ELECCIONES 6D: LOGROS Y RETOS
“El poder sin autoridad es tiranía”
Jacques Maritain
I
La magnitud de la victoria conseguida por las fuerzas democráticas el pasado seis de diciembre no puede ocultar las inmensas dificultades que debieron vencerse para su obtención. Un hecho fundamental fue la voluntad de millones de compatriotas de vencer el miedo, la trampa, el ventajismo, la corrupción. Todo ello expresado, por ejemplo, en el uso sin control de los recursos públicos a favor de los candidatos oficiales; el abuso, especialmente por parte de Nicolás Maduro, de los medios de comunicación del Estado para promover, incluso el propio día 6, en plena votación, a sus candidatos; la persecución y censura de los pocos medios privados todavía existentes; la vergonzosa parcialidad a favor del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) de la mayoría de miembros del Consejo Nacional Electoral; la negativa a aceptar delegaciones de seguimiento del proceso electoral de la OEA y de la Unión Europea; el uso de la violencia en contra del liderazgo opositor.
Esos millones de venezolanos –ya lo decían las encuestas, de forma abrumadora- desean poder vivir en una sociedad más segura, pacífica y libre. Con una seguridad tanto física como económica; una paz que derrote al odio y a la división impulsados durante 17 años por el actual régimen; y la libertad para poder cada uno emprender su vida, en creciente autonomía, hacia el avance de sus metas personales en armonía con el fin supremo del Estado, la búsqueda del bien común. Todo ello con el fin de convertir a Venezuela en una tierra de progreso y convivencia, no de crisis y confrontación, una Venezuela donde podamos reconocernos en igualdad republicana, que volvamos a ser personas con dignidad, no seres envilecidos por un Estado autoritario, un país con ciudadanos dispuestos a hacerse cargo de su futuro, no que se lo impongan desde un poder ilegítimo.
La enorme mayoría ciudadana rechazó con convicción y dignidad el intento del Estado forajido de convertirnos a su imagen y semejanza, en que asumiéramos sus anti-valores, sus tiranías y servidumbres sin alma, su desprecio por todo lo bueno, lo honesto, lo digno.
A pesar de ello, Maduro y sus más inmediatos seguidores continúan sus amenazas, el mensaje de destrucción, de desprecio por la democracia. ¿Serán tan insensatos como para intentar violentar la decisión popular del 6D?
II
No hay democracia que haga honor a su nombre que no tenga al diálogo como motor fundamental de las relaciones en la institucionalidad pública. Diálogo para compartir opiniones, sopesar opciones, incluso confrontar ideas adversas. Diálogo para transformar la individualidad aislada en ciudadanía; diálogo para afirmar las bases de un crecimiento no sólo material sino espiritual, y gracias al cual, con el ejemplo del propio Estado, la solidaridad pueda encarnarse en todas las esferas de la vida social.
Pero para que exista diálogo real se necesitan dos actores. Un monólogo no hace un diálogo. De hecho, lo que hemos sufrido los venezolanos desde la llegada al poder de sus actuales detentadores es un solo monólogo autoritario. El diálogo democrático parte, en primer lugar, del reconocimiento en igualdad de condiciones y de respetos del otro, del contrincante. La política, en sentido dialógico, debe asumirse como una acción cooperativa y horizontal de grupos que expresen la rica diversidad nacional, bajo una forma de gobierno pluralista, responsable y transparente, que busque desterrar todo tipo de hegemonías y monopolios de la verdad.
El diálogo así entendido lleva a decisiones públicas pensadas e impulsadas para beneficio de todos los miembros de la sociedad política nacional, no sólo de una parte de la misma. El Estado democrático es el servidor supremo de todos los ciudadanos, unidos en torno a una cuerpo común de leyes que deben interpretar las necesidades y esperanzas de la nación, no de un único grupo; leyes que organicen racionalmente las libertades y las expectativas de las pluralidades sectoriales. Con una Constitución viva y vigente en sus contenidos y en sus interpretaciones de la realidad diaria. Una Constitución para ser respetada, no para ser violada desde el poder.
¿Es posible pensar que dentro del PSUV surgirán rostros nuevos, dentro de una visión socialista democrática, dispuestos a aceptar el diálogo para afrontar la crisis que abruma hoy a la población venezolana? Todo parece indicar que Nicolás Maduro, Diosdado Cabello y sus inmediatos seguidores seguirán férreamente opuestos a ello. Una vez más han recibido el mensaje claro y profundo del país de que deben enmendar el rumbo equivocado, y sin embargo, como ya decíamos arriba, su respuesta ha sido de rechazo al resultado, de insulto e irrespeto a los venezolanos que se negaron a apoyar sus posturas, y de desprecio por la unidad democrática.
