practicar un keynesianismo bien entendido: ahorrar en tiempos de bonanza y gastar en los de depresión. Un ejemplo de este tipo de institución es la "hucha" de las pensiones.
Segundo. Fortalecer la política contra los monopolios, los cárteles y los privilegios concesionales y corporativos. Estas actividades, que elevan precios y márgenes, son como sanguijuelas que sangran la renta y el bienestar de los consumidores. A la vez, impiden la entrada de nuevas empresas más innovadoras. Necesitamos una liberalización profunda de los mercados de bienes y servicios, a la vez que una regulación más exigente de los mercados financieros.
Tercero. Dar un giro radical a las políticas empresariales. Virar el rumbo desde la rentabilidad hacia la productividad. La devaluaciones salariales, las subvenciones, las rebajas de impuestos y la desregulación laboral van orientadas solo a la rentabilidad. Si ponemos el foco en la productividad veremos más clara la necesidad de priorizar la educación, la formación, la inversión y el I+D.
Cuarto. Un Estado menos intervencionismo y más innovador y emprendedor. La rivalidad entre Estado y mercado es un tópico interesado de la "Belle Époque". Allí donde las cosas funcionan bien, el Estado tiene un papel fundamental en la mejora de la productividad, en la promoción de inversiones productivas que no hace el sector privado y en la creación de nuevos mercados.
Quinto. Un nuevo Estado social volcado en la igualdad de oportunidades. Las políticas actuales del Estado del bienestar y el sistema fiscal protegen bien el bienestar de las generaciones mayores y de las clases acomodados, pero dejan desprotegidas a las generaciones más jóvenes. El Estado social del siglo XXI tiene que orientarse a la igualdad de oportunidades.
Estas son, a mi juicio, algunas de las piezas del nuevo progresismo que necesitamos para sustituir a la sociedad desigualitaria e injusta que colapsó en 2008.
 
Antón Costas es catedrático de Historia Económica de la Universidad de Barcelona y presidente del Círculo de Economía.

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