Esto constituye un reto para el llamado chavismo, si quiere sobrevivir como opción política, y un reto asimismo para la oposición, que debe intentar identificar contrapartes sensatas dentro del grupo adversario, con el fin de establecer una adecuada convivencia, no únicamente, pero especialmente, en la Asamblea Nacional. Será una tarea difícil, hasta hoy imposible. La propia disidencia representada por Jorge Giordani, Héctor Navarro y la organización Marea Socialista, en sus críticas a Maduro, apuntan a la necesidad de profundizar el llamado proceso, no a su enmienda para conducirlo por vías democráticas.
III
Ha sido difícil de entender, por parte de algunos sectores de la sociedad venezolana, que el proyecto liderado por Hugo Chávez Frías primero, y Nicolás Maduro después, posee errores esenciales que van más allá de la corrupción e incompetencia. Que su propósito ha sido el avance hacia formas totalitarias de gobierno, inspiradas e incluso lideradas por el totalitarismo castrista. Un mérito a destacar de la unidad democrática es que logró unir en la voluntad del voto a diversas y plurales visiones críticas del régimen, derrotándolo decisivamente en tradicionales bastiones populares. Se logró por fin la armoniosa unión de la sociedad civil y la sociedad política.
Asimismo, han sido derrotadas las nociones de un supuesto enfrentamiento ricos-pobres, derecha-izquierda, conservatismo-progresismo, buenos-malos. Se ha vencido asimismo al pensamiento abstencionista. Un pueblo ganado por la voluntad de cambio se unió para destrozar esas imágenes falsas. Hoy, todos los venezolanos sufrimos la escasez, la inflación, la corrupción, la injusticia y la inseguridad generados por un régimen que ya ha dado pruebas contundentes y definitivas de agotamiento.
La mayoría parlamentaria obtenida el 6D ha causado el asombro y la admiración universal. Como decíamos, no fueron pocas las dificultades enfrentadas para la obtención de tan inmenso logro. Hoy podemos ufanarnos de tener una Asamblea Nacional con mayoría no igualada en el planeta –en naciones de parlamentos competitivos, no los unanimismos de regímenes autoritarios como el cubano, donde solo compite un partido político-, con una participación ciudadana también muy superior a lo acostumbrado en este tipo de elección.
Tal victoria implica un mandato imperativo. Un mandato de cambio para, en palabras del Arzobispo de Coro, Roberto Lückert, “construir una Venezuela verdaderamente digna que es la que todos queremos”. Una Venezuela en la que se pueda reconstruir el sentido de lo común.
En una sociedad realmente democrática compiten diversos grupos ciudadanos para obtener la legitimidad que da una mayoría de votos, para luego acompañarla de la legitimidad que da un ejercicio sensato, correcto y eficiente del gobierno, a fin de cumplir las promesas hechas y expresadas en un programa electoral. Eso no ha sido el caso reciente venezolano. La mayoría chavista se construyó en torno a una legitimidad carismática, de un líder único, quien prometía revancha y venganza, y que fue sumando legitimidades provenientes de resultados electorales con números exitosos. A su muerte, el heredero intentó mantener tal legitimidad basado no en una ideología, sino en una mitología en torno al jefe fallecido. Ya sabemos cómo se ha derrumbado dicha legitimidad.
La oposición ha recibido un mandato claro, con una legitimidad centrada en las esperanza de un cambio profundo e integral. No sólo solucionar los gravísimos problemas socio-económicos del país, sino hacer de Venezuela una nación próspera, pacífica, llena de progreso en libertad, y con “la vitalidad de una sociedad verdaderamente justa en sus estructuras fundamentales” (Maritain).
Por ello, un reto central de la hoy mayoría nacional es entender que las decisiones prioritarias parlamentarias, de indudable urgencia e importancia, y ubicadas dentro del muy completo plan de acciones publicitado por la Unidad democrática, no bastan para enmendar la ruta equivocada que lleva la nación. Que para cumplir dicho mandato se necesita no sólo tomar control de las acciones legislativas, sino que, siguiendo los caminos señalados en la constitución, obtener, lo más pronto posible, el poder ejecutivo, para implementar entonces el cambio del actual régimen por uno auténticamente democrático, respetuoso de los derechos humanos, del pluralismo y de la libertad.
Un objetivo primordial es que seamos de nuevo un solo pueblo, una sola nación, en amistad recíproca, con acuerdos y recuerdos comunes, dispuestos los ciudadanos a aceptar intereses diversos, pero sobre todo, valores compartidos e integradores. Que nos respetemos todos porque, como decía Montaigne sobre el valor de su amistad con La Boétie, “él es él y yo soy yo”. Y que a partir de ese reconocimiento esencial, dialoguemos entre nosotros, venezolanos todos. Partiendo de allí, lograremos una verdadera mayoría, no en torno a un líder circunstancial, por muy demócrata que sea, sino reunidos en común convivencia gracias a la decisión de desterrar el odio y la división, y sus representantes, de la tierra venezolana. Para siempre.
Caracas, 18 de diciembre de 2015.
